Brasil: Bolsonaro es un mito, sí | Opinión


Una protesta contra el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el pasado 3 de julio en Brasilia.MIGUEL SCHINCARIOL / AFP

Mucho antes de las elecciones de 2018, cuando escuché por primera vez a la masa de creyentes políticos ovacionar a Jair Messias Bolsonaro llamándolo “mito”, mi primera reacción fue de horror. Horror al presenciar que había gente —mucha gente— dispuesta a llamar “mito” a ese hombre violento, obsceno y estúpido. Intenté entender por qué, aunque siempre pensando que la denominación de “mito” era un tremendo error. Ahora que el “mito” se ha convertido en el mayor responsable del exterminio de más de 525.000 brasileños, me doy cuenta de que Bolsonaro sí que es un mito. Y, precisamente porque lo es, es tan difícil conseguir el más que justificado y más que urgente impeachment, la mejor oportunidad de evitar que siga sembrando cadáveres. Precisamente porque lo es, (todavía) no conseguimos impedir que nos siga matando.

No estoy hablando del “mito” de los creyentes políticos que siguen a Bolsonaro, el que proviene de decir popularmente en las redes sociales brasileñas que alguien es un mito cuando alguien hace o dice algo considerado increíble. Tampoco estoy hablando del mito pop, como sería Marilyn Monroe o Elvis Presley, por ejemplo, que forma parte de la mitología que cimenta el soft power de Estados Unidos a través de la producción de Hollywood. Considero que el mito es la narrativa/imagen/trama que explica una sociedad, un pueblo, un país. Bolsonaro es una criatura-mito.

En este ejercicio de interpretación, Bolsonaro invierte el rumbo al realizarse en el plano que llamamos realidad para, luego, llevarnos a orígenes que son brutalmente reales, pero que están encubiertos por mistificaciones como “país de la democracia racial” o “nación mestiza” o “pueblo cordial”, entre otras que nos han falseado para formarnos, o deformarnos.

Tenemos que entender que Bolsonaro es un mito para destruirlo como tal. Parto de los gritos de “mito” de la masa embrutecida para interpretar a Bolsonaro como una criatura mitológica hecha de todos nuestros crímenes. Él es estrictamente eso. Si enumeráramos todas las violencias que han constituido y constituyen lo que llamamos Brasil, todas están representadas y actualizadas en Bolsonaro. Este Mesías —su segundo nombre— está hecho de cinco siglos de crímenes, esta monstruosidad humana está constituida de toda la sangre criminalmente derramada.

En Bolsonaro están los indígenas casi tan “humanos como nosotros”, están los negros que “ya no sirven ni para procrear”, están las mujeres nacidas ya ni siquiera de la costilla de Adán sino de un “desliz” del macho en la cama, está la homofobia que prefiere “un hijo muerto en un accidente de tráfico a un hijo gay”, está la ejecución de todos los que no están hechos a su imagen y semejanza mediante “una guerra civil, para hacer el trabajo que el régimen militar no hizo y matar a unos 30.000”.

Bolsonaro contiene la trayectoria completa. Desde la fundación de Brasil mediante la destrucción de los pueblos originarios hasta ser el último país de las Américas en abolir la esclavitud de los negros. Desde la política de blanqueamiento de la población, ejecutada desde la época del Imperio (1822-1889) con la importación de europeos, hasta la República fundada con un golpe militar y cíclicamente sacudida por golpes o intentos de golpes militares. Si Bolsonaro es hijo de su padre y de su madre, es también —y mucho más— hijo de todas las políticas que hicieron de un territorio no circunscrito, intensamente poblado por poblaciones originarias humanas y no humanas, el Estado-nación circunscrito que llamamos Brasil.

Bolsonaro realiza en su cuerpo-existencia todas las políticas que hicieron de Brasil lo que es, todos los crímenes que hicieron de Brasil lo que es. Y los afirma como valor, como origen y como destino. Su ADN es Brasil. Si todas las políticas que cimentaron los genocidios indígenas y negros y las grandes violencias se convirtieran en carne, serían Bolsonaro. Lo son. Que esta criatura mitológica irrumpiera en el momento en que los negros aumentaban su participación y su demanda de participación, en que la población indígena crecía a pesar de todos los procesos de exterminio y las mujeres ocupaban las calles con sus cuerpos no es, obviamente, una coincidencia. La criatura irrumpe para interrumpir, impedir, parar una disputa que amenaza su propia génesis.

