Hipnótica obra de Albert Serra sobre el poscolonialismo


Como todo enfant terrible, Albert Serra es un autor/personaje que despierta tanta sospecha como fascinación. Su cine, qué duda cabe, es mucho más interesante que el de, pongamos, Luis Miñarro, cuya ‘Love me not’ aún me provoca cierto estupor en el recuerdo. Ya en su momento, ‘Honor de cavalleria’ me pareció un debut de lo más estrafalario e interesante.


Con ‘El cant dels ocells’ (2008), quizá su obra más lograda hasta la fecha, me sorprendió para bien, demostrando que, tras su palabrería y falsa arrogancia (algo que rima con la falsa modestia) se ocultaba un auténtico cineasta capaz de generar imágenes peculiares y memorables, tan hipnóticas como llenas de matices, dotadas de una singular y muy personal pureza.

Sus aproximaciones históricas posteriores, muy lejos de ser desdeñables, me interesaron menos, aunque bien es cierto que ayudaron a cimentar algunos de los temas constantes de su filmografía, como los mecanismos del poder, un tema que se repite en su última película.

Ahora, esta ‘Pacifiction’ se vende como su obra más narrativa y accesible. El espectador desorientado que acuda a verla con esta idea lo más seguro es que termine irritado y confundido, aplastado por sus 165 minutos de metraje. No, lo último de Serra es cualquier cosa menos una película fácil. Sí es un estudio sobre el poder que enlaza con sus obras directamente anteriores y una peripecia atmosférica, casi abstracta, que retrata con precisión un tiempo, un espacio y un personaje.

El director emplea la cháchara y el sinsentido del diálogo para explicar lo absurdo de las relaciones diplomáticas en el contexto del poscolonialismo, y para ello busca aburrir, desconcertar y conducir a su público al hartazgo mostrándole gran cantidad de escenas en las se habla de mucho sin decir prácticamente nada. Hay en este Serra mucho del Antonioni que hacía películas aburridas para reflejar el aburrimiento, y en esta línea es inevitable recordar una obra tan influyente y única como ‘El reportero’ (1975), protagonizada por Jack Nicholson y Maria Schneider.

‘Pacifiction’: el discreto encanto de Tahití en una película de lo más singular

Serra se detiene en mostrarnos la localización de Tahití a través de la mirada de un alto funcionario francés. Para ello cuenta con la entregada y solvente interpretación de Benoit Magîmel, cómodo y creíble en el rol central. También presta atención a todo lo que le rodea, a los personajes secundarios, en especial al que compone Pahoa Mahagafanau y la intrigante relación que tiene con el protagonista.

Pacifiction

Este entorno trasladará inmediatamente al espectador cinéfilo o bibliófilo a novelas como ‘Bajo el volcán’ de Malcolm Lowry o ‘Nuestro hombre en la Habana’ de Graham Greene, así como a películas tan rescatables como ‘Saint Jack, el rey de Singapur’ (1979) de Peter Boagdanovich o ‘Coup de torchon’ (1981) de Bertrand Tavernier. De todas ellas bebe en mayor o menor medida este artefacto amorfo y seductor llamado ‘Pacifiction’, que compitió en Sección oficial del festival de Cannes.

Sin embargo, lo más interesante de la obra es la intención, bastante conseguida, de mezclar estas secuencias de prosa intencionadamente vacía con otras de un tono poético, sensorial y plástico, con reminiscencias del cine de autores como David Lynch, Maya Deren o Kenneth Anger, subrayando una atmósfera malsana y decadente que redunda en su discurso político.

Ambas partes se ensamblan con notable naturalidad. A fin de cuentas, ‘Pacifiction’ resulta una obra tan abigarrada y particular como cargada de estímulos e ideas. El espectador deberá escoger si opta por desconectar o formar parte de un juego que, con todas sus imperfecciones, o precisamente por estas mismas aristas, ecos, lagunas y reiteraciones, termina por resultar, no sé si satisfactorio, pero sí estimulante. Esto es, lo que el cine de autor debe ser, ahora y siempre.



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