Brilla gracias al Quim Gutiérrez más carismático, pero su matrioska fílmica se juega todo a un final potente que llega demasiado tarde


La película más difícil para un director no es la primera ni la segunda, sino la que le toca hacer después de un exitazo y que va a definir si es capaz de convertirse en un realizador respetado o siempre vivirá a la sombra de aquel one-hit-wonder. Por ejemplo, Jared Hess nunca pudo volver a estar a la altura de ‘Napoleon Dynamite’ y los creadores de ‘El proyecto de la bruja de Blair’ (Daniel Myrick y Eduardo Sánchez) flotaron desde entonces en la nebulosa de lo mediocre. Ahora es el turno del examen de Robin Campillo tras ‘120 pulsaciones por minuto’. Seis años después, ¿habrá conseguido sobreponerse a las expectativas?

Madagascar (sin elefantes que hablan)

‘La isla roja’ es una matrioska que oculta otra película distinta en su interior y, más que pedir, exige al espectador que le acompañe hasta su revelación. Y ojo: el juego de mago experimentado funciona, es impactante y cuando conoces el secreto que se ocultaba a plena vista no te queda otra que aplaudir la audacia de Campillo. El problema es que llega muy tarde, cuando el interés de los espectadores está ya de retirada y uno empieza a mirar el reloj de manera frustrada.

Porque sí, su escena final es fabulosa y te abre de manera espectacular el mundo que hasta ese momento había estado constreñido a una base militar en Madagascar y el pequeño microcosmos formado entre los que allí residen. Es una escena que chorrea vitalidad, fuerza, una dirección potente, personajes carismáticos y tiene un ambiente de fiesta y lucha en la que apetece participar. Si no tuviera casi dos horas de metraje antes de la inevitable vuelta de tuerca, quizá las valoraciones hubieran sido otras.

Isla Roja
Isla Roja

Pero ‘La isla roja’ te ofrece su portentoso final como la guinda de un pastel maltrecho, que narra la vida de unas familias disfrutando de una vida de eterno domingo y telenovela íntima que solo funcionaría, realmente, como contraposición a lo que se está viviendo fuera de ese complejo militar. Campillo cuenta con que los espectadores somos conscientes de lo que pasaba en Madagascar a inicios de los años 70 para construir su narrativa de playas, familias aparentemente felices y besos adolescentes. Pero si faltan esas bases falla todo, y la película se tambalea de forma inevitable.

Fantomette, que en todos los líos se mete

No es difícil ver el intento de retrato irónico con el que la película pone el foco en una familia de colonizadores (que negarían serlo en cualquier momento) más centrada en su idiosincrasia interna y sus lujos indebidos que en su trabajo. Pero nunca termina de funcionar del todo: le faltan momentos definitorios y le sobran conversaciones insípidas y repetitivas. Campillo ha mirado fijamente a la burguesía militar de aquella época, pero ha errado el disparo por puro miedo.

La Isla Roja
La Isla Roja

Llama la atención la contención de ‘La isla roja’, un acercamiento radicalmente opuesto al de ‘120 pulsaciones por minuto’, en donde se dejaba llevar, rodaba sin límites, de forma pretendidamente exagerada. Aquí ha perdido su estilo casi por completo, confiando en que la portentosa fotografía de Jeanne Lapoirie compense la falta de garra. En parte lo consigue (los planos son cautivadores, cercanos, consiguen que sintamos el calorcillo al estar sentados en la mesa en la sobremesa, la diversión de la fantasía, la pasión de un pueblo), pero no es suficiente para elevar una dirección excesivamente tímida.

Una timidez que parece evaporarse casi por completo en las escenas donde, por fin, el director se permite soltarse el pelo: cuando el pequeño de la casa puede convertirse en Fantomette, una colección de 52 libros infantiles que salieron en los 60 y que sería una especie de ‘Miraculous: las aventuras de Ladybug’ de aquella década. Son momentos definitorios, divertidos, únicos, donde la película da un salto de fe y hace algo que no logra durante el resto del metraje: ser ella misma.

Un actor Quimternacional

Creo que no cabe duda de que Quim Gutiérrez es un tesoro patrio, pero su papel en esta película demuestra que, más allá de cameos en ‘Jungle cruise’, está preparado para su salto al territorio internacional. La sutileza de su interpretación, el lenguaje corporal y la inflexión que le da a las frases de una manera exacta, casi médica, hace que cada momento en el que aparece en pantalla sea para llenarla a base de carisma y hacer olvidar al espectador que el resto de ‘La isla roja’ está rayando a un nivel más bien mediocre.

Campillo ha querido jugar su película a dos cartas: una, que acabaríamos enamorándonos de manera inevitable de la familia protagonista y sus vaivenes sentimentales. Otra, que el final nos abriría los ojos ante la realidad y pondría bajo otra perspectiva el resto de la cinta. Y sí, pero no. La familia protagonista no es atractiva ni interesante, simples estereotipos con un viaje más o menos claro desde el primer momento que se aborda con poca fiereza creativa, convirtiendo el viaje a su lado (y el del resto de compañeros de la base militar) más en deberes que en un gozo.

Campillo lo tenía difícil para igualar el consenso crítico de ‘120 pulsaciones por minuto’, y es tan injusto como inevitable compararle con aquella película. ‘La isla roja’, sin ser un mal título en ningún momento, no termina de destacar ni de ser el golpe enérgico en la mesa que podría haber sido. El resultado es todo lo contrario de lo que pretende ser: un mejunje blandito, aburrido y gris que solo se salva por el toque fiero de sus últimos minutos. Y, tristemente, no compensa.

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