Desmontando una barbarie histórica (OPINIÓN)

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El autor es un político. Vive en Raleigh, Estados Unidos.

El 24 de abril de 1965 simboliza el apogeo de la voluntad del pueblo dominicano de hacer respetar su voluntad, expresada por primera vez después de 31 años de dictadura en las elecciones del 20 de diciembre de 1962; en el que el profesor Juan Bosch fue proclamado libre y masivamente Presidente de la Nación.

La competencia electoral que derivó en estas elecciones fue un claro presagio de lo que le esperaba al presidente Bosch para gobernar un país lleno de pasiones. Para consolidar su victoria electoral, Juan Bosch, en lugar de asistir a un debate público con el Dr. Viriato Fiallo, quien era su oponente en la contienda, se vio obligado a debatir con un representante de la Iglesia Católica.

Bosch no había sido juramentado como presidente, cuando ya hervían las conspiraciones en el mapa político social dominicano; A los pocos meses de jurar como presidente, el conglomerado católico comenzó con mítines de reafirmación cristiana, en clara alusión a que Bosch fue acusado de comunista durante la campaña.

Una de las teorías conspirativas que ha quedado en el imaginario de nuestra generación es que el General Miguel F. Rodríguez Reyes fue emboscado y asesinado el 28 de diciembre de 1962, para impedir que semanas después fuera Ministro de Defensa del gobierno de Juan Bosch.

Sea cierta o falsa esta teoría, la realidad es que la aparición del general Rodríguez Reyes era ideal para el inicio del nuevo gobierno electo, ya que su liderazgo dentro de las fuerzas armadas consolidaría el mandato encabezado por don Juan Bosch.

Es muy raro que un militar experimentado, curtido bajo el régimen de Trujillo, que haya dado muestras de absoluta lealtad al mando superior, al negarse a participar en un complot contra este líder, aludiendo a que «jamás traicionaría a un inmediato superior», murió en una refriega entre campesinos armados con machetes y palos.

La intervención del 28 de abril de 1965, tres días después del estallido del levantamiento revolucionario del 24 del mismo mes, es sólo la consecuencia coyuntural del proceso de Guerra Fría que se opone a las superpotencias que polarizan el mundo de posguerra.

Entonces, el mes de abril se convirtió para los dominicanos en una expectativa de eventos políticos y sociales que pudieran agitar el ánimo de los dominicanos; y después de muchos años llegamos a abril de 1984.

Los seres humanos que han tenido la oportunidad de ser protagonistas de un hecho histórico deben tener la delicadeza de hablar de ello con sinceridad; sin poner excusas por sus acciones desde el momento en que estuvieron involucrados. Decimos esto porque el rector de política económica del gobierno del PRD en 1984 acaba de publicar un artículo periodístico atribuyendo a la mala suerte los hechos de aquel abril.

Aconsejar a un presidente de República Dominicana que firme un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que comprometa la independencia económica del país no es mala suerte; tampoco es cuestión de mala suerte, acoger a la gente de sus vacaciones en Semana Santa, con los precios de los artículos de primera necesidad duplicados.

Querer decir que cada vez que el PRD-PRM ha tenido la oportunidad de gobernar, la mala suerte le ha dado tiempos difíciles para desenvolverse en el poder, es un atropello histórico que no debe surgir en la mente de una persona civilizada, con emanaciones históricas.

Los cientos de ciudadanos asesinados en abril de 1984 no son solo responsabilidad del jefe de este gobierno, el doctor Salvador Jorge Blanco, sino también de quienes dirigieron las políticas económicas que se aplicaron.

La suerte no tiene nada que ver con la desastrosa actuación del gobernante PRD-PRM; es una cuestión de capacidad política y de gestión. Esta facción del liberalismo criollo lleva en su esencia un atraso ancestral que no ha podido superar.

Siguen copiando y comportándose como los cimarrones caudillistas de finales del siglo XIX; armando guerrilleros para «te quitas para que me ponga».

jpm-am



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