Españoles denuncian explotación en Holanda: «El racismo era notable, los peores horarios eran para nosotros»

ÓSCAR GUTIÉRREZ

Davinia Motilla, una de las trabajadoras españolas en Holanda

Sueldos ínfimos. Alojamientos infrahumanos. Contratos engañosos. Compañeros y jefes recelosos. Medio millar de españoles denunciaron el mes pasado haber sido víctimas de abusos laborales en Holanda, una situación de precariedad que deja situaciones dramáticas con las que explican a 20minutos varios de estos trabajadores.

Davinia es una de las afectadas. Esta valenciana trabajó en una empresa de paquetería seleccionando entregas por código postal. Las condiciones de empleo bailaban cada día. En el horario ponía que trabajaba cinco días a la semana, pero le quitaban dos «sin motivo», argumenta. Y si no le mandaban un coche para ir a trabajar, como estaba estipulado que hacía la empresa, se quedaba sin asistir al trabajo.

La consecuencia fue que no llegaba al salario mínimo, por lo que el trabajo le acababa generando deudas ya que no cubría los gastos de la vivienda. En este trabajo tenía que tener «disponibilidad absoluta», llegando a tener horarios que cambian una hora antes de entrar en la jornada laboral, por lo que tenía que mirar la aplicación de la empresa cada hora.

«Nos dieron comida putrefacta»

Davinia, además, denuncia que reside en «una vivienda denigrante e inhabitable». Como el precio del alojamiento es excesivo en el país, los cuatro primeros meses vivía en un camping con doce personas en el que solo había «una sartén y dos cubiertos para todos». De un día para otro le comunicaron que tenía que cambiar de camping y que tenía que limpiarlo todo porque si no le multaban con hasta 400 euros.

El nuevo camping era aún peor: «una diminuta casa para seis personas», condiciones higiénicas «pésimas y nefastas», colchones mugrientos, salpicaduras en las puertas y una nevera llena de comida en estado de putrefacción. Además, estaban bastantes lejos de la ciudad y el trabajo.

«Me hicieron trabajar hasta 17 horas al día»

El malagueño Felipe fue a trabajar a Holanda en el sector de la logística a través de una empresa de trabajo temporal. Sabía inglés y tenía carnet de carretillero… pero le acabaron haciendo trabajar una media de 11 a 14 horas diarias —con picos de hasta 17 horas— en las cámaras frigoríficas de una conservera de pescados.

«Había mucho trabajo y si te negabas, te ibas a la calle», recuerda. En estas condiciones pasó dos meses. El contrato, del cual todavía le deben dinero, era de cero horas, por lo que le podían llamar «cuando les da la gana». En varias semanas de los dos meses que estuvo ahí le retrasaban los pagos y nunca cobraba todas las horas que trabajaban.

En esos dos meses vivió con otros cuatro españoles vivieron en dos domicilios. En la primera a uno de los trabajadores le quisieron alojar en «una buhardilla con humedades y bichos». En la segunda, a la que le cambiaron por las protestas de los empleados, tenía goteras en las camas, «humedades por todos los lados» y agujeros. Y además, no tenían ni calefacción ni agua caliente. «Teníamos que calentar el agua en un barreño y echárnosla», asegura.

Los compañeros, dice, les ponían malas caras y les decían comentarios. Y los superiores permitían que los trabajadores holandeses trabajaran solo ocho horas diarias, mientras el resto de empleados se quedaban cuatro horas más limpiando pozos, lo que les provocaba vómitos, problemas de piel y alergias. Actualmente trabaja en un restaurante y piensa denunciar a la empresa.

Felipe dice haber sentido racismo. Una queja común de los trabajadores con los que ha hablado 20minutos. Denuncian que la gente de allí ve a los españoles como mano de obra barata, que le quita el trabajo a los holandeses. «El racismo era notable, los peores horarios eran para nosotros», zanja uno de los trabajadores con los que ha hablado este medio.

«Trabajaba cuarenta horas por comida y habitación»

Caso distinto son las páginas de Internet que ofertan voluntariados de cinco o seis horas diarias de trabajo en un entorno natural, en una granja ecológica, a cambio de casa y comida. Helios, un cordobés de 32 años, usó una de ellas para «conocer el país». En las dos primeras familias donde estuvo, «todo fue bien». Pero en la tercera todo cambió. «Era una familia que no tenía granja, sino un puesto de mercado y una fábrica para envasar comida», explica a este medio.

Le pareció «raro», pero aceptó la oferta porque le dejaban estar más de un mes. A los pocos días noto que «algo no era legal» porque todas las semanas trabajaba cuarenta horas mínimo, cuando en el contrato ponía treinta máximo, y solo le pagaban la comida y una habitación minúscula. Además cobraba 200 euros en negro cuando el salario mínimo en el país es de 1.600.

Cada día le tocaba limpiar el suelo de la fábrica con paño y cubo de agua. Empezaba a las cinco de la mañana en el mercado, donde llegó a trabajar 12 horas en un día. Todo, «delante de la gente» y sin inspecciones laborales. «Nadie pregunta aquí porque somos extranjeros y no valemos», declara. Sus condiciones laborales tampoco le otorgaban derechos. Helios recuerda que un día se torció un tobillo… y al día siguiente tuvo que cargar cajas en el mercado.

Y un día acabó en la calle. Fue a ver al asistente social del ayuntamiento de la ciudad, que le preguntó si necesitaba dinero. Olivares se negó y volvió a la casa de los dueños de la empresa. Sin embargo, cuando volvió, el dueño de la casa le dijo que recogiera sus cosas y se fuera porque le había despedido. «Me dejó a deber 300 euros pero con llegar vivo a Córdoba me conformé«.

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