Martín Ríos Saloma: “América funciona como un espejo de España y nos necesitan para reconocerse”


El historiador mexicano Martín Ríos Saloma (Ciudad de México, 45 años) lleva varios años intentando entender cómo era el mundo –político, social, pero también psicológico– de los conquistadores españoles que llegaron hace más de 500 años a lo que hoy es México. Para entenderlos, el investigador de la UNAM estudió su doctorado en la Universidad Complutense de Madrid, pero poco a poco su proyecto académico no solo le permitió conocer profundamente lo que pasaba en el reino de Castilla antes de 1492, sino también cómo la identidad española se transformó luego en relación a los territorios americanos. “América no puede entenderse sin España, pero España tampoco puede entenderse sin América”, escribió en una columna del 2019.

Ríos Saloma acaba de publicar un nuevo libro titulado Conquistas (Sílex) con ensayos de los mejores historiadores mexicanos y españoles sobre lo que ocurrió hace 500 años, cuando cayó el imperio mexica, una fecha que se conmemora el próximo viernes 13 de agosto. EL PAÍS lo entrevistó.

Pregunta. La introducción de su nuevo libro dice que es importante no hablar de ‘La Conquista’, sino de ‘Las conquistas’, en plural. ¿Por qué es tan importante ese plural?

Respuesta. Porque las nuevas miradas que hemos ido construyendo entre entre todos –gente como Federico Navarrete o Matthew Restall– estamos muy conscientes de que no se trató de un único acontecimiento y sobre todo, que el 13 de agosto de 1521, si bien es una fecha importantísima en ese proceso de conquista, en realidad sólo cierra un primer momento de conquista militar y abre otros horizontes, otras fases de la conquista del territorio mesoamericano.

En mi caso concreto, me preocupa que la gente siga centrada únicamente en los aspectos militares de ese intercambio. Como medievalista –me formé en Madrid y he estudiado muchísimo el avance de la Reconquista, por ejemplo, o la construcción de esa identidad cristiana– me gustaría transmitir a través del libro que la conquista no es únicamente la fase militar. También hay otro tipo de conquistas lingüísticas, espirituales, religiosas, culturales, políticas, en las cuales hay dos actores: los que llegan y los que entran en contacto con esos grupos exógenos. Mutuamente se van alimentando y retroalimentando. Me parece que el plural llevaba un contenido epistemológico. Se trata de cambiar las claves de lectura sobre nuestro pasado y mostrar la pluralidad, la riqueza, y la complejidad de un proceso del cual todavía desconocemos muchos aspectos.

P. ¿Y cuál es su opinión con respecto al debate en México de no hablar de ‘la conquista’ sino de una ‘invasión’ o de una ‘rebelión’?

R. Es un debate interesante porque creo que nos habla sobre la importancia que tiene este acontecimiento del pasado en el presente. Hay un grupo de colegas que han hablado de ‘invasión’, como [los historiadores] Pedro Salmerón o el recientemente fallecido Luis Fernando Granados, y ciertamente, si nos situamos en las sandalias de esos habitantes originarios, pues se trató de una invasión. Pero también es verdad que esa invasión fue por una serie de pactos y acuerdos entre unos habitantes originarios y los castellanos. Esos pactos y acuerdos sólo fueron posibles gracias a reconocerse mutuamente como iguales. También es verdad que la Ēxcān Tlahtōlōyān, la famosa Triple Alianza [de los mexicas], ejercía un sistema de dominación sobre múltiples pueblos. Esos pueblos sometidos encontraron en los ejércitos castellanos, en las huestes castellanas, unos poderosos aliados que les iban a permitir configurar nuevos sistemas de poder.

El término conquista tiene una herencia romana, está vinculado al derecho romano. Por lo tanto, cuando uno plantea el sometimiento militar de un pueblo como ‘conquista’, en el fondo se está aludiendo al derecho, y convierte a su conquista en un en un proceso legítimo. Cuando se habla de ‘invasión’, aunque sea el mismo hecho militar, estás quitando toda legitimidad, porque estás yendo a robar tierras o bienes de otras personas.

