Tanto trabajo y tanta diversión | Babelia


El escritor Javier Marías.Klaus Holsting

Mi querido amigo y editor, Pilar reyes, me insta a redactar un breve texto para esta edición del cincuentenario, y adjunta los que publiqué en 1987 y 1999, con motivo de otras ediciones de mi primera novela. Habiendo releído estos, dudo que me quede algo que agregar sin ser pesado y redundante. Así que solo puedo hacer una consideración sobre el tiempo transcurrido, y maravillarme de haber estado activo en el mundo de 1971 y seguir activo en el de 2021. Son tan diferentes que no sé hasta qué punto puedo ser el mismo, la misma persona, aunque debo serlo ya que guardo memoria de la escritura aventurera y la aparición milagrosa e inesperada de Los dominios del lobo, que de hecho se retrasó en comparación con lo esperado porque el poeta Felix Grande, que entonces trabajaba en Edhasa con un puesto de responsabilidad, opuesto con uñas y dientes, contra los criterios de Rosa Regàs, que me apoyó. Alguien tuvo la indiscreción de pasarme unas cartas cruzadas entre ellos, y claro, en la extrema juventud se queman esas predicciones. Aún era un autor inédito y ya había sido condenado para siempre, porque Grande escribió una frase muy parecida a esta: «En una línea de Isaac montero hay más literatura de la que Javier Marías podrá escribir en toda su vida ». Nada menos. Y puede ser, porque después de tanto tiempo admito que nunca he leído una sola línea del novelista antes mencionado, contra quien evidentemente no tengo nada.

En cualquier caso, y si mal no recuerdo, el cartel que preparó Edhasa para Los dominios del lobo Decía, por esa razón «interna»: «El autor más polémico del año», o quizás «La novela …». Así que no tuve un muy buen comienzo, ganando inocentemente al enemigo de personas más poderosas, algo que se ha repetido innumerables veces desde entonces. Coincidí con Félix Grande hace unos años, y sin duda se acordó del episodio, porque tímidamente me dijo: «Oye, lamento lo que pasó con esa novela juvenil tuya». Y yo respondí: «Gracias, no te preocupes. Ha sido toda una vida de eso, y hoy no importa. Y asi fue. Pero lo tuvo en su día y, como demuestra este recordatorio, no he olvidado la decepción, ni el riesgo de que mi primera novela finalmente no viera la luz. Las pieles jóvenes están bien. Con todo y eso, agradezco sus tardías disculpas.

Sí, qué diferente ese mundo del 2021, como se puede ver en el texto de 1987, el más biográfico. Esa fuga a París tuvo lugar solo un año después de la famosa Mayo del 68, que hoy es cuestión de historiadores, y de idiotas que lo imitan, creyendo que están inventando algo nuevo. Quizás lo más molesto de una larga existencia es que da tiempo para ver cómo todo vuelve, en una repetición tediosa, con «innovadores» rancios de una antigüedad deprimente, tanto en la política como en las artes. Eso es aburrido.

Si cuando ese poeta me puso el arco yo tenía diecinueve años, ahora tengo sesenta y nueve, es obvio, o los que han perdido la costumbre de sumar y restar mentalmente usan la calculadora. Durante bastante tiempo creí que no viviría mucho, quién sabe por qué. Lo que ciertamente no imaginaba entonces es que ese juego casi infantil me iba a llevar a trabajar tan duro. De joven apreciaba pocas cosas más que la pereza, y ahora encuentro mi última novela, Thomas Nevinson, de 705 páginas mecanografiadas. Antes ha habido otros quince, y miles de artículos y relatos breves, y algunas traducciones difíciles y algunas muy extensas. No es forma de pasar la vida por un vagabundo en origen. A veces me llevo las manos a la cabeza, consciente de que cada página ha sido elaborada y reelaborada con paciencia, siempre en papel y siempre mecanografiada, con correcciones a mano y reescritura.

