Antes de protagonizar uno de los bombazos editoriales de 2022 con ‘Empezamos por el final’, antes incluso de, cojan aire, recibir dos navajazos en el costado durante un atraco, engancharse primero a las drogas y luego al alcohol (o viceversa; ¿acaso importa?), arrastrar un miedo atroz por las calle de Londres y, aquí llega la guinda, la corona de laurel de una vida a la deriva, perder un millón de libras mientras jugaba a ser ‘broker’ en la City londinense, experiencias todas ellas expurgadas a través de la escritura, Chris Whitaker vivió otro evento sumamente traumático que, explica, ha acabado dando forma a su nueva novela, ‘Todos los colores de la oscuridad’ (Salamandra).
“Cuando era un niño, el novio de mi madre, un tipo bebedor y bastante violento, me sacó una noche de la cama zarandeándome, me rompió el brazo y me hizo quedarme en mi habitación y no contárselo a nadie hasta la mañana siguiente para no meterse en líos”, relata desde su apartamento en Londres minutos antes de ultimar las compras de Navidad y a un par de meses de volar a Barcelona para sumarse a la nueva edición de BCNegra.
Atosigados por el pasado
De aquella herida sin cicatrizar, un sentimiento de “impotencia e indefensión” que le persigue desde que era crío, surge ahora otro thriller terapeútico con madera de superventas. Una novela en la que los protagonistas, como el propio Whitaker, viven asediados y atosigados por su pasado. “No estaría sentado aquí hablando contigo de este libro si no me hubiese pasado esto a los diez años”, insiste. Y no sólo eso, ya que para el escritor inglés todo está enredado y encadenado. “Puedo rastrear todas las experiencias positivas y negativas de mi vida hasta ese momento. No creo que un atracador me hubiese apuñalado a los 19 años si no hubiese tenido una infancia abusiva. Cuando alguien te saca un cuchillo y te pide el teléfono, la reacción normal es dárselo, pero creo que no me gustaba sentirme una víctima”, rememora.
Cuando estaba escribiendo este libro, me arrestaron por un delito relacionado con la bolsa de valores. Cada vez que creo que algo va bien, pulso una especie de botón de autodestrucción
En ‘Todos los colores de la oscuridad’ no hay navajazos ni huesos quebrados, pero sí una serie de desapariciones que tienen atemorizado al pequeño pueblo de Monta Clare, en Misuri. Secuestros exprés, niñas que se esfuman de la noche a la mañana, y un héroe por accidente que acaba encerrado en un sucio y oscuro sótano durante casi un año.
Se llama Joseph, pero todo el mundo le llama Patch. Trece años, pasión por los piratas para disimular que ha nacido con un solo ojo, y toda una vida buscando a Grace, la niña con la que ha compartido cautiverio. O eso cree, ya que sólo ha escuchado su voz; una vez fuera del agujero, Patch se convierte en pintor y hace todo lo posible por darle forma y cuerpo. “Sale de la oscuridad y empieza a dibujar lo que cree que es esa chica desaparecida, ya que si la gente puede verla tendrá más posibilidades de encontrarla”, explica Whitaker.
Amistad y ‘thriller’
A eso se dedica el protagonista durante casi dos décadas, de los setenta a los noventa, mientras su mejor amiga, Saint Brown, intenta sacarlo del pozo. “Físicamente sale del sótano, pero mentalmente no; sigue atrapado ahí abajo, buscando una salida. Me ha llevado mucho tiempo darme cuenta de que el pasado no tiene que dictar el resto de tu vida. No tenemos que estar definidos por las cosas malas que nos pasan”, reflexiona. Quizá por eso esquiva la bala del thriller (“hay un crimen, si, pero definitivamente no es una historia de crímenes”, aclara) para reivindicar ‘Todos los colores de la oscuridad’ como un libro “sobre la amistad”. “Hay algo realmente hermoso e interesante en la amistad. Es mucho más complejo que elegir una pareja”, defiende.
Crecí leyendo a Stephen King. Con él descubrí lo que los libros podían hacer realmente. Antes de eso, sabía que eran entretenidos, sí, pero no que podían ser aterradores o hacerte llorar
En su caso, además, la amistad que comparten Patch y Saint a través de los años no desentonaría demasiado con la que tan bien ha sabido retratar Stephen King en algunas de sus novelas. “Crecí leyendo a Stephen King. Con él descubrí lo que los libros podían hacer realmente. Antes de eso, sabía que eran entretenidos, sí, pero no que podían ser aterradores. Tampoco que podían hacerte querer llorar. Yo no sabía nada de historias de amor”, explica con orgullo Whitaker, lector precoz y furtivo del maestro del terror. “Mi padre tenía un estante en la casa con todos sus libros, y como yo tenía prohibido leerlos, lo primero que hacía en cuanto salía de casa era agarrar un ejemplar. Más tarde, cuando mis padres se separaron, mi madre tuvo que buscarse trabajos extra para pagar las facturas. Yo odiaba volver solo a casa, porque estaba oscuro y tenía miedo, así que iba a la biblioteca y me sentaba allí y esperaba a que terminara su turno”, añade.
Crecido (y acuchillado) en Londres, Whitaker se instaló brevemente en Marbella, donde terminó su primera novela, pero a la hora de ambientar sus ficciones, ha encontrado el escenario perfecto al otro lado del océano. ‘Empezamos por el final’, por ejemplo, transcurría entre California y Montana, y ‘Todos los colores de la oscuridad’ atraviesa el país con paradas en Kansas, Oklahoma, Nueva York o Massachusetts. “Necesitaba el tamaño de Estados Unidos para contar una historia tan grande”, relativiza.
También aquí, sin embargo, existe una razón de peso para escapar de Inglaterra y levantar en el Medio Oeste americano su propio Castle Rock. “Después de que me apuñalaran, uno de los ejercicios que tuve que hacer como parte de la terapia fue coger aquel incidente traumático y cambiar la ubicación por el último lugar en el que hubiese sido feliz. Y el último lugar en el que recordaba haber sido feliz fue cuando mis padres se separaron y mi padre nos llevó a mi hermano y a mí a Disney World, en Florida”, explica.
En busca de justicia
Poco después, el también autor de ‘Tall Oaks’ recibió un encargo para escribir una serie policial ambientada en Londres, pero la cosa no acabó de cuajar. “No quería hacerlo, no lo estaba disfrutando. No estoy seguro de si alguna vez superaré esta necesidad de escapar de verdad, de irme de donde estoy”, reconoce un autor que tecleó ‘Todos los colores de la oscuridad’ en una pequeña caseta prefabricada que instaló en el jardín de su casa a medio construir de Hertfordshire mientras los demonios aporreaban la puerta. Literalmente. “Cuando estaba escribiendo este libro, me arrestaron por un delito relacionado con la bolsa de valores”, confiesa.
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“Ya me han arrestado antes y he tenido muchos problemas a lo largo de mi vida. Cada vez que creo que algo va bien, pulso una especie de botón de autodestrucción. Pero ya no quiero seguir metiéndome en problemas”, explica. Ahora, añade, prefiere celebrar la amistad, utilizar la literatura para cauterizar heridas y buscar en las novelas la justicia que no siempre encuentra en la vida real. “Creo que siempre trabajo con la noción de justicia porque la persona que me apuñaló nunca fue atrapado», zanja.
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