Cuando Bolsonaro invoca para sí la “verdad”, en este sentido, el del mito, está afirmando rigurosamente la verdad. Él es la verdad sobre Brasil. No toda la verdad, nunca toda la verdad, pero sí una parte sustancial de la verdad de la nación fundada sobre cuerpos humanos y no humanos, sobre la violación y el agotamiento de la naturaleza, sobre la corrupción de los cuerpos y del patrimonio común. Nación fundada y mantenida activamente así hasta hoy. El gran mentiroso miente sobre todo, pero no sobre lo que es, ni sobre Brasil.

Cuando Bolsonaro, o uno de sus retoños, imita una pistola con los dedos ¿hacia dónde apunta? Hacia la población. Hacia nosotros. Y dispara, como nos ha demostrado la pandemia. ¿Qué puede ser más explícito? La criatura mitológica del país que mata sistemáticamente a una parte de su pueblo solo puede ser un asesino compulsivo.

Yo, que adoro la literatura fantástica, el cine fantástico, las series de fantasía, me imagino una superproducción. Un país que torturó y mató durante cinco siglos se ve de repente acechado por una criatura humanamente monstruosa que empieza a torturar y matar a plena luz del día, en el centro de la República. En algún momento, también empieza a matar a las élites que lo engendraron en sus iglesias, entre ellas el llamado “mercado”. Como ficción, Bolsonaro es un personaje malo, plano e inverosímil. Sin embargo, como realidad, es más aterrador que cualquier personaje de la ficción.

Creo que tenemos que crear ficción para enfrentar la realidad de Bolsonaro. El 21 de abril, por ejemplo, el movimiento #liberteofuturo, que invoca la imaginación del futuro como instrumento de acción política en el presente, juzgó a Bolsonaro por genocidio en una plataforma de manifestación virtual. El artista Mundano creó el trofeo “genocida”: una escultura hecha con lodo del desastre ambiental de Brumadinho (80%) y resina (20%), con acabados de petróleo vertido en el nordeste de Brasil, espray y un trozo de guante de goma amarillo. Nos imaginábamos aquello por lo que luchamos para que suceda, pero no sucede, nos imaginábamos que se hacía justicia. Al imaginar y realizar, intervenimos en el presente. A la vez, denunciábamos, mediante un juicio real, que produce realidad aunque no pueda meter a Bolsonaro en la cárcel, la omisión de los tribunales tanto brasileños como internacionales ante el exterminio y el genocidio que ha liderado Bolsonaro utilizando la covid-19. Más que la ficción, necesitamos el arte para recuperar el presente.

La dificultad de promover un impeachment contra Bolsonaro y de juzgarlo por sus crímenes radica precisamente en el hecho de que es un mito. Lo que él explica de Brasil está activo, absolutamente activo, en el proceso de impeachment. Arthur Lira tiene las superposaderas acomodadas en la superpetición de impeachment que han presentado diferentes partidos y líderes del parlamento, tanto de izquierdas como de derechas, en una rara coalición. Pero más que el presidente de la Cámara de los Diputados, Lira es el líder del Centrão, un frente que reúne parlamentarios de alquiler de diferentes partidos que apoyan o bloquean proyectos e iniciativas a cambio de cargos y partidas presupuestarias. Entre los líderes de la comisión parlamentaria que investiga la actuación de Bolsonaro y su Gobierno durante la pandemia destacan Renan Calheiros y Omar Aziz, ambos sospechosos de corrupción. De modo que, incluso cuando se investiga y se debilita a Bolsonaro, el hombre, como ocurre ahora, Bolsonaro, el mito, se fortalece, porque el Brasil que encarna Bolsonaro es el que está en acción. Es Brasil siendo Brasil, es una disputa entre semejantes.

