El nuevo socialismo agazapado del Partido Demócrata


La noción de la libertad surge en Ortega de su propia idea de la vida. Como que ésta es quehacer y problema, requiere a cada momento una decisión. Hay una serie de posibilidades entre las cuales puede el individuo elegir. En este imperativo de selección nuestra libertad. Ortega se encarga de aclarar que  somos lires por fuerza, querámoslo o no. La libertad forma parte de la íntima estructura de la vida.

Si el hombre fuese fijo e inmutable, si sólo tuviera naturaleza, entonces no podría ser libre, porque no se le daría la posibilidad de escoger su destino. Pero sucede en el hombre algo excepcional: su vida le es dada y tiene que hacerla al mismo tiempo. Esta capacidad creadora le acerca a Dios, “a un Dios de ocasión —como diría el cardenal Cusano— porque su creación no es absoluta, sino ceñida a la circunstancia”.

Para Ortega y Gasset la libertad es inherente a la vida humana y no cabe renunciar a ella, a menos que se renuncie a vivir. Por eso es importante que, en las estructuras sociales y políticas de la humanidad, se respete este atributo inalienable de la persona. Pero la vida como libertad no supone el mero disfrute de los derechos civiles, sino que “los hombres vivan dentro de sus instituciones preferidas, sean estas las que sean”. Lo contrario es la vida como adaptación, o la esclavitud política, en que el individuo queda anonadado y sepulto bajo el peso avasallador del Estado.

El Partido Demócrata ha sido infiltrado por un grupo de personas con ideas anarquistas, comunistas, terroristas que si no es como ellos dicen, queman todos los establecimientos y destruyen los cimientos de la democracia. De eso se trata el acontecimiento mas grande que se celebra dentro de la democracia. Las elecciones. Se quiere quitar del panorama de la Unión Americana el régimen de la libertad individual. Esos experimentos están en Venezuela, Cuba, en gran parte de los países esclavizados por el rodillo del totalitarismo. Ortega y Gasset aclara, depende tanto de la coacción que el Estado ejerza, como de la forma de ésta. Siempre la presión estatal actúa sobre el individuo. Cuando esa presión responde a una voluntad mayoritaria y establecida por la ley, la libertad no sufre mengua. En cambio, cuando la coacción es ejercida en forma arbitraria o ilegitima, se vicia y resquebraja el sistema de instituciones libres. Esa carretera rápida es la que ha escogido el Partido Demócrata para terminar de acabar con el sistema capitalista que rige la Unión Americana desde su fundación.

En un ensayo famoso, La rebelión de las masas, Ortega hizo la mas certera defensa de la vida como libertad. Ya batía entonces fuertemente sobre Europa la tolvanera totalitaria. Comunismo y fascismo se pusieron de moda, como nuevo maniquíes que se ofrecía, desde las vitrinas políticas, a la frivolidad del hombre contemporáneo. Y todo el mundo quería colocarse el traje totalitario, su camisa roja o negra, para exhibirla con el puño en alto y el grito iracundo en los labios. Ortega y Gasset tuvo el valor de enfrentarse al monstruo y de proclamar su verdad sin miedo a los rugidos. La defensa que entonces hizo del liberalismo fue luminosa y la historia le ha dado la razón. El Partido Demócrata con un candidato que deja mucho que desear trae su tolvanera totalitaria con el mismo estilo de la Europa antigua.

En La rebelión de las masas se plantea el hecho de las aglomeraciones como uno de los fenómenos más característicos de nuestro mundo contemporáneo, “La muchedumbre —escribía Ortega— se ha hecho visible, se ha instalado en los lugares preferentes de la sociedad. Antes, si existía, pasaba inadvertida, ocupaba el fondo del escenario social; ahora se ha adelantado a las baterías, es ella el personaje principal. Ya no hay protagonistas; sólo hay un coro”. ¡Y qué coro!

Esta subida de nivel histórico de las masas se le debe en gran medida a América, que adopta un nuevo sentido de la vida, y añade que el europeo trata de nivelarse con el americano, al aplicar las técnicas del progreso a la vida social. Hay un dato muy ilustrativo sobre lo que representa el adelanto técnico: en 1820 no había en París diez cuartos de baño en casa particulares. La civilización contemporánea es gran medida una revolución de cuartos de baño, en que América actúa de pionera.

El crecimiento del mundo contemporáneo y el ascenso en el nivel de vida general hacen que el poder público se halle bajo la directa influencia de la masa. Los del Partido Demócrata han encontrado una fórmula tan vieja para engañar a los incautos y esa fórmula le llaman, el hombre-masa. El hombre-masa se caracteriza, según Ortega, por cierto, sentido hermético de su alma, que se encuentra cerrada para todo aquello que no sea el interés del grupo de clase que representa. Su arma frecuente es la imposición o la violencia (tal y como ha ocurrido en diversas ciudades de la Unión América previo a las elecciones) para poner sus fines. Poco importa tener razón. “Bajo las especies de sindicalismo y fascismo —dice Ortega— aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino sencillamente se muestra resuelto a imponer sus opiniones”. Por ello odia los parlamentos, que son los lugares donde el diálogo público se realiza, y se pronuncia contra la democracia, que es el régimen que se basa en la libre discusión de los problemas.  Para los hombres-masa o totalitario del Partido Demócrata, el poder público es ejercicio de la violencia y una forma de suprimir, al contrario. Esa es la nueva escuela del Partido Demócrata con los mesías de apellido Harris, el loco Joe, Sanders, Cory Anthony Booker y demás yerbas aromáticas que, solo buscan esas comodidades para hacerse multibillonarios, así como lo hizo Castro en Cuba a costa de todo un pueblo. La mayoría de los que conforman el nuevo grupo de sediciosos son renegados sociales; herederos de lo que se llamó en Cuba, “el hombre nuevo”. Todo ese cacareo viene desde lejos.

Frente al hombre-masa, que es una desnaturalización del ciudadano, porque supone un hombre cortado por la mitad, sin alma, “el liberalismo” —apunta Ortega— es la suprema generosidad; el derecho que la mayoría otorga a las minorías y es, por tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo, mas aun, con el enemigo débil. ¿No empieza ya a ser incompresible semejante tortura?

La escuela del nuevo Partido Demócrata, en efecto, se parece mucho o es una copia calcada del bolchevismo y fascismo que se encargaron de ir debilitando la fe del hombre en esa bella concepción de la política como convivencia de las ideas disimiles. Un bronco rugido de selva, monocorde y salvaje, se oye en la atmosfera. Ortega entonces la vio con claridad y dijo verdades tan proféticas como éstas: “Bolchevismo y fascismo son dos claros ejemplos de regresión sustancial. Uno y otro son dos seudo-alboradas; no traen la mañana de mañana, sino la de un arcaico día, ya usado una o muchas veces; son primitivismo”. El Partido Demócrata con un grupo de sabandijas piensa que podrán manipular a la ciudadanía y convertirla de nuevo en hombre-masa como siempre ha sido el sueño del que pisotea su propia raza.

Esa nueva desbandada del Partido Demócrata nos regresa a esa experiencia de hace ya casi un siglo nos viene a confirmar el aserto de Ortega. El brote totalitario, en sus múltiples especies, no ha sido otra cosa que una pretensión de volver atrás. Las páginas de La rebelión de las masas nos revelan que la profecía histórica es a veces posible, y que Ortega y Gasset la practicó con agudo talento y sensibilidad, sin faltarle, asimismo, las galas de un estilo asistido de belleza y poesía.

Del Partido Demócrata salirse con la suya tendrán que volver los Hermann Hesse, un individualista rebelde divorciado de los dogmas e instituciones establecidas, un buscador solitario e incorruptible de nuevas normas. O un Francis August Schaeffer que se compró una finca y se puso a escribir su pensamiento teológico sin salir del lugar donde gravitó hasta los últimos días de sus días.

JPM



Fuente