¿Deberías cambiarte de ropa al llegar a casa? Lo que dice la ciencia


Uno de mis mejores amigos (buena persona, inteligente e incluso bastante guapo) debió hacer algo muy malo en otra vida. No es algo de lo que pueda estar seguro, claro. Pero le he dado muchas vueltas y es la única explicación lógica que encuentro a que, en fin, haya acabado viviendo en Bruselas.

Lo comento porque, en las últimas semanas, he pensando mucho en él: fue la primera persona a la que vi transicionar, en vivo y en directo, hacia ese club de gente que deja los zapatos en la entrada de su casa.

Yo me compré unas crocs para trabajar hace unos meses y, sinceramente, creo que aún tienen las etiquetas puestas.

¿Y si con los zapatos no basta? Imaginad lo que pensé cuando me enteré de que hay gente convencida de que con los zapatos no basta, que hay que cambiarse toda la ropa. No estoy (tan) desconectado de la realidad (como podría dar a entender esta última frase). Sabía que, poco a poco, los pocos estudios que se han hecho sobre la costumbre de cambiar de zapatos al llegar a casa dicen que es una práctica cada vez más popular.

Además, es evidente que hay muchas razones para cambiarse de ropa cuando uno llega de la calle: por comodidad, higiene o seguridad, por ejemplo. Muchísima gente (incluso aquellos que no usan ‘uniforme’ en sentido estricto) usa ropa «de trabajo» y, si no se cambian en el mismo centro, se cambian nada más llegar a casa.

Es razonable, es comprensible. Igual que es razonable y comprensible que los niños que usan uniforme en el colegio se cambien al llegar a casa. Aunque, a menudo, esto tiene menos que ver con lo que traen de fuera y más con lo que les puede pasar a dichos uniformes (manchas incluidas).

¿Pero tiene sentido llevar eso a sus últimas consecuencias? Es decir, ¿tiene sentido cambiarse para ir a comprar el pan al colmado de la esquina? Lo de los zapatos, en el fondo, lo entiendo: están en contacto con el suelo de manera directa y tenemos estudios (como este de la Universidad de Arizona) que dicen que, tras dos semanas de uso, se pueden encontrar más de 420.000 bacterias en el exterior de unas zapatillas. ¿Pasa lo mismo con la ropa?

Graham Snyder, director médico de prevención de infecciones y epidemiología hospitalaria del Centro Médico de la Universidad de Pittsburgh, decía en The Washington Post que no hay que menospreciar los tejidos como un medio de propagación de gérmenes. Al fin y al cabo, no hay manera humana de mantener un ambiente estéril sin un esfuerzo descomunal (que desnaturalice la vida de cualquier persona).

No obstante, Snyder también decía que, cuando hablamos de infecciones, «esta vía de transmisión es poco común». Y, aunque es posible, que trasporten algo peligroso (como piojos o ácaros de la sarna) «por lo general y en su mayor parte, los gérmenes de la ropa no son peligrosos». Y añadía que «lavarse las manos cuando uno regresa a casa es una estrategia de prevención de infecciones mucho más eficaz».

Esto quizás sea lo más interesante. Porque, con los datos en la mano, hay muchas cosas que deberían preocuparnos más que la ropa. Las monedas, por ejemplo, tienen entre 23.000 y 255.000 bacterias y entre 11 y 377 colonias de hongos (Kuria, Wahome, Jobalamin y Kariuki, 2009). Es decir, convivimos con bacterias, hongos y virus todos los días y, aunque tomar precauciones nunca está de más, no parece necesario llegar a tanto.

Eso sí, nada de esto significa que no se pueda hacer o que sea una tontería. A menudo, nos obcecamos en encontrar explicaciones racionales a cosas que sencillamente nos hacen sentir bien. Y no, no hace falta. Da igual el motivo que nos sentimos bien cambiándonos de ropa, lo importante es que (efectivamente) nos hace sentirnos bien. Con eso es suficiente.

Imagen | Kim Love

En Xataka | Los que se quitan los zapatos al entrar a casa tienen razón. La ciencia les avala



Fuente