T anto por el público como por la organización se podría decir que fue la noche soñada para una apertura de Festival. Programa con música atractiva e intérpretes en estado de gracia entusiasmaron a un abarrotado Auditorio Alfredo Kraus. La Philharmonia Orchestra mostró la calidad que acredita en el ranking de las orquestas top: equilibrio y empastes extraordinarios con una cuerda cálida, dúctil y de muy elevado nivel en todas sus secciones, así como en las maderas aunque no tanto en los metales. Un sonido compacto, redondo, acabado y profundo, sin estridencias en una gradación de dinámicas audible e impoluta.
Marin Alsop subió al podio en calidad de principal directora invitada de la formación londinense y se palpa una clara complicidad. La maestra norteamericana dirige con gestualidad natural y atractiva produciendo una intensa comunicatividad en su particular Suite del Romeo y Julieta de Prokofiev. Primó el equilibrio entre los fragmentos de intensidad teatral y los líricos pero a todos ellos dotó de colorido acertado y contraste, domeñando el «brutalismo» disonante de Prokofiev con un control dinámico en el que lució el extraordinario empaste de la orquesta. La inusual Aubade o la Danza de las doncellas de los lirios fueron líricas y hermosas en su sencillez, la Joven Julieta fresca y talmente jovial, Montescos y Capuletos con certera e inquietante pesantez así como rotunda y enfática la Muerte de Tebaldo. De extraordinaria fuerza expresiva la Muerte de Julieta final. Echamos en falta la inclusión de la escena del balcón, aun alargado más el concierto, contra unas propinas ofrecidas muy fuera de lugar para una orquesta de esta categoría y un Festival con cuarenta y un ediciones detrás. Abrió el concierto la breve y atractiva obra de Jessie Montgomery Strum (rasgueo) de sonoridad americana en la que los diferentes efectos de pulsión de la cuerda y la riqueza rítmica se convierten en el propio vehículo expresivo de la misma. La cuerda de la Philharmonia estuvo extraordinaria en la articulación así como la animada dirección de Alsop.
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La granadina María Dueñas, de sólo 22 años, ya instalada en lo más lato del circuito musical, interpretó con brillantez el un tanto irregular concierto para violín de Korngold, lleno de sonoridades cinematográficos y escarpadas dificultades para la solista. Dueñas muestra un hermoso sonido terso y tornasolado, con un registro agudo seguro, bellísimo y de afinación asombrosa. Pero además de su control técnico posee un temperamento singular: apasionada en el lleno de matices primer movimiento, ensoñadora en la nocturnal romanza del segundo, con un sonido muelle pero firme e incontestablemente virtuosa en el tercero, quizá el menos interesante en lo musical. Alsop y la Philharmonia mimaron la dinámica para que la joven violinista, falta de algo sonoridad en el registro central, no perdiera el primer plano ante una orquestación de atractivos pero rotundos colores tímbricos. El trabajo común de los intérpretes fue saludado con vítores por parte del publico. Algo renuente a las propinas, la violinista brilló en una original versión de Recuerdos de la Alhambra de Tárrega claramente más emotiva que técnica.