Reflexión del sábado sobre el poder

Como todo en la vida, la calidad del liderazgo que envejece no se mide por quienes lo critican, sino por quienes lo defienden irracionalmente. Y son estos últimos quienes definen y señalan, no otros, el camino a la quiebra moral. Esta ha sido una constante, que se ha acentuado en la medida en que el deterioro pesa sobre el sentido del equilibrio, a partir del cual se pierde el contacto con la realidad y se es incapaz de diferenciar entre la luz y la oscuridad y el paso del tiempo, creyéndose el mismo el interés público por encima de todo.

Cuando esto sucede en casos donde antes había expectativas populares, el sentimiento popular alcanza una mezcla confusa de compasión y desconcierto. Esto hace que la pertenencia se exprese a través de gritos; ruidos que hieren los oídos y llenan de asombro los ambientes mediáticos, porque es a partir de este momento que migran los espacios de la moderación y el sentido común. Esta es la fase en la que ya no se puede volver atrás ni recuperar el tiempo perdido y el aprecio del público se desvanece para siempre.

Innumerables veces hemos vivido como nación este fenómeno que nos muestra, despojado de todo disfraz, el verdadero rostro de quienes han dejado de lado el debate respetuoso por la diatriba, convencidos de que la alabanza desmedida, casi siempre burlona, ​​y no la crítica independiente, es la camino que conduce a la inmortalidad, como si este camino existiera en el campo donde operan los defensores. Es entonces cuando olvidamos que la crítica constructiva es el antídoto más eficaz contra la ambición desenfrenada y la decadencia moral. La buena defensa de una dirigencia obsesionada por la remontada exige no sólo un cuidadoso manejo de los argumentos, sino también el respeto de quienes no comparten sus ideas. Un sentimiento muy raro en estas costas que no aportan nada constructivo al debate nacional.

la entrada Reflexión del sábado sobre el poder fue publicado por primera vez en el diario del caribe.

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