Cortés efectivamente llevó a cabo una ‘conquista’. Los pueblos sometidos a los mexicas que aliaron con Cortés claramente llevan a cabo una ‘rebelión’. Y efectivamente los mexicas vivieron este proceso militar como una ‘invasión’. No es que una cosa excluya a la otra. El problema ha sido que en el siglo XX y XXI distintas adscripciones políticas han querido jugar con ese pasado. Pero son problemas del presente, no necesariamente del pasado. Porque incluso el grueso de los grupos indígenas que participaron activamente [en la caída de Tenochtitlan], como los tlaxcaltecas, se definieron a sí mismos como ‘indios conquistadores’. Estaban buscando, a partir de esa autodefinición, una serie de derechos y privilegios por parte de la corona. Entonces los tlaxcaltecas ni son traidores, ni son víctimas, ni son vencidos. Son plenamente conquistadores.

Óleo de La conquista de México de autor anónimo, en la cual Hernán Cortés ordena quemar y destruir los ídolos, realizada entre los años 1676 y 1700. Getty Images

P. En su ensayo, usted dice que es importante entender cómo se formó la cultura política del reino de Castilla para entender lo que ocurrió en lo que hoy es México. ¿Por qué nos debe importar?

R. Básicamente porque la cultura política que se configuró a lo largo de la baja Edad Media castellana perfiló la forma en la que se construyó la monarquía hispánica a partir del siglo XVI: una monarquía compuesta por distintos reinos, y como un pacto entre la monarquía y la sociedad en su conjunto. En la Edad Media, la sociedad en su conjunto eran la nobleza y la Iglesia. Lo que lograron particularmente los Reyes Católicos fue convertir los usos y privilegios que tenía la nobleza para beneficio propio en acciones en beneficio de la Corona. Lo que logró la Corona, es decir la Reina, fue someter a la nobleza y convencerla de la necesidad de llevar a cabo acciones en servicio de la monarquía, en servicio del Rey. Si nosotros no conocemos lo que ocurre en la Castilla del siglo XV, no podemos comprender cómo se articulan los escritos de Hernán Cortés para legitimar sus propias acciones frente a las autoridades hispanas. Por eso son tan importantes Las cartas de relación de Cortés, porque las presenta como un servicio a la monarquía. Lo que logra hacer Cortés es utilizar la cultura política y el lenguaje político de su tiempo para presentar sus acciones de conquista como un servicio al Rey.

Segundo, porque nos permite recuperar esa idea del pacto en la construcción de alianzas políticas [en América]. Allí doña Marina [conocida también como Malintzin] va a tener un papel fundamental no solo como traductora lingüística de Cortés sino como mediadora cultural. Lo pudo hacer porque Cortés entiende que sólo a través de la negociación se puede lograr la construcción de un nuevo pacto político. Como ocurrió en el caso de la Castilla Medieval, esas alianzas se sellan a través de los matrimonios, matrimonios mixtos entre hijas de la nobleza indígena y soldados castellanos.

P. ¿Eso de hacer alianzas políticas para conquistar a través del matrimonio se forja justo antes de 1492?

R. Efectivamente, si algo hacen los Reyes Católicos es forjar una alianza dinástica con el matrimonio de Isabel y Fernando. Son dos personas que representan a dos ramas distintas, pero de la misma familia –son primos de tercer grado o segundo grado– entonces tienen que inclusive falsificar en un primer momento la dispensa papal para poder contraer matrimonio. Posteriormente ya el Papa otorga la bula real. Pero el matrimonio de los Reyes Católicos no es más que una alianza política de la dinastía sellada a través del matrimonio. Lo que van a hacer los Reyes Católicos con sus hijas es tejer alianzas a nivel continental con un único objetivo de aislar a Francia, que es la gran enemiga del momento. Y eso que ocurre en el continente se replica aquí en América.

P. ¿Y cómo transformó la Reconquista contra el Reino de Granada y contra el Islam la experiencia de colonización en Tenochtitlan?

R. La experiencia militar ahí, por ejemplo, es muy importante, y que podríamos remitir al siglo XI con la conquista de Toledo en el año 1085 por parte del rey Alfonso VI. Fue la primera ciudad realmente de relevancia que se conquistó a través de un asedio. A partir de ahí se establece una frontera geográfica, política, cultural, religiosa, económica entre la cristiandad –es decir, los reinos hispano cristianos– y el Islam. Y esa frontera se mantuvo prácticamente hasta la primera mitad del siglo XIII, cuando el rey Fernando III conquistó dos ciudades importantísimas: en 1236, la ciudad de Córdoba, y en 1248 la ciudad de Sevilla, una ciudad que tiene una importante geografía hídrica. Se acumula una experiencia militar de la guerra de sitios, donde lo importante no es destruir la ciudad, sino que la ciudad se rinda lo más pronto posible a través del pacto y la negociación. Para obligar a que la ciudad musulmana se rinda lo que hay es un asedio: cercar a la ciudad para evitar que reciba bastimentos y se rinda fundamentalmente por hambre. La idea que está en la cabeza de todo mundo es que esta gente se rinda lo más pronto posible, porque un asedio finalmente es costoso para ambos lados. Hernán Cortés nació en el marco de esa guerra de Granada, y aunque era muy chiquito para participar activamente, trae ese bagaje militar que luego se pone en marcha en el caso de la conquista de Mesoamérica.

Cuando luego uno lee las descripciones que hacen Cortés y Bernal del Castillo [sobre la caída de Tenochtitlan], estamos leyendo una reproducción de esa guerra de sitios: primero, cortar el abastecimiento de agua de la ciudad (los acueductos, las fuentes); segundo, cercar a la ciudad con los bergantines (embarcaciones) para evitar que los pueblos reciban abastecimiento; tercero, someter a bombardeos a las defensas de la ciudad; y cuarto, que los habitantes de Tenochtitlan se rindieran por hambre. Y ya está, la idea era que a las tres semanas Tenochtitlan se rindiera. Lo que nunca entendió Hernán Cortés –porque no lo podía entender, porque no era su universo simbólico– era que para los mexicas Tenochtitlan era el centro del universo, el centro del cosmos. Así que no se iban a rendir tan fácilmente.

P. Usted tiene una frase que dice “América no puede entenderse sin España, pero España tampoco puede entenderse sin América”. Como mexicano que ha estudiado la conquista desde Madrid, ¿cómo ve usted que se entiende en España lo que ocurrió?

R. Sí, hice el doctorado en Madrid, viví seis años allá, tengo magníficos amigos allá, y hasta antes de la pandemia tenía la oportunidad de viajar por lo menos una vez al año. Esto lo digo porque ello me permitió constatar la influencia que tiene el continente americano en la cultura española. Más allá de las diferencias lingüísticas que tenemos –diferencias de acento o de palabras– hay un sustrato cultural común. El problema histórico es que por lo general España se ha visto a sí mismo como el país que lleva la civilización a América, el país que lleva la cultura a América, y ha sido renuente o no ha tenido la necesaria sensibilidad para reconocer también lo que América le aportó. Y no la tiene por muchísimos factores. De entrada, la construcción de un discurso también nacional en el siglo XIX que resalta sus diferencias respecto a América. Y por supuesto unas políticas económicas y culturales ya muy del siglo XX.

