Despenalización del aborto: lo tiramos a la basura | Opinión


Un grupo de manifestantes celebra la despenalización del aborto por parte de la Corte Suprema de Justicia en Saltillo (Coahuila), este martes.DANIEL BECERRIL / Reuters

Los estados que habitamos, así como las instituciones y leyes que nos gobiernan, han sido diseñados, para bien o para mal, desde una perspectiva masculina. En la historia de la humanidad, han sido los hombres los que han debatido la forma de organizarnos socialmente y han determinado la forma de castigar lo que nos han impuesto como prohibido.

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El castigo generalmente significa cárcel y cárcel, control sobre el cuerpo. Este control ha sido la forma legendaria de ejercer el poder en el sistema patriarcal, el que nos juzga por ejercer libremente nuestra sexualidad, que nos pide prueba de no embarazo para contratarnos, que nos despide si estamos embarazadas, que nos imagina. solo a cargo del cuidado de nuestros hijos e hijas.

El avance del derecho de las mujeres a decidir es particularmente simbólico porque rompe el sistema patriarcal al perder el control sobre nuestro cuerpo (no podrán obligarnos a ser madres) y elimina la posibilidad de castigarnos (no podrán poner nosotros en la cárcel por tener un aborto).

La reciente determinación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Es un ejemplo de cómo pueden cambiar los criterios si se incorpora el enfoque de género al debate. Las mujeres que hoy participan en la vida política del país tienen la responsabilidad de utilizar los espacios que otros nos han abierto para no reproducir las mismas fórmulas que asignan roles, control y estereotipo. Eso es lo que tienes que tirar.

El debate nacional que esta semana se centró en la resolución de la Corte reconoce realidades que hace apenas una década muchos y muchos se negaban a ver:

  1. El derecho a una vida digna no puede entenderse sin autonomía física, económica y de decisión. Entender la vida de esta manera nos acerca a la igualdad entre hombres y mujeres, a la justicia social, pero sobre todo a la libertad individual. Una libertad que nadie obliga. Quien se niega a abortar no puede ser obligado, de la misma forma que quien se niega a continuar con su embarazo no puede ser obligado. Una libertad que no impone ideologías y respeta la diversidad de pensar, sentir, creer y vivir.
  2. Se reconoce la vulnerabilidad criminal de las mujeres más pobres. Los ministros insistieron en ello: el aborto es un crimen que castiga la pobreza y estigmatiza a los presos. Lo mismo ocurre con muchos delitos. Al defender nuestro derecho a decidir, las mujeres también visibilizamos un sistema punitivo que quiere prevenir comportamientos a través de la prisión, que castiga principalmente a personas indefensas, con educación básica y escasos recursos económicos. Denunciamos un sistema penal que tiene graves consecuencias sociales que reproducen la pobreza y potencian la violencia. Con esto comenzamos la construcción de un nuevo sistema de justicia: enfocándonos en la prevención y cuestionando qué conductas deben ser tipificadas como delitos y cuáles de ellas merecen la pérdida de la libertad como castigo.
  3. El derecho a decidir sobre la continuación de un embarazo pertenece a las mujeres y a las gestantes, reivindicando así diversas identidades de género, específicamente las personas no binarias y los hombres trans. Este es un mensaje importante de inclusión social, pero sobre todo un llamado a las autoridades sanitarias para que desmantelen los prejuicios que impiden o limitan el ejercicio de los derechos.

Hace 13 años, cuando la Corte Suprema de Justicia de la Nación resolvió acciones de inconstitucionalidad sobre este mismo tema, adoptó criterios radicalmente distintos. En poco tiempo, las mujeres que han insistido en el derecho a decidir han logrado un cambio histórico: lo vamos a tirar, lo estamos tirando.

Nuestra voz se escucha. La fuerza y ​​la articulación que han adquirido los movimientos feministas hacen urgente un cambio social profundo. Las mujeres estamos ocupando espacios de poder capaces de convocar un debate inclusivo, que no solo cuestiona el control de nuestros cuerpos, sino de todo el sistema estatal.

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