tras 17 años de negociaciones, hemos llegado a un acuerdo para proteger el 46% de la superficie terrestre


«Por fin el barco ha llegado al puerto.«, dijo Rena Lee, presidenta de la conferencia de la ONU reunida en Nueva York, tras lograr llegar a un acuerdo realente histórico: el que va a permitir proteger todas las áreas marinas sin jurisdicción nacional. En ese momento, el sábado 4 de marzo a las 21:40 EST, la sala rompía a plaudir.

No es para menos, el Tratado de los Océanos llevaba 17 años en un callejon sin salida y se ha desbloqueado de puro milagro.

Fuera de plazo. Hasta tal punto que el plazo ya estaba complido y se han tenido que realizar dos larguísimas jornadas de negociaciones para llegar a un acuerdo. Aún no se sabe el texto definitivo del Tratado BBNJ (Biodiversidad más allá de la jurisdicción nacional), pero lo que sabemos es suficiente para, reconociendo que es imperfecto, respirar tranquilos.

¿De qué va todo esto? La idea de proteger y regular el uso de áreas ubicadas fuera de las jurisdicciones nacionales ha estado sobre la mesa durante décadas y, a medida que las nuevas tecnologías permiten nuevas formas de explotación del océano, se ha convertido en algo apremiante. Sobre todo porque estamos hablando de una superficie enorme: las «aguas internacionales» representan más del 60% de los océanos. Es decir, casi la mitad del planeta.

Y, como explicaba Carlos M. Duarte, Director Ejecutivo de la Plataforma Mundial de Aceleración de la I+D en Arrecifes Coralinos, en el Science Media Center, la situación actual dejaba mucho que desear. «Hace una década publicamos una investigación que mostró que 10 naciones se apropiaban del 97% de los recursos genéticos del océano, de donde una empresa, BASF, era propietaria del 70% de las patentes».

Quid pro quo. De ahí que muchos países se negaran a aprobar protecciones, si no se articulaban mecanismos para que los conocimientos y recursos genéticos extraídos de esas regiones se compartieran. Pedir que algunos renunciaran a los beneficios extremamente jugosos e impedirles explotar el patrimonio genético del océano, sin redistribuir lo que ya tenien unos pocos era, lógicamente, uno de los grandes obstáculos.

Un obstáculo que se ha salvado con generalidades. Y de hecho, a falta de ver el texto definitivo, como no se ha creado un mecanismo de compensación entre naciones, no se ha acordado una moratoria de la minería en aguas profundas. Sí que se van a exigir una serie de requisitos para limitar el impacto ambiental de las actividades que se desarrollan ahí. No es mucho, pero algo es algo.

El vaso medio lleno. Eso sí, por primera vez, contamos con mecanismos para la creación de áreas marinas protegidas en aguas internacionales. No será un proceso fácil: una vez ratificado el tratado (algo que no será fácil), habrá un largo camino por recorrer hasta que veamos aquellas áreas que realmente están protegidas. No obstante, hasta este acuerdo se trató de algo virtualmente imposible. Es una enorme noticia.

Imagen | Naja Bertolt Jensen / david cooper





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