Bolsonaro tiene que ser destituido dentro de la Constitución, y cuanto antes lo sea, menos muertos habrá. Hace tiempo que defiendo su destitución. Y más. Quiero verlo en el banquillo de los acusados de la Corte Penal Internacional de La Haya, juzgado por exterminio contra la población no indígena y por genocidio contra la indígena, ambos crímenes de lesa humanidad. Sin estos dos actos formales, no habrá justicia. Pero todo esto se refiere al hombre Bolsonaro. Para el mito, es mucho más complicado. Y aún más importante.

Lo que está en curso hoy es (otro) arreglo. Uno de los grandes, porque este es uno de los grandes momentos de la historia de Brasil. Bolsonaro, el hombre, ha llevado al extremo la devastación de la Amazonia y otros enclaves de la naturaleza, ha hecho de puente entre las milicias de ciudades como Río de Janeiro y las milicias de la Amazonia, ha convertido parte de la policía militar en milicias autónomas. Y, por último, algo que no estaba en el programa: ha utilizado la covid-19 como arma biológica para matar, y matar mucho más a los indígenas y negros que están más expuestos al virus. Matar a los indígenas para eliminar la principal resistencia a la explotación predatoria de la selva; matar a los negros porque el racismo los declara como “la carne más barata (y abundante) del mercado”.

Bolsonaro, el hombre, ha utilizado la pandemia para llevar al extremo la matanza “normal” en Brasil, creando una “nueva normalidad” de asesinatos masivos cometidos a cara descubierta —en todos los sentidos— desde el centro del poder. Y, así, ha superado extasiado su propia profecía: no 30.000 en una guerra civil, sino más de 525.000 en una pandemia. El plan para propagar el virus para lograr la “inmunidad de rebaño”, supuestamente para mantener activa la economía, ya ha sido ampliamente demostrado. Las últimas denuncias de corrupción en la compra de vacunas también muestran que Bolsonaro podría haber retrasado la vacunación de la población para sobrefacturar los precios y cobrar y/o dejar que otros cobren comisiones ilegales. Brasil en su más puro estilo. Asesinato y corrupción amalgamados.

Bolsonaro, el hombre, sirve a Bolsonaro, el mito. Viene con la plaga, es la propia plaga gestada desde dentro. Pero cuando se convierte en plaga, es solo el hombre al servicio del mito. Llevando al extremo la matanza declarada, Bolsonaro convierte a los protagonistas de la destrucción continuada, esa que se considera “normal”, en líderes “equilibrados”, “sensatos”, “respetuosos con la Constitución”. Demócratas, incluso humanistas. Este servicio de lavandería que hace el hombre es la mejor ofrenda al mito.

Como la relación entre Ricardo Salles, hasta el mes pasado ministro de Medio Ambiente, y Tereza Cristina, que sigue siendo ministra de Agricultura. Salles hacía el trabajo sucio de forma rimbombante para que Tereza Cristina se hiciera pasar por la agroindustria moderna, hilvanando ataques a los sustentos naturales de la vida —como el récord absoluto de aprobación de los pesticidas— con una diligencia silenciosa y persistente. Esta estrategia se estira más allá de sus límites y entonces Salles cae, pero no para cambiar, sino para que la política subyacente no cambie. El canciller Ernesto Araújo se mantuvo hasta casi más allá de lo posible y, entonces, ¿quién lo derriba? Katia Abreu, símbolo del ruralismo, importante articuladora de las relaciones con China, la gran potencia mundial emergente, principal socia comercial de Brasil, consumidora de mercancías que antes eran naturaleza, una potencia que busca ampliar su presencia en la Amazonia y en el sector energético de Brasil.

Hasta aquí, he cometido una violenta inexactitud en este texto. He utilizado “nosotros”. En Brasil no existe esta unidad llamada “nosotros”. Nunca ha existido. Hay una mayoría masacrada y una minoría que masacra. Esta es la historia que nos cuenta Bolsonaro, el mito. En diferentes episodios, algunos de los masacrados apoyan a sus propios verdugos con la expectativa de ganar las sobras, o porque creen que es la única forma de poder cambiar de lugar. Como, en parte, ocurrió en las elecciones de 2018.