Grabado en color de 1875 que representa el momento en el cual Hernán Cortés toma prisionero a Moctezuma II, de autor anónimo.
Grabado en color de 1875 que representa el momento en el cual Hernán Cortés toma prisionero a Moctezuma II, de autor anónimo. Getty Images

Pero América incidió profundamente en la conformación de esa monarquía que era compuesta y policéntrica. Llevó muchas cosas, como palabras. Por ejemplo, la palabra ‘canoa’ es una palabra antillana, y es una de las primeras que se difunden por el viejo mundo. Del náhuatl tomó la palabra ‘tizalt’ que es la palabra ‘tiza’. Si nos vamos a los aspectos culinarios, tienen una tortilla de patata maravillosa en cualquier casa, y todo el mundo se precia de hacer la mejor tortilla de patata. ¿Qué sería de esa gastronomía Española si no fuera por esta tortilla de patata? [la patata es originaria de América]. ¿O del chocolate? ¿Del aguacate? ¿Del jitomate? Son productos de todos los días, pero ya no somos conscientes de su importancia. Uno también podría pensar que prácticamente no hay muchos nombres de indígenas americanos en el listado de nombres españoles, y eso es verdad. Pero sí que hubo una serie de descendientes de los grandes linajes indígenas que acabaron viviendo en la corte castellana, como los condes de Moctezuma, para empezar. Y luego algo que es obvio pero no lo podemos olvidar: América fue receptora a lo largo de tres siglos de una inmensa cantidad de habitantes de la península. Y si nos vamos al siglo XIX, los grandes capitales españoles se formaron en México. El Banco Santander, que hoy es tan importante, se formó con capitales producto de la economía mexicana.

Entonces ahí es donde digo que España no puede entenderse sin América, como un espejo en el cual se mira cotidianamente. Ellos construyen su identidad, incluso a veces por oposición, a América. Bueno, en última instancia América está funcionando como espejo y nos necesitan para reconocerse en esa diferencia.

P. ¿Qué opina de la petición de perdón que hizo el presidente López Obrador a España?

R. Me hicieron la misma pregunta hace dos años y yo dije ‘bueno, no hay necesidad, fue otro contexto, era otro país’. Pero hoy…no es que me desdiga de lo que dije hace dos años. Pero sí creo que debemos complejizar desde una perspectiva histórica qué es lo que está buscando el presidente de la República. Así como a todos nos ha sorprendido la petición de solicitud de perdón, también me ha sorprendido –y no gratamente– la virulencia de la reacción en España. Y la descalificación que se ha hecho en diversos medios españoles. Y particularmente por gente más vinculada a la derecha. Cuando oyes del mundo de la cultura esta reacción tan viceral, ¿por qué? Y me parece que lo que puso la carta del presidente de la República fue poner de nuevo en juego una serie de ideas sobre nuestras identidades nacionales y colectivas que no hemos resuelto ni en México ni en España.

En las notas que publicó el propio diario EL PAÍS en esos días se escuchaba de todo, había cinco opiniones que decían exactamente lo contrario. Pérez-Reverte decía que no tenía por qué pedir perdón, porque eran otros los españoles, y que eran los mexicanos en última instancia los que tenían que pedirse perdón. El que era portavoz del Congreso decía que no, que claro que España llevó allí la civilización y acabó con una tribu bárbara. Los de Podemos decían sí, que qué bueno que se pidiera perdón. Otros decían que el Rey de España no tenía nada que ver con Felipe II o con Carlos V.

A ver, yo me pregunto, desde una perspectiva histórica de la monarquía española, independiente de quien ocupa ahora mismo el trono, esta se ha legitimado a partir de la continuidad a la familia, a partir de la continuidad dinástica. Desde una perspectiva histórica y política no ha habido ruptura, por más que haya dos dinastías distintas entre los Austrias y los Borbones. Pero entonces, ¿para unas cosas sí era la misma familia gobernante y para otras no?

Hoy podría responder a esta pregunta que la carta del presidente López Obrador nos merece a todos un momento de reflexión y no de no descalificación. De repensar qué es lo que nos estamos jugando ambas naciones en el presente, y ver el enorme desconocimiento que hay en el interior de los habitantes de ambos países. Me parece que la carta del presidente es una ocasión de oro dado que abre tantos debates para que los sectores profesionales podamos acercarnos a la sociedad y mostrar esta riqueza de esta historia compartida, que no sólo está hecha de acontecimientos históricos militares, sino también de vínculos afectivos, de vínculos familiares, de vínculos culturales, de vínculos económicos, de vínculos simples.

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