En el bando de Meghan Markle | Gente


Cumple 40 años este 4 de agosto y ha empezado otra historia. Ni Lady Di y todo lo que conllevó su vida y su muerte en 1997, trágica y controvertida. Ni sus declaraciones en televisión. Ni las filtraciones de conversaciones privadas y grotescas de miembros de la familia real. Ni las noticias escandalosas publicadas durante años. Nada de todo eso junto había conseguido lanzar el mensaje definitivo de: “Pues igual hay otra manera de hacer las cosas, ¿no, familia real británica?”, que es lo que han venido a decirle a la casa real, con su manera de estar en el mundo, Meghan Markle y su marido, el príncipe Enrique, duques de Sussex.

Llegó esta joven actriz, estadounidense, de herencia negra, se convirtió con alegría (y con cierta ingenuidad, seguro) en la duquesa de Sussex y todo parecía ir sobre ruedas: despertaba simpatías, el príncipe se mostraba radiante a su lado, y de pronto, zas. Es demasiado estadounidense y eso se le nota mucho en el palacio de Buckingham. Es demasiado de todo lo que no se puede ser para caerle bien al establishment, para no generar recelos, controversias. Demasiado segura, demasiado radiante, demasiado ¿negra?, demasiado ¿clase media?, demasiado ¿ambiciosa? Se le nota todo eso en su manera de sonreír y de estar en público, sin que parezca que tenga un murmullo de látigos en su interior; en las decisiones que ha tomado en su relación de pareja; en su modo de relacionarse con los medios de comunicación, con la institución monárquica. En saber qué lugar quiere ocupar. El lugar que cualquier mujer, en este siglo XXI, debería tener. ¿O no?

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El caso es que con su marido al lado —son una pareja que parece entenderse, que destila armonía— Meghan Markle se ha quitado el sombrero y lo ha lanzado a lo lejos. Antes de eso ha tenido que lidiar con la misoginia de la sociedad en general y de una clase social en particular. ¿Por qué se supone que es ella la autora perversa de las decisiones que han tomado como pareja en su ruptura con la casa real, por ejemplo? También con el racismo velado, o con el microrracismo (el libro Por qué no hablo con blancos sobre racismo, de la periodista británica Reni Eddo-Lodge, resulta tremendamente esclarecedor en este asunto). Con la soberbia británica (y no solo por parte de la monarquía) y su proverbial antiamericanismo.

El príncipe Enrique de Inglaterra (segundo por la izquierda) y la duquesa de Sussex, Meghan Markle (a la derecha), presentan a su hijo recién nacido, Archie Harrison Mountbatten-Windsor, a la madre de la duquesa de Sussex, Doria Ragland (segundo por la derecha), y a la reina Isabel II de Inglaterra (centro) y a su esposo Felipe, duque de Edimburgo, en el castillo de Windsor (Reino Unido).
El príncipe Enrique de Inglaterra (segundo por la izquierda) y la duquesa de Sussex, Meghan Markle (a la derecha), presentan a su hijo recién nacido, Archie Harrison Mountbatten-Windsor, a la madre de la duquesa de Sussex, Doria Ragland (segundo por la derecha), y a la reina Isabel II de Inglaterra (centro) y a su esposo Felipe, duque de Edimburgo, en el castillo de Windsor (Reino Unido).SussexRoyal News

Un ejemplo de ficción. En la serie británica Downton Abbey, la aristócrata Violet Crawley (interpretada por Maggie Smith), condesa viuda de Graham, el dueño del imperio, británica y monárquica de manual, lanza hacia su nuera, la cosmopolita norteamericana Cora Graham, y otros personajes de la serie, dardos envenenados que resumen las reticencias históricas de los ingleses hacia lo yanki:

– “Tengo muchas ganas de ver a tu madre. Estar con ella es un recordatorio de las virtudes de los ingleses”, le dice Violet a Cora mientras sirven el té.

– “¿Pero no es americana?”, le pregunta Matthew, uno de los personajes.

