Nicaragua: Sergio Ramírez: palabra invencible | Opinión


El escritor Sergio Ramírez en una imagen de abril de 2019.JUAN MABROMATA / AFP

Nadie ha sabido mejor que los tiranos lo poderosa que es la palabra. Sin embargo, a pesar del testimonio de los siglos, nadie parece haber aprendido que las redadas de los escritores y los incendios de libros no pueden evitar para siempre su caída.

Una vez más vemos hoy en nuestra parte del mundo el ridículo al que se exponen quienes, ofuscados por el poder, proponen silenciar la protesta, la denuncia de la barbarie opresora o las efusiones de solidaridad hacia los marginados.

Nicaragua

A pesar de ello, la inutilidad esencial que conlleva el deseo de poder absoluto, fuente en todo momento de los excesos más inhumanos, atropella, persigue y aprisiona sin desmayarse en nuestra América.

Cada amanecer trae noticias del avance de las tiranías en el continente y de la confusión y aparente impotencia de los demócratas para enfrentar los despotismos de izquierda y derecha. La pandemia, en sí misma una calamidad asesina, ha brindado nuevas oportunidades para el genio de la corrupción continental y ha hecho posible que la demagogia autoritaria, hecho de un gobierno o un proyecto de gobierno, gane terreno.

Y en estos aparece un libro, una nueva novela de Sergio Ramírez asi que sabiamente inventado, tan insidioso y movilizando, Diré, que gana en pocos días un gran premio de letras: el tirano grotesco que oprime a Nicaragua prohíbe su circulación y dicta una orden de captura a su autor, ya ganador de una Alfagura y un Cervantes, sin llegar a restar un solo lector. Al contrario, quienes no hayan seguido la curva vital de la comisionada Dolores Morales ahora, después de leerla, correrán a devorar toda la trilogía.

De las muchas excelencias de este trabajo, dos logros me cautivan enormemente. Uno de ellos es el giro innovador que imprime Ramírez sobre los recursos de la novela policíaca para contar, interpretándola, la singular ola de descontento ciudadano que recorre nuestro continente desde hace varios años.

Recuerdo que con motivo de la violencia de Santiago que en 2019 sorprendió a los expertos de la ciencia política, seguido casi de inmediato por los de Bogotá y, más tarde, los de Lima, Nicaragua ya había sido sacudida por la osadía y la entrega con que la juventud de ese país desafió la furia asesina de los Ortega Murillos. El número de víctimas se estima en 400.

Un año antes, en 2017, Nicolás Maduro retomó los asesinatos callejeros de 2014 en Venezuela. Me imagino que Tongolele no supo bailar Ya estaba en proceso de producción cuando los hechos del 11 de julio en Cuba dejaron desnudos por un momento a los analistas.

Los motivos de cada insurgencia son múltiples, y los observadores ya han hecho distinciones académicas entre pobreza extrema y desigualdad. Sergio Ramírez, un novelista, ciertamente tenía estas nociones en mente, pero su arte muestra en la Nicaragua actual la rivalidad de larga data de dos exrevolucionarios sandinistas de la década de 1970, uno de ellos convertido en el secuaz de Ortega y el otro en un escéptico comprensivo. . a distancia con los mártires y sabe ir «de su corazón a sus asuntos».

Como leemos, la acción deja claro lo que Ramírez ha formulado en declaraciones y artículos: la hora latinoamericana es la del combate entre tiranía y democracia “sin adjetivos”, como tan bien ha argumentado Enrique Krauze.

Otra fascinación ejercida sobre mi Tongolele no supo bailar y es su misterio, el don inefable que anima en toda gran novela. Esta tercera entrega de la vida y opiniones de la comisaria Dolores Morales triunfa, precisamente, me parece, porque no propone explicar Nicaragua, ¡y si lo explica !, pero sobre todo ahondar, como debe ser un novelista racial, en el personaje de uno de los personajes más tortuosamente veraces de la novela latinoamericana: el querido exguerrillero a quien los accidentes de más de medio siglo han llenado de lo que Valle-Inclán habría llamado «sabiduría desilusionada». Y con quien uno, lector, quisiera tener cada vez más intimidad.

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