Gobernar con la sociedad más que con el partido –


El autor es empresario. Reside en Santo Domingo

POR ROQUE A. ESPAILLAT

Luis Abinader nace en el seno de una familia acomodada, parte de la sociedad dominicana del momento.  Se forma en un ambiente sosegado, calmo y sin precariedades.   El PRD  nace en el fragor de las luchas antitrujillistas, peleando mil batallas de utopías, como guerreros de infortunios garantizados.

El hombre se desarrolla en la mansedumbre del hogar familiar y de las aulas, con fuerte influencia religiosa. La organización daba duras batallas en las calles dominicanas, enfrentando -sin saberlo- fuerzas externas indomables, guiadas más por la pasión que por los resultados del análisis estratégico frío y prudente.

El hombre moldea su perfil académico en los fríos y hermosos  paisajes de New England,  en E.E.U.U., por los años 80 y 90.  La organización combate a Balaguer con fiereza, mientras  su líder era acechado por la terrible enfermedad que finalmente lo venció.

El hombre se desarrolla -en todas sus facetas- dentro de la armonía y la unidad familiar, mientras la organización padecía eternas y desgarradoras divisiones.

El hombre y la organización política son productos de materias primas diferentes. En ambos,  el carácter y el temperamento fueron  forjados ante realidades paralelas y casi opuestas.

De ahí la Asincronía…

Para las elecciones del 2020, el hombre y la organización hicieron un pacto -no escrito- de mutuo interés: algo como un quid pro quo (me das lo que yo quiero, te doy lo que tú necesitas).  La organización necesitaba una figura vendible, apropiada para el contexto político-electoral: con imagen, reputación y recursos. El hombre necesitaba el instrumento legal, operacional y electoral… aquí radican las causas y razones de la alianza entre el hombre y la organización.

La organización utilizó -sí, utilizó- al hombre, para llegar al poder.

Nunca medió entre ambos la comunión de ideologías, proyecto de nación, visión-país, plan de gobierno, conformación ministerial. Nada…

Hoy tenemos un presidente con una visión de avanzada, genuinamente interesado en lograr avances éticos, institucionales… ejercer una nueva forma de política, más cercana, genuina y sincera con los ciudadanos.

Pero éste alcanzó el Poder de la mano de una organización que aún permanece, transitoriamente, domada ante la fuerza de los Decretos de un Presidente que apenas comienza, pero en cuyo ADN -el de la organización- viven el germen de la división, el chisme, la zancadilla, el oportunismo, las trapisondas, las malicias gratuitas y pagadas. Hoy están disimuladas -por conveniencia- pero harán eclosión, en un futuro no muy lejano.

Es la Asincronía entre el hombre que mira al futuro y la organización que rinde tributo y encuentra su gloria en el pasado…

Al hombre lo vemos cuando miramos hacia adelante. A la organización cuando miramos al pasado. Las glorias del hombre están por llegar. Las de la organización sólo son visibles en el retrovisor nacional.

Cuando el desgate del ejercicio del poder haga acto de presencia, acompañado de promesas incumplidas y tensiones económicas y sociales, cuando el hombre más necesite de la organización, ahí hará acto de presencia la naturaleza de ésta, alumbrando de sus entrañas aspiraciones desmedidas, feroces, irracionales… ejerciendo la política de tierra arrasada o  que entre el mar, como siempre ha sido.

El hombre -oportunamente-  deberá ampliar su base de sustentación ministerial, llevando lo mejor del país al gobierno. Designados por méritos y virtudes, no por antigüedad o esfuerzo partidario… encarnar a plenitud la agenda, visión, cultura y métodos de la organización. En ese conflicto asincrónico, Hipólito Mejía se ha convertido en figura estelar. Un fósil de chacabana y sombrero, que simboliza la vieja política. Desprovisto de toda virtud cívica, se atrinchera en la protección y defensa de la agenda de la organización, como guerrillero que dispara “balas de pasado”.

Así se legítima, en la supuesta defensa de los intereses de los compañeros, cuando sólo actúa en la peor y vieja forma de reparto del botín público. Así adquiere “lealtades” -que durarán tanto como un estornudo- y cree que suma activos para su agenda, que tienen tan poco de conveniente para los intereses nacionales, como de saludable para el éxito del gobierno de Luis Abinader.

Cada nombramiento de un acólito de Hipólito Mejía, le muestra  a Danilo Medina que Hipólito aún tiene influencias y poder y que -por tanto-  para Danilo vale lo que le ha costado hasta ahora, y lo que le costará en futuro que será mucho más (¡!).

Hipólito actuó como tren descarrilado desde siempre, incluso cuando tenía poder y tiempo para conductas más prudentes y sosegadas. ¿Qué podemos esperar ahora que carece de poder y sobretodo de  tiempo?

Son tiempos muy singulares: imponen gobernar con la sociedad, más que con el partido.

Si lo hace, Luis Abinader podrá llegar a destino, aunque con el casco del barco averiado. Si no lo hace, la comitiva que lo espera en el puerto se verá obligada a suspender el acto de recibimiento…

Oramos para que el hombre sea libre, para que se zafe de las amarras del anacrónico partido y vuele al encuentro con el destino, pues si se hunde, nos arrastraría con él.

JPM



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