Pero también me doy cuenta, con gratitud, de que otra vida no me hubiera gustado llevar, o no hubiera sabido cómo llevarla. Cuando enseñé, me di cuenta de mi incapacidad para obedecer las órdenes de los jefes de departamento de la universidad y no habría durado mucho más que yo. Habría durado aún menos en otro tipo de trabajo. En muchas entrevistas, a la repetida pregunta de por qué escribo, le respondí, medio en broma, que para no sufrir un jefe o tener que madrugar o someterme a horarios fijos. Esa respuesta ha resultado ser seria, y no hay un día en el que no me haya alegrado de haber iniciado el camino que, sin saber que me acompañaría tanto, elegí en el número 15 de la rue Freycinet de París. Esto ha sido posible gracias a la suerte de tener lectores, de lo contrario no hubiera podido sobrevivir, y a esos lectores les guardo una gratitud infinita, porque mientras escribía Los dominios del lobo Ni siquiera pensé en publicar. Lo hice por diversión, entonces, o quién sabe si por lo que antes se llamaba «vocación», aunque entonces no sabía que tenía tal cosa.

Lo que más recuerdo de aquella mañana escribiendo (luego me convertí en vespertino) fue lo divertido que me la pasé inventando historias, personajes y vicisitudes absurdas, siempre de acuerdo con el patrón o material del que hablé en 1987. Y, aunque mis últimas novelas sí lo han hecho. Ha sido muy diferente a los dos primeros, sobre todo al primero, veo después de medio siglo que, en mayor o menor grado, no ha habido un momento en el que no me lo pase bien escribiéndolos, de formas muy distintas (apropiado a la gravedad de los problemas y a mi edad cada vez). Así que eso ha perdurado: he trabajado mucho, sí, pero con diversión.

Lo que definitivamente he perdido es la capacidad de holgazanería, o más aún, de inactividad. Cuando veo amigos que se jubilan, me pregunto si no será el momento de seguir adelante. Después de todo, me he impuesto la disciplina de escribir novelas, porque nada ni nadie me obligó a hacerlo. Me he sentado frente a la máquina los días que he querido y las horas decididas por mí, y después de tres o cuatro suelo interrumpir, porque la cabeza no se cansa más, pero más rápido que el resto. El mío, al menos, carece de frescura y claridad, y lo que se escribe espeso o en la niebla casi nunca sirve de nada. Entonces me pregunto si podría imponerme otras disciplinas, pero para mí cualquier otra sería el equivalente a permanecer inactivo e improductivo. Supongo que, después de tantos años, no puedo imaginarme sin un proyecto entre manos. No a la fuerza novelística, sí «literaria», lo que sea que eso signifique hoy (los editores y libreros llevan mucho tiempo lidiando con el extraño concepto de «novela literaria»; me sorprende que algunos no lo sean, por lo que ves, y yo preferiría no acercarme a ellos).

A veces me siento cansado. Cada vez que termino una nueva novela, no me imagino emprender la siguiente y, desde 2007, con la publicación del tercer volumen de Tu cara mañanaMe he estado diciendo a mí mismo «Este será el último». Al cabo de unos meses, sin embargo, algo vuelve a condensarse en mi cabeza, o así ha sucedido con los cuatro que han seguido. Lo que no me da la más mínima garantía de que sucederá una vez más. Eso también me pasó al final Los dominios del lobo, entre otras razones porque no preveía más lectores que cuatro amigos y mis hermanos, y por supuesto no me consideraba un escritor. ¿Qué podía saber yo, a los diecinueve, qué me depararía la vida o qué iba a ser? He resultado ser eso, un escritor más que cualquier otra cosa, aunque creo que tengo mi mayor orgullo en algunas obras que traduje, más que en las que escribí.

En este punto, maldigo un poco a mi querida Pilar Reyes, por haberme obligado (uno se siente obligado a atender sus amables peticiones, demasiadas veces) a echar mi memoria tan atrás, a rememorar remotos episodios de juventud, y sumergirme. en un espantoso vértigo temporal. Es como si hubiera estado mirando fotos antiguas, algo que hace mucha gente y en lo que no incurro más que por casualidad. Es inevitable pensar: ¿qué fue de aquella época que era Tan nuevo ¿Y ese amor que provocó tanta ilusión? ¿Y esos amigos que se fueron o de los que yo me fui, o que me decepcionaron, o que murieron cuando no les tocó el turno? Todo eso estaba aquí y ya no existe. Y en cambio, está esta loca novela, Los dominios del lobo, con una portada inédita y con el motivo del peregrino que se encuentra a cincuenta años de su publicación. Da vergüenza que la nena dure más que el chico (vas a saber dónde acabó), y que sus primeros lectores, sobre todo Juan Benet, y que el tiempo y los amigos y los amores …

Portada de 'Los dominios del lobo', de Javier Marías

Los dominios del lobo

Javier Marías.
Alfaguara, 2021.
320 páginas. 18,90 euros.

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