En algún momento, que esperamos que sea pronto, el hombre Bolsonaro será sacrificado para que el mito siga activo. E incluso los que ven el tablero entero necesitan, deben salir a la calle para pedir el impeachment, para que mueran menos. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que cuando Bolsonaro caiga, seguiremos gobernados por el mito y declaradamente por los que solo cambian de nombre en la historia de Brasil. Hay que tener en cuenta que no se podrá respirar ni siquiera un segundo.

La lucha será entonces mucho más compleja, difícil y feroz, porque algunos de los jugadores más nefastos, antes reconocidos como tales, ahora se hacen pasar por demócratas e incluso por humanistas. Es lo que hacen Renan Calheiros, Omar Aziz, Tereza Cristina, Katia Abreu e incluso Luiz Henrique Mandetta, exministro de Sanidad, entre muchos, muchos otros. O, tomando los nuevos nombres del viejo sistema, qué extraordinaria alquimia ha hecho Bolsonaro al convertir en demócratas equilibrados a personajes como Kim Kataguiri y otros milicianos digitales del Movimiento Brasil Libre, que ayer destruían reputaciones con bulos, perseguían a profesores de escuelas públicas y hacían que algunos artistas recibieran amenazas de muerte. O la alquimia de convertir a los diputados Joice Hasselmann y Alexandre Frota, que hasta hace poco integraban la línea de frente de Bolsonaro, en defensores de la ética en la política. Por no hablar de algunos exponentes de la prensa que contribuyeron activamente a que Bolsonaro fuera elegido y hoy están “horrorizados” y se declaran antirracistas y feministas de nacimiento.

Las diferencias fundamentales, ahora pasteurizadas por cortesía de Bolsonaro al prestar este inestimable servicio de lavandería a los dueños del país, resurgirán. Y la carnicería elevada a otro nivel seguirá llevándose a cabo. El mito nace de la realidad. Solo se puede destruir un mito alterando radicalmente la realidad que él reverbera y representa. Sin la realidad, el mito se vacía.

Lo que quiero decir es que debemos asumir el “nosotros”, pero sin perder la perspectiva de las diferencias vitales, y luchar para derrocar —mediante la Constitución, siempre mediante la Constitución— al hombre Bolsonaro. Quienes puedan deben sublevarse en las calles con la vacuna en el brazo, la mascarilla bien ajustada a la cara y manteniendo estrictamente la distancia física, sublevarse para que Brasil no llegue al millón de muertos por la covid-19 que ha propagado Bolsonaro y su Gobierno. Pero el impeachment de Bolsonaro no es el final. Es solo un nuevo comienzo. Una ruptura prevista en la Constitución para que continúe la lucha de fondo. Porque solo será posible derrocar al hombre. El mito seguirá.

Para destruir el mito habrá que refundar Brasil. Los masacrados de cinco siglos, que son también la encarnación de una capacidad de resistencia monumental, porque sobreviven incluso después de cinco siglos de destrucción sistemática de sus cuerpos, deben tomar el centro que legítimamente les pertenece para crear una sociedad capaz de bien vivir sin destruir los sustentos vitales del planeta, de las otras especies y de sí misma. Solo destruiremos el mito creando otra realidad, un Brasil que no niegue su origen de sangre, pero que sea capaz de inventarse de otra manera.

Esta es la lucha. Como no hay tiempo, habrá que hacerla mientras se guarda luto a los muertos y se documenta su memoria. Al destruir la selva amazónica, Brasil se ha convertido en uno de los líderes de la corrosión del planeta. Estamos en plena emergencia climática. El tiempo está en nuestra contra. El derrocamiento del hombre Bolsonaro es un pequeño paso, la destrucción del mito es el camino. Y es estratégica para que este planeta siga siendo un hogar.

Eliane Brum es escritora, reportera y documentalista. Autora de Brasil, construtor de ruínas: um olhar sobre o país, de Lula a Bolsonaro. Web: elianebrum.com. E-mail: elianebrum.coluna@gmail.com. Twitter, Instagram y Facebook: @brumelianebrum.

Traducción de Meritxell Almarza



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