– “Por eso”, responde Violet.

Ha pasado más de un siglo de lo que cuenta esta ficción, pero en la monarquía británica la consideración sobre esas virtudes parece seguir intacta. Por eso Meghan Markle podría ser la Cora del siglo XXI y por supuesto protagonizar su propia ficción.

La madre de Meghan, Doria Ragland, una mujer afroamericana, profesional (fue maquilladora, vendedora de viajes, profesora de yoga) con quien la duquesa de Sussex tiene una relación afectiva fantástica, no se ha pronunciado nunca públicamente sobre su hija, pese a que los medios la persiguen sin tregua, buscando una declaración, una frase gruesa o polémica. Porque el trato de los medios de comunicación hacia todo lo que tiene que ver con Meghan y su marido; o con Meghan y su relación con su cuñada Kate Middleton (otra vez, el machismo, la misoginia); o con Meghan y su familia (el racismo); o con Meghan y sus dos embarazos; o con Meghan y su antigua vida (el clasismo); no es, no ha sido, en absoluto benévolo.

Enrique y Meghan Markle, en su entrevista con Oprah Winfrey en marzo de 2021.
Enrique y Meghan Markle, en su entrevista con Oprah Winfrey en marzo de 2021.JOE PUGLIESE / AFP

Pero en esto tampoco se han arrodillado los duques: la pareja real ha decidido, además de lanzar el sombrero, cambiar el guion. No descartemos que lleguen ficciones o piezas audiovisuales, lideradas por los duques de Sussex (que han firmado contratos con Netflix o Spotify, entre otras) en esta nueva aventura audiovisual que iniciaron con la famosa entrevista a la poderosa comunicadora Oprah Winfrey. Americana y negra como Meghan, les brindó un plató, su estrellato, su tele capaz de colocar en el mapa mundial y convertir en mainstream cosas, gente, puntos de vista. ¿De verdad nos enteramos entonces, en ese encuentro periodístico, que la casa real británica era de hierro en sus costumbres, tradiciones, comportamientos? No, claro, pero dicho por el nieto de la reina, en una entrevista distendida a una diosa como Oprah, parecía que sí. ¿Supimos ahí que hay cierto racismo en el imperio de Isabel II? Tampoco. Pero si la duquesa y su marido se sientan en un plató y lo verbalizan por primera vez mirando a cámara, y Oprah se pone melodramática y se sorprende, también parece que sí.

¿En qué bando vamos a estar? ¿En el de esta exactriz entusiasta, de sonrisa franca, que se ha atrevido con una institución vetusta que, por mucho que haya querido humanizar The Crown, ahí sigue, con sus anacronismos un tanto terroríficos? ¿O en el de esa ínclita institución a la que el amor, el hedonismo, la armonía, la alegría de vivir, los objetivos pragmáticos, les parecen fuera de lugar, privilegios de los que no se puede gozar sin miramientos?

Cierto, tanto Meghan como su marido, quieren seguir disfrutando de algunos de los privilegios que da pertenecer a la familia real, sin las contraprestaciones que eso conlleva, en un intento humano y absurdo de soplar y sorber al mismo tiempo. Pero estamos en una era líquida, sin fronteras precisas… Y los duques de Sussex quieren salirse del carril sin necesidad de dejar de viajar en tren. Y lo cierto es que ahora mismo, con sus capacidades, sus contactos, su saber hacer, podrían perfectamente ganarse la vida fuera de palacio, y están empezando a hacerlo.

Acabemos con un comentario trash. El que hizo el periodista especializado en realeza, Jaime Peñafiel, sobre Meghan, hace unos meses en un programa de televisión: “Es una perturbada, como lo era Diana”. Mientras tanto, la entrevista de Oprah, que vieron más de 17 millones de personas, ha sido nominada a los premios Emmy.

Mariola Cubells es escritora y periodista especializada en contenidos audiovisuales, televisión y nuevos formatos



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