‘Chinas’ (2023), crítica: Busca un cine social punzante para ahondar en los orígenes de dos familias pero es tan de mentira como el juguete de un bazar


Si algo nos ha enseñado el cine en el siglo XXI es la importancia que tiene que los directores y guionistas cuenten sus propias experiencias como una ventana con la que mostrar historias al mundo que de otra manera podrían estar mal representadas o tratadas con poca sensibilidad. Películas como ‘Minari’, ‘Moonlight’, ‘Past lives’ o incluso ‘Red’ o ‘Wonder’ han llevado al gran público cintas que antes no se rodaban porque no había nadie para hacerlo. Ahora, ‘Chinas’ hace borrón y cuenta nueva cayendo en todos los errores en los que se puede caer en una película con un título tan arriesgado como este.

Representación mal hecha

Lo primero que te enseñan en cualquier clase de escritura creativa es «Habla de lo que sabes y de lo que sientes». Arantxa Echevarría ha hecho todo lo contrario en ‘Chinas’, una película que empezó con una anécdota propia: ella era cliente de un bazar chino y un día la niña, Lucía, le dijo que quería algo por Reyes. Como los padres no iban a comprarle nada, ella envolvió una Monster High y, tras meterla en la valla del comercio, se dio cuenta de que se estaba metiendo en la cultura de otra familia y que estaba actuando como una salvadora blanca. Tarde, por cierto: no pudo sacar la muñeca y jamás volvió por ahí de pura vergüenza.

No sé si la directora cree que con esta película está expiando sus pecados, pero en mi opinión está cayendo de cabeza en la misma situación, solo que en lugar de hacer partícipe a una niña y su familia se está tratando de erigir como la gran narradora de la comunidad china española tratando de explicar su idiosincrasia y sus problemas. Es casi grotesco y de mal gusto intentar contar una historia íntima sobre dos niñas chinas como manera de pedir perdón por meter la pata hace años. Salir de la sartén para caer en las brasas.

Y ojo, porque no creo en absoluto que la película tenga malas intenciones. Al contrario: pretende servir de hermanamiento y de ventana a los problemas de una sociedad que, por lo general, en España sufre racismo e incomprensión, y sufre por encontrar su lugar en el mundo. El problema es que trata de luchar a su favor muy fervientemente, pero sin la comunidad al lado. Ni en producción, ni en guion o ningún aspecto artístico más allá de la actuación hay personas asiáticas. Todo por el pueblo, pero sin el pueblo. Yo te defiendo, pero también controlo tu narrativa. Una vez más, la Monster High metida tras la valla del bazar.

Hallazgos entre los pasillos

‘Chinas’ es mejorable, sí, y moralmente daría mucho de lo que hablar en los tiempos que corren, pero no es un horror, ni mucho menos. Más allá de un guion que no está a la altura de las circunstancias, con diálogos en ocasiones funestos, casi dignos de un hilo de Twitter, los personajes infantiles están bien definidos, las actrices son estupendas y los pocos momentos oníricos e imaginativos (esa imaginativa fiesta en el bazar entre pompas de jabón y golosinas) nos dejan con la miel en los labios mostrando la película que podría ser y no es.

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En su lugar, la cinta trata de ser un cine popular y de barrio, metiéndose en problemas sociales donde hace de manera irremediable el ridículo más absoluto cada vez que toma la decisión de centrarse en la hija mayor de la familia china, interpretada por Xinyi Ye, en una trama que representa la juventud de una manera que cae en la parodia sin pretenderlo: ella, enamorada de un malote al que llaman «el Escape», que gusta de jugar al Muelle (ese juego sexual cuya existencia sigue siendo un mito y aquí tratan como rutina de la chavalería) y que parece sacado de ‘Yo, el vaquilla’ o ‘Navajeros’. Es, básicamente, la imagen que tiene de la juventud quien ya hace mucho tiempo que no trata con gente joven y tiene más prejuicios que realidades.

Es una pena, porque hay algo en ‘Chinas’ que sí podría haber funcionado mejor si se hubiera centrado en ello: la dualidad entre las dos niñas protagonistas. La que nació de una familia emigrada y la que fue adoptada. La que conoce sus orígenes y la que no sabe si quiere buscarlos. Ambas sueñan con otra vida, ambas se intercambiarían en algún momento, pero lo que no saben es que, realmente, no quieren la vida de la otra. Que cada cual tiene sus problemas. Que ser chino no es una experiencia unitaria. Ojalá Echevarría también lo entendiese.

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Las falsas citas

La directora no podía dejar pasar la ocasión de mostrar un racismo sistémico e innecesariamente brutal, que va más allá de llamar «banana» a la hija mayor (blanca por dentro, amarilla por fuera) y que llega a su punto álgido en una escena dentro del bazar tan certera en su denuncia como falsa en su puesta en escena. Y es un sonoro problema: no hay nada de verdad en esta película, no transpira sensibilidad más allá de sonrisas, pulgares hacia arriba y buenas intenciones. Es, por así decirlo, un juguete que imita a otros en el pasillo de un bazar: sabe imitar las formas de otros parecidos, pero se nota que no es auténtico.

Desde la primera escena, en la que la niña china adoptada pregunta con desprecio «Papá, ¿quiénes son esas chinas?» hasta el momento en el que se repite el episodio de la Monster High como manera de implorar perdón cinematográfico o cualquier interacción con El Escape, no hay nada aquí que huela, ni lejánamente, a realidad. Es la ficción dramatizada que alguien ha escrito sobre la realidad de otras personas a las que no conoce, basándose en tópicos y secuencias que pretenden parecer íntimas pero se sienten muy, muy lejanas.

Lo siento de veras por Arantxa Echevarría, porque no es una mala directora, pero quizá empieza a ser hora de contar sus propias historias, expresar sus propios sentimientos, defender sus propias reivindicaciones. Hasta entonces, películas como ‘Chinas’ son simple cartón piedra que tratan de disfrazar la mentira de realidad sin mucho éxito. Cine buenista para una sociedad que pide realidad descarnada. Una Monster High comprada sin permiso.

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