Laurent de Sutter, filósofo: “La vida es una catástrofe” | Ideas

EL PAÍS


El filósofo Laurent de Sutter, en su casa de Bruselas el pasado 30 de octubre.Delmi Álvarez

En el acogedor despacho-biblioteca de Laurent de Sutter, en su piso en Bruselas, rodeado de paredes de libros que siguen desparramándose por la buhardilla, dan ganas de olvidar el mundo exterior. Pero el escapismo no es lo que caracteriza a este filósofo y profesor de Teoría del Derecho (Bruselas, 1977), prolífico autor —lleva más de 20 ensayos publicados— que cuestiona la actualidad siempre desde un punto de vista inesperado. No busca convencer. Sostiene que “no convencemos jamás, ni con los hechos”. Apunta al fenómeno de los terraplanistas, aquellos que, hasta hoy, siguen creyendo que la Tierra es plana. “Y son cada vez más”, señala. Entonces, ¿sirve de algo el pensamiento, la filosofía? De Sutter cree que sí , pues puede lograr “abrir o cerrar ideas”. La filosofía abre caminos que pueden servir para mirar el mundo, de especulación sobre la posibilidad de una realidad diferente, de otras maneras de ver y de pensar. El ensayista lo que busca es liberar conceptos. Algo que hace con una variada obra en la que analiza desde el mundo del arte a través de Jeff Koons (Pornografía de lo contemporáneo, de la editorial Isla Desierta, 2021), el estado anestesiado de una sociedad sumisa al poder establecido (Narcocapitalismo, Reservoir Books, 2021) o sobre qué es lo que nos ata como sujetos en Magia. Una metafísica del vínculo social (Herder, 2023), su último libro publicado en español. El pasado 18 de octubre dio en el Ateneu de Barcelona la conferencia ¿Qué pasaría si el derecho fuera la última manifestación de la magia en un mundo que creía poder prescindir de ella?

PREGUNTA. La guerra de Israel y Hamás ha vuelto a plantear el debate sobre el derecho a defenderse, el respeto al derecho internacional, los límites de cada derecho. ¿Es posible tomar partido?

RESPUESTA. Desde el momento en el que las cosas se construyen sobre la exclusión, o lo uno o lo otro, es imposible reconstruir. Lo único posible es crear una espiral creciente de agresividad. Era claramente la idea de Hamás, que lo que ha hecho ha sido agitar un trapo rojo ante el Gobierno de extrema derecha israelí y conseguir este resultado para justificar sus propios actos. Tomar partido por uno u otro es participar de esa situación. Lo que nos queda es reflexionar. ¿Qué pudo pasar por la cabeza de un buen número de Estados europeos tras la Segunda Guerra Mundial? Se dijeron algo así como, vale, nos sentimos culpables hacia los judíos y les vamos a dar un trozo de desierto, así desaparecen y nos dejan en paz. Y lo hacen considerando la región de Oriente Próximo como un terreno de juego insignificante, pese a que ahí hay otras personas. Hoy, 75 años más tarde, ese tipo de pensamiento mágico y gratuito, abstracto y colonial de algunos Estados europeos sigue teniendo efectos en la gente que vive allí.

P. ¿Puede ser que los valores con los que se reconstruyó el mundo tras la Segunda Guerra Mundial y que llevaron a la creación de organismos como la ONU ya no sirvan?

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R. No funcionan ya, o puede que nunca lo hayan hecho, pero antes existía un sistema institucional y político que hacía que aguantara. En todo caso, no nos lo planteábamos demasiado. No sé si estamos en un nuevo momento, pero sí estamos en un mundo que reclama nuevos instrumentos para intentar comprender. Hay que recomenzar desde cero. Vivimos un momento angustiante, inquietante y violento, pero debería aumentar la imaginación. Tenemos la oportunidad de diseñar nuestros equipamientos intelectuales y políticos de una forma radical.

P. ¿Y cómo sería ese nuevo diseño? ¿No deberíamos tener en cuenta a las otras regiones y potencias ignoradas antaño?

R. El mundo no es el de hace medio siglo. La discusión está en la cuestión de las independencias y las dependencias. La historia europea se inscribe en un discurso de filosofía política que es el de la independencia: la independencia de los individuos, de las naciones, de las comunidades… De lo que nos hemos percatado ahora, con el retorno masivo de los países del sur global, China, etcétera, con la crisis rusa o las cuestiones del gas, es que la independencia no existe y que la idea de que podemos ser una nación o una cultura independiente, incluso un individuo independiente que evoluciona libremente, es una completa ilusión. Tenemos que nutrir lo que nos mantiene con vida, nuestras dependencias. Hay que elegir las dependencias que nos hacen mejores o que mejoran nuestra vida.

P. ¿Quizás es que hoy vivimos en un mundo con demasiadas incertidumbres? Parece que vamos de crisis en crisis, económica, política, climática… ¿No es demasiado a la vez?

R. Olvidamos que nunca jamás nada ha sido estable. Siempre estamos confrontados a una catástrofe. La vida es una catástrofe y nos pasamos el tiempo confrontados a dimensiones catastróficas. Pero hoy hay una diferencia: su intensidad. El discurso de la catástrofe circula mucho más fácilmente que en el siglo XIX.

P. En su último libro, Superfaible (superdébil, no traducido aún al español), analiza la crítica y el fin de la razón tal y como se entiende desde la Ilustración.

R. La Ilustración fue muy importante, pero hoy nos damos cuenta de que también ese es el problema: nos ha dado instrumentos muy poderosos para pensar el mundo, tan poderosos que siempre que los utilizamos ganamos, siempre, siempre tenemos razón. Las coordenadas del pensamiento cotidiano son coordenadas ligadas a la fuerza: el mejor argumento, la idea más poderosa, la posición más sólida… Es un vocabulario guerrero, un vocabulario de la confrontación y la victoria. Y es un problema cuando el pensamiento es esencialmente algo que sirve para vencer, matar las ilusiones, destruir los errores, aniquilar la estupidez… Ese es el programa del pensamiento moderno.

P. Usted tiene una obra muy ecléctica y, en cierto modo, poco convencional. Ha reflexionado dobre el arte y la pornografía, sobre el estado anestesiado de la sociedad ante el capitalismo… ¿Qué le mueve?

R. No sé si realmente se pueden fabricar tendencias de la filosofía o del pensamiento. Yo miro las cosas siempre desde el punto de vista de las obras singulares, de aquellas que se salen de las tendencias para inventarse algo fuera de lo que todo el mundo repite. Porque es cierto que la filosofía se ha convertido en una disciplina universitaria en una época de universidades en masa y de un negocio de la edición también masificado. Así, la mayor parte de lo que se produce hoy en día bajo la etiqueta de filosofía carece de interés. Es una especie de tautología florida. Son solamente formas más o menos sofisticadas, más o menos cultivadas, más o menos elegantes de decir o repetir lo que todo el mundo ya sabe, qué es lo que está bien y lo que está mal, qué es bonito y qué no lo es.

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