Crisis en Afganistán: Europa, endeudada | Opinión


Familia afgana evacuada por España del aeropuerto de Kabul, Afganistán.Olmo calvo

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La sesión celebrada este martes por los ministros de Justicia e Interior de la UE es extraordinaria por la gravedad del asunto que abordarán: el impacto en la seguridad europea del drama de Afganistán y la gestión de sus flujos migratorios. La tentación de proteger las fronteras se está convirtiendo en algo más que una tentación: las vallas publicitarias ya están creciendo en países como Grecia, pero también crece un egoísmo incompatible con la mejor tradición europea. Emmanuel Macron valoró a los refugiados temprano y de manera muy inquietante como una amenaza, mientras que el ministro de Relaciones Exteriores de Austria, Sebastian Kurz, ha sido aún más mezquino: no hay lugar para nadie más en su país. A cambio, Angela Merkel está dispuesta a ofrecer asilo a los colaboradores de las fuerzas de ocupación internacionales y sus familias.

Ese es el comienzo del viaje: la UE no debe ni puede abandonar a familias enteras que huyen de Afganistán por haber apoyado durante años la construcción de un sistema de valores, derechos y libertades acorde con los estándares occidentales. La deuda de Europa con estas personas solo puede saldarse ofreciéndoles una protección eficaz y la garantía de continuar con sus vidas fuera del actual infierno afgano.

Hay información útil: el amargo y infructuoso regateo que llevó a cabo la UE a raíz de la crisis siria de 2015 debería servir de ejemplo para afrontar la situación actual. La mayor parte de los refugiados puede permanecer en países limítrofes con Afganistán, y otros pueden quedar varados en Turquía de camino a Europa. Por eso, el camino que está explorando Bruselas para crear, junto con la ONU, Estados Unidos y Canadá, entre otros países, un foro internacional de reasentamiento, capaz de asignar importantes cuotas de refugiados, parece prometedor.

Pero la magnitud del problema sigue siendo enorme. Pakistán ya alberga a unos tres millones de refugiados afganos e Irán a 3,5 millones, según datos del ACNUR. Y casi cuatro millones de refugiados sirios están en Turquía. Pedir ayuda a esos países ahora haría evidente la tacañería humanitaria de Europa. La UE puede parecer atrapada en el alarmismo egoísta que la extrema derecha cultiva en Europa frente a un número incomparablemente menor de refugiados. La UE tendrá que asumir su cuota de distribución en ese foro y especificar cuántas personas está dispuesta a acoger, como ya lo han hecho EE.UU., Canadá o Reino Unido.

Si se suma al colapso actual en Afganistán, una gestión blanda, calculadora o egoísta del flujo de refugiados nos alejaría mucho del estándar de exigencia que la propia Europa se ha fijado. Cabe recordar que 2021 es el 70 aniversario de la Convención Internacional sobre el Estatuto de los Refugiados: el europeísmo creíble es el que cumple sus solemnes compromisos. De ahí que las declaraciones de la ultraderecha sobre la supuesta invasión de Europa muestren descaradamente una extraña insensibilidad hacia la mayoría de la sociedad europea y hacia el propio europeísmo como construcción cultural y política. La realidad es más cruel: el 85% de los refugiados nunca llegarán a Europa porque terminarán detenidos en países en vías de desarrollo. Pero es Europa la que tiene suficientes recursos de acogida y es la UE la que debe repudiar cualquier tentación de escudar o, peor aún, cualquier cálculo electoral para atrapar un puñado de votos xenófobos.



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