España está destruyendo más presas y embalses que nadie en Europa. Son buenas y malas noticias


Si a alguien le preguntaran por el número de presas que hay en España, probablemente la primera respuesta se sitúe bastante por debajo de las 1.200. Sin embargo, hace unos años esa cifra habría sido una buena aproximación. Concretamente alcanzaron las 1.226 según datos de Sociedad Española de Presas y Embalses, pero esta respuesta tampoco sería correcta hoy en día. Tan solo en 2021 se derruyeron más de 100 de estas presas. Es una buena noticia para el patrimonio natural español, pero también tiene su lado oscuro.


Liberar los ríos.
El principal motivo del desmantelamiento de las presas es permitir que los ríos vuelvan a sus cauces naturales para que la fauna fluvial pueda ser desplazada por el impedimento que se supone que provocan estos moles de hormigón.

Este plan de eliminación de obstáculos forma parte de la Estrategia Nacional de Restauración de Ríos, que se viene implementando desde hace más de 15 años. Sin embargo, la preocupación por la conservación del patrimonio natural llevó en la década de 1940 a introducir la obligación de las presas de contar con zonas escalonadas para permitir el tránsito de peces y otros animales. El problema es que esta medida tuvo un bajo nivel de implementación.

No solo recuperar cauces naturales.
El motivo del desmantelamiento de una presa no solo está relacionado con razones ecológicas. Los motivos económicos también pueden formar parte de la ecuación, y es que las presas son infraestructuras que requieren un mantenimiento. La ruptura de una puede causar inundaciones río abajo, con sus consiguientes impactos ambientales y económicos.

Las presas también caen a veces en el desuso. La mayor parte de las presas existentes en España se construyeron entre las décadas de 1950 y 1990, pero hay un número importante de presas que tienen más de 75 años. Los usos del agua han cambiado con certeza desde entonces, y con ello, algunos de los adjudicatarios de estas infraestructuras han perdido el interés en mantenerlas.

Opiniones encontradas.
Las demoliciones, sin embargo, no han estado exentos de polemica. Algunos de estos desmantelamientos se topan con la oposición de vecinos, como en el caso de la presa de Los Toranes en la provincia de Teruel. Presas como ésta aún genera rédito en la zona, ya sea proveyendo agua para el regadío y la lucha contra incendios o por su puerta turística.

También se llama la atención sobre el hecho de que los ecosistemas se adaptan a la circunstancia, y que demoler las presas implica también la ruptura de ecosistemas que han tenido décadas para adaptarse. Un ejemplo de ello es la Presa de Cristinas, que encauza el río Cabriel, en Cuenca. La apertura de esta dama, indican quiénes se oponen a su demolición, acabaría con las libélulas de la especie Oxygastra curtisii en la región, y afectaría también negativamente la loina, un pez endémico de la península Ibérica.

Un problema que irá a peor.
Quizás la principal objeción a la destrucción de presas tenga también una motivación ecológica, y sea el proceso de aridificación que podría provocar el cambio climático en la Península Ibérica, con el consiguiente incremento de presión sobre los sistemas hídricos.

Este año ha sido especialmente duro, con pantanos al menos por la falta de precipitaciones y temperaturas anormalmente altas. Si la tendencia continúa, España necesitará realizar la máxima captación de agua posible cuando ésta sea abundante.

Los suelos secos implican, además, una mayor posibilidad de inundaciones. Las interacciones entre inundabilidad y canalización de los cauces fluviales son complejas, pero las presas pueden ayudar a retener parte del agua que circula por estos, reducir el aumento de inundación en muchos casos.

No solo atañe al agua como tal.
La importancia de las represas no sólo radica en el agua que contiene, sino también en la energía que a su vez custodia. La energía hidroeléctrica es la segunda fuente de energía renovable en España, y depende a su vez de algunos de los embalses y de algunos de los embalses con los que dan cuenta de las cuencas hidrográficas peninsulares.

Si cabe, la importancia de las centrales hidroeléctricas es cada vez mayor. A primer ligar por la escalada de precios de la energía que hemos padecido durante los últimos meses. Un segundo lugar porque el agua es la única fuente renovable cuyo caudal podemos controlar. Hasta el punto de que podemos utilizar agua para amasar el remanente la electricidad creada por otras energías (renovables o no).

Mientras algunas presas se derruyen, las centrales hidroeléctricas reversibles o de bombeo parecen estar en auge. Un ejemplo de ello es la presa de Tâmega, en Portugal, un proyecto que debería dar como resultado una batería capaz de generar 1.158 MW y almacenar hasta 40 millones de kWh.

Difícil conciliación.
Durante cientos de años, el ser humano ha construido presas con objetivos muy diversos: reservar agua para consumo humano y agrícola, desviar cauces de ríos, generar energía, primero mecánicamente y luego eléctricamente… necesidades humanas y con ellas la forma en la que nos relacionamos con ellas.

Esto no implica que las decisiones sean fáciles. Menos cuando se entrecruzan multitud de factores, como la conservación del patrimonio natural con la industria, la demanda de energía y agua, la agricultura y el turismo… y todo ello con la sombra del cambio climático como telón de fondo.

Por ahora el único hecho es que España, sin dejar de construir nuevas presas, avanza en el desmantelamiento de algunas de las más antiguas. Que esto sea una buena idea está aún por ver.

Imagen | Embalse del Negratín, Wilton BSE LTD



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