Por qué seguimos llamando teléfono al smartphone aunque no lo usamos para llamar.


por higiene moral e intelectual debo empezar este texto confesando que desde pequeño siempre ha sido hinchado (enfervorecido, loco, radical) del Racing de Avellaneda. Inexplicablemente; porque nací en un pueblecito de Andalucía y, en aquellos años, mi único contacto con Argentina era un bote de dulce de leche que guardábamos en la despensa.

Lo aclaro para que se valore lo mucho que me está costando recomendar ‘¿Hola? un réquiem para el teléfono’. Y es que su autor será un magnífico novelista, un pensador muy divertido y una excelente persona, sí; pero, sobre todo, es una hinchada de Boca Juniors. «No pasa nada», me digo mientras redacta estas líneas. «Podía ser peor, podía ser del Independiente».

Una generación que no sabe lo que es un teléfono

Imagen | Camilo Jiménez Qzeno

Más allá de la broma, el libro está muy bien. Sobre todo, porque cuando escribes sobre tecnología en plena retirada, corres el riesgo de convertirte en un “señor alcalde gritando a las nubes”. Y algo de eso hay, claro. Pero Kohan va mucho más allá y, sin dejar de reconocer que hemos ganado muchísimo estos años, reflexiona también sobre lo que hemos perdido.

Desde el ritual adolescente de llamar a la persona que nos gustaba y tener que hablar, entre tanto se ponía, con el padre, la madre o los hermanos mayores a un número que, por lo visto, existía en Argentina al que podía llamar para que te dijeran la hora. Cosas que configuraban el mundo antes de que el teléfono móvil entrara en nuestras vidas y que pudieran parecer nimias, pero que constituían una forma específica de hablar, escuchar y vincularse que ya ha dejado de existir.

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Leyendo el libro, mientras recorrían en sus páginas el largo final de la telefonía convencional, me he hecho una pregunta tan simple que sabía answere: ¿por qué seguimos llamando teléfono al smartphone si no lo usamos para llamar?

Y, ojo, reconozco que el «no lo usamos ya para llamar», puede ser polemico, pero a efectos prácticos los datos están conmigo. Según las encuestas, la mensajería instantánea se ha comido el territorio del teléfono de forma espectacular. mientras un El 60% de la población envía mensajess de forma diaria, solo uno de cada cuatro realiza algún tipo de llamadas desde el móvil y apenas un 12% utiliza el teléfono fijo.

Está claro que es algo muy generacional. El 98,6% de los jóvenes de entre 25 y 34 años utiliza la mensajería instantánea como canal de comunicación preferido. Cifras que no se dan en el conjunto de la población. Sin embargo, a media que el tiempo pasa, esa «característica generacional» se está convirtiendo en la opción generacional por defecto.

Y, en el fundo, no es solo una pregunta de «usos y costumbres». Lo que llevamos en el bolsillo dejó hace mucho de ser «un teléfono móvil»: es una computadora. Al fin y al cabo, fuimos a la Luna con dispositivos menos potentes que un smartphone cualquiera y, sin embargo, seguimos llamándolos móviles.

La forma en que pensamos sobre la tecnología

No es que me extrañe. De hecho, me recuerda a la película recurrente sobre si usar un squette como símbolo de guardar sigue siendo útil. O un sombre para los mensajes o una lupa para buscar. Es decir, sobre cómo los términos, símbolos e ideas se ‘independizan’ de su referencia clásica y pasan a usarse de otra manera.

El tema, no obstante, tiene otra vuelta. Hace unas semanas, discutíamos en Magnet cómo cada cultura tiene una forma distinta de entender el tiempo (y el futuro y el pasado). Según parece, while que para los hablantes de lenguas latinas, el tiempo va de izquierda a derecha; para árabes y hebreos funciona al revés. Y, en el caso de chinos y japoneses, el pasado se queda arriba y el futuro abajo.

Esto parece ser consecuencia de cómo escribimos, pero (sea como sea) tiene consecuencias en cómo interactuamos con el mundo. Un ejemplo conocido es el del economista conductual, Keith Chen. Según el análisis de Chen, los hablantes de las lenguas que no tienen formas verbales para referirse al futuro (o son más débiles e inéspecíficas), tienen más fácil amorrar largo plazo.

Es decir, la forma en la que pensamos sobre las cosas condicionadas, potencia o limita lo que hacemos con esas mismas cosas. De ahí que sea inevitable preguntarnos… ¿Qué nos estamos perdiendo por pensar en los smartphones como si un teléfono?

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Imagen | julian hochgesang



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