Tratando de explicar por qué enero dura 62 días en lugar de los 31 días que realmente marca el calendario


«Por fin se acabó enero». No tengo datos, peor tampoco dudas de que esa está siendo una de las frases más repetidas el día de hoy. No puede sorprender a nadie: Enero tiene la más que merecida fama de ser el mes más largo del año (o, al menos, el que más largo se nos hace).

Y es que la «cuesta» del primer mes del año no es solo financiera, también lo es psicológica. Pero ¿por qué? ¿Qué hace que (la más que normal) longitud del mes de enero se haya convertido en una broma recurrente que llena de memes medio Internet?

El mes… azul. Aunque criticar la idea misma de ‘Blue Monday’ se ha convertido en un deporte en sí mismo, lo cierto es que no deja de ser curioso que el famoso tercer lunes de enero tenga el sambenito de ser «el día más triste del año». Es curioso, sí; pero no casual.

Al fin y al cabo, la elección del «Blue Monday» puede ser una ocurrencia, pero a nadie se le ocurriría fijar el día más triste una luminosa tarde de agosto. El Blue Monday tuvo éxito por encaja bien en lo que mucha gente siente: que enero es desesperadamente largo. Lo interesante es que esto último tiene explicación.

La explicación científica se llama… aburrimiento. Sí, así como suena. Zhenguang G. Cai, que realiza su tesis precisamente sobre percepción del tiempo en el University College of London, explicaba este fenómeno en New Stateman razonando que “es posible que volver al trabajo después de Navidad conlleve una enorme cantidad de aburrimiento (comparado con la diversión durante el paréntesis navideño), lo que nos podría dar la impresión de que el tiempo pasa más lento en enero».

¿Cuestión de dopamina? Hay todo un conjunto de teorías sobre la percepción del tiempo que lo relacionan con la liberación de dopamina durante la percepción de nuevos estímulos. Aunque estas teorías suelen orientarse a explicar por qué pasa más rápido el tiempo cuando somos mayores que cuando somos niños, la misma lógica subyacente puede apoyar la intuición de Zhenguang Cai.

Estas teorías nos dicen que, cuanto más conocido es un entorno, menos esfuerzo cognitivo necesitamos y, como consecuencia, la liberación de dopamina es menor y nuestra percepción del tiempo se ralentiza. Eso es enero: una larguísima vuelta a la rutina. Una, además, que en muchos casos especialmente aburrida (porque las las novedades del año aún no se han acabado de concretar).

En cambio, la Navidad es un periodo lleno de estímulos que (incluso en el caso de que se repitan año tras año) contrastan mucho con la «calma chicha» del nuestras vidas el resto de los doce meses.  La aceleración relativa de la Navidad contrasta especialmente con la «aburrida» vuelta a la normalidad.

¿Pero por qué ocurre en enero? Es decir, si esta teoría es cierta, es algo que debería pasar después de cada periodo vacacional y, sin embargo, el fenómeno es parece especialmente reseñable en enero. La explicación tiene varias partes.

La primera es que, en realidad, sí que ocurre con cada periodo vacaciones e incluso con los fines de semana. «Qué cortos se me han hecho estos días…» es una frase muy habitual en las vueltas al trabajo y esa percepción se mantiene incluso cuando las personas no hacen nada especial. El puro contraste con la rutina diaria «acelera» el paso de las horas.

No obstante, hay elementos que sí juegan en favor de enero como el peor mes del año para estas cosas. Cosas como el frío y la falta de luz solar, los problemas financieros vinculados a los gastos de Navidad y, por supuesto, la presión extra que nos añaden los propósitos de años nuevo. Algo que, como sabemos, puede ser muy útil o convertirse en una refinada búsqueda de formas para autotorturarnos.

No procrastinas por pereza o falta de tiempo. La culpa la tiene tu estado de ánimo (y la forma en la que lo gestionas)

Mal de muchos… El tercer (y último) elemento a tener en cuenta es el efecto de grupo. Hubo épocas que «todo el mundo» se iba de vacaciones en agosto, pero eso ya no pasa. En la mayor parte de empresas, ahora lo habitual es que los periodos vacacionales se solapen y cuando unos se acaban de reincorporar, otros llevan ya meses en el trabajo.

Hay más factores (como la vuelta al cole que convierte septiembre en menos aburrido que enero para muchas familias), pero ese, la simultaneidad con la que todo el mundo se reincorpora a principios de año es clave porque permite que nos retroalimentamos entre nosotros.

¿Se puede hacer algo para suavizar el golpe? Aunque quizás sea tarde, la verdad es que sí. Los psicólogos recomiendan usar técnicas de activación conductual y «gamificación personal». Es decir, planificar actividades durante el mes o tener visión estratégica a la hora de empezar con nuestros objetivos. Pasar de grandes comilonas en Navidad al brócoli mal hervido y la pechuga a la plancha sin sazonar, puede ser una fuente de aburrimiento extra (que, de paso, complica nuestro tránsito hacia una dieta más equilibrada).

Imagen | Nachelle Nocom

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