‘Good Omens 2’ y un Neil Gaiman en plena forma devuelven a Amazon los conflictos entre cielo e infierno más tronchantes


La primera temporada de Good Omens fue una agradable sorpresa de Prime Video gracias a su excelente adaptación de un libro que, reconozcámoslo, era todo un caramelito: ‘Buenos presagios’, de Terry Pratchett y Neil Gaiman, una explosiva mezcla de humor teológico, parodia múltiple y aventura para todos los públicos. Tenía sus dificultades (el ritmo febril de los diálogos del libro no era sencillo de replicar), pero el resultado se saldaba con éxito.

Lo bien que funcionaba aquella primera temporada se debía, aparte de la implicación directa como guionista de uno de los autores, Gaiman (Pratchett había fallecido unos cuantos años antes), a lo ajustada que estaba la serie a sus necesidades. Seis episodios en los que pasaban cosas continuamente, casi la antítesis de esa avalancha de tiempos muertos y episodios de relleno en la que se ha convertido el streaming.

Casi todo el encanto de la primera temporada procedía, como en el libro, de la deliciosa interactuación entre Azirafel (Michael Sheen) y David Tennant (Crowley), un ángel y un demonio que no pueden evitar caerse bien y forjar una profunda amistad -hay sorpresas en esta temporada-, para disgusto de sus respectivos jefes. Eso les conduce, que es como arranca esta temporada, a ser unos auténticos parias para sus respectivos superiores naturales, y aunque son tolerados, no caen demasiado bien en el cielo y en el infierno.

Y así arranca esta segunda temporada, que por suerte mantiene intacta la ambientación y el humor de su precedente. Todo arranca cuando el temible arcángel Gabriel (Jon Hamm, también divertidísimo) llega a la librería de Azirafel habiendo perdido la memoria. Coincide con los rumores de una crisis celestial como nunca se ha visto, así que el ángel y Crowley se ponen en marcha para averiguar qué ha pasado con los recuerdos de su antiguo enemigo, mientras que conocemos detalles sobre el origen de la amistad de ambos.

Más ángeles y demonios

Es un alivio que, en este caso, un «más de lo mismo» sea un aspecto realmente positivo a destacar de ‘Good Omens’. La escasa duración de las temporadas y el tiempo, mayor de lo usual, que ha pasado entre la primera y la segunda (cuatro largos años), hace que no haya sensación de repetición o de recursos gastados. El humor sigue fresco, la relación entre Azirafel y Crowley tan divertida como siempre. Las cosas permanecen igual para que la serie siga adelante.

Por ejemplo, esta segunda parte de ‘Good Omens’ no tiene un ritmo tan frenético, ni tantos cambios de puntos de vista. Con los personajes ya presentados, no es necesario incidir demasiado en su naturaleza, aunque sí se dan unos cuantos datos jugosos sobre el origen de la amistad de ambos y de la condición de Crowley, un ángel caído. Tendremos flashbacks a episodios bíblicos e históricos e incluso viajes en el tiempo en la trama principal, pero sin el ritmo incesante y a veces agotador, con cambios de escenario constante, de la primera temporada.

Este ritmo más pausado se debe en lo que la serie denomina «minisodios», y que no son sino esos largos flashbacks que dan detalles sobre los personajes, y que repercuten en la trama principal. Están escritos por guionistas adicionales a Gaiman y ocupan tanto espacio en los episodios en los que aparecen que reducen considerablemente las posibilidades de la serie de presentar nuevos personajes (que los hay, pero no tan importantes como en la primera temporada) o subtramas. Por eso este segundo año es algo más estático, en su conjunto, que el precedente.

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Pese a ello, la experiencia no es sensiblemente distinta, sobre todo porque Crowley y Sheen (y Hamm) siguen tan divertidos como siempre. Incluso se introducen elementos más perversamente críticos con las contradicciones de las religiones mayoritarias, sin por ello entrar en terrenos especialmente corrosivos o perder la esencia de lo que es esta estupenda serie: una fantástica comedia bíblica protagonizada por dos de los mejores personajes de la fantasía reciente.

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