Son las cinco de la mañana y ya estoy escuchando, desde la cama en la que duermo, el lejano sonido que emiten las caracolas al soplar por ellas. Antes de salir, me cuelgo a un lado la correa que sujeta mi bucio. Este instrumento llegó a mi vida hace unos cinco años y desde entonces me ha acompañado en muchas romerías, manifestaciones por la defensa de Canarias o incluso en viajes a destinos como París o Barcelona.
Hoy lo hace por las calles de Güímar, en la isla de Tenerife, a propósito de la Bajada de la Virgen del Socorro. Esta popular celebración reúne, cada siete de septiembre, a miles de personas —no solo del municipio sino de toda Tenerife— que, movidas por la fe y la tradición, peregrinan desde la Iglesia de San Pedro hasta el caserío costero de El Socorro. Este año participo como tocadora de bucio pero, siendo especialista en Estudios de Género y activista feminista, una pregunta me vino a la mente desde que puse un pie en El Socorro y conocí el profundo arraigo que tiene el bucio en Canarias: ¿dónde están las mujeres tocadoras?
Presencia y márgenes
El androcentrismo continúa presente en nuestra sociedad como un pensamiento que coloca a los hombres en «el centro» mientras que el resto de identidades nos ubicamos en los márgenes, y esto también se da en espacios públicos, en celebraciones populares y en las manifestaciones de nuestra tradición. No obstante, la participación y presencia de mujeres y otras identidades disidentes han sido y son fundamentales para la transmisión de nuestro patrimonio cultural canario.
Por este motivo, me propuse conocer a varias mujeres tocadoras, provenientes de otros municipios de Tenerife, que acuden a la Bajada de la Virgen del Socorro: Elisabet, Yanira, Carmen e Isora me acompañan e iluminan con sus testimonios en este camino que huele a albahaca y que comienza antes del amanecer.
«Me llamo Elisabet Delgado Pérez, tengo 25 años y soy de Güímar, de la zona de Fátima y con orígenes en La Hoya. De toda la vida he estado vinculada con la Bajada de la Virgen del Socorro, desde que nací. Mi padre iba con una carroza y yo tenía un montón de primos de la misma edad. Él enramaba todo el rover con palmeras y nos lanzaban pa’ atrás del coche y vivíamos El Socorro así. Incluso un año llegué a tener 40grados de fiebre y mi madre dijo ‘esto se le quita porque El Socorro quita todo’. Me mandó un fisquito de Dalsy y se me quitó. No ha habido un año que yo no esté aquí».
«Me llamo Yanira Pérez Rosa, tengo 41 años. Soy de Güímar, mi padre pertenece al Porís de Arico y mi madre es güimarera (…) Mi vinculación con la bajada de la Virgen del Socorro es desde que nací. Yo nací en julio y, con mes y medio, el día siete de septiembre ya mi madre me bajó en una cesta. Y cuando tenía tres o cuatro años ya empecé a ver a Los Guanches y le dije a mi abuelo que si me vestía de guanche. Me dijo que sí, pero enfermó y murió. Entonces ese año como él murió cerca de las fiestas la familia no fuimos a El Socorro, pero mi madre me dijo ‘no te preocupes que el año que viene yo te hago la ropa y te visto’. La ropa me la hizo ella, porque se confecciona con tela y lana, mi padre me consiguió el bucio,… y ya al año siguiente me vestí y seguí toda la vida».
Vinculación con la bajada
Pese a que pertenecen a generaciones distintas, estas dos güimareras comparten una crianza vinculada con la tradición de la bajada: «Siempre he tenido un vínculo muy especial con el bucio», revela Elisabet, «porque he estado muy allegada con la Virgen. (…) Y siempre quise estar en ‘el otro lado’, en vez de estar en los bancos mirando todo lo que pasa quería estar involucrada, haciendo algo para ella. Y llegó un día que llamé a mi madre (…) porque dije ‘este año no pasa sin que yo toque el bucio’. Le conté y ella pensó ‘voy a hablarle a mi amiga Luisa que ella a lo mejor sabe quién lo vende en Güímar o que tenga’. Se pusieron en contacto y Luisa le dijo que tenía uno grande suyo y que podía prestármelo para el día de la entrada del mes. Y entonces rectifica y dice ‘no, no te lo voy a prestar, sino que te voy a regalar uno que era de mi madre’. Después de eso me puse en contacto con Javier, me cortó el bucio y ahí empezó mi historia. No hay nadie en mi familia que toque el bucio, yo soy la primera. Mucha gente de mi entorno está contenta porque he cumplido mi sueño, porque no es solo soplar una caracola, es mucho más que eso».
«En mi casa siempre ha habido bucios porque mi padre viene de una familia de pescadores y los cogían en el mar», explica, por su parte, Yanira. «Recuerdo ser muy pequeña y mi padre lo tocaba tanto en El Porís como en una finca que tenemos aquí en Güímar. Él tocaba el bucio y el vecino de enfrente, aunque hay un barranco en medio, le contestaba con el suyo. Mi padre los cogía, nos los cortaba, y mis hermanos y yo los tocábamos. Mi madre no lo tocaba, de hecho ahora lo intenta y no le sale (risas). Mis hermanos lo tocaban, ahora tengo sobrinas que tienen siete años y que ya casi lo tocan. Y mis hijas, una que tiene un año, ya pone la boca y hace ‘buuuuuu’ y la a otra de tres ya casi le sale un poquito el sonidito. Oír el sonido del bucio es tradición, es familia, te acuerdas de los que no están. Nosotros éramos tres hermanos y uno de ellos falleció. Y él también me cogía bucios, yo tengo dos en casa que los tengo como un tesoro, que no los saco porque tengo miedo de que se rompan o se pierdan. Cuando lo toco me acuerdo de él, como si me trasladara a mi infancia».
Familia y redes afectivas
Y es que la familia y las redes afectivas, como acabamos de ver, son fundamentales en la transmisión de la cultura popular canaria. Desde saberes, habilidades o prácticas, el entorno familiar puede ser un espacio idóneo para el aprendizaje de las nuevas generaciones de ese legado cultural y étnico que forma parte de nuestro patrimonio inmaterial. Incluso en contextos familiares en los que no haya tanta vinculación con una tradición en concreto, las personas de nuestras familias pueden ser esos elementos conectores que cambian vidas y cumplen sueños, como sucedió en el caso de Carmen:
«Me llamo Carmen, tengo 26 años y soy de Ravelo, en los altos de El Sauzal. Conocía el bucio desde hace mucho tiempo, ya que siempre he tenido un apego por la cultura canaria y desde la adolescencia me he interesado activamente por aprender de ella. Sin embargo, mis familiares no tocan ningún instrumento, ni el bucio, así que siempre lo veía como algo externo. Hace unos meses le he inculcado el nacionalismo canario, ante todo por nuestra historia guanche, a uno de mis primos. Hablamos del bucio y me regaló uno por mi cumpleaños. Lo preparamos juntos y desde entonces lo llevo tocando».
Como es evidente, el bucio no solo está conectado con festividades populares de carácter religioso: también es símbolo indispensable de corrientes que tratan de recuperar el legado de la cultura precolonial canaria. Es decir, «bucio» y «guanche», como vemos en el testimonio de Carmen, son elementos que van de la mano.
Algo que se repite en la experiencia de Isora:«Mi nombre es Isora y vivo en Valle Guerra-Aguere. Las caracolas me encantan (risas). Desde pequeña he escuchado siempre a gente tocar el bucio en diferentes celebraciones. Una vez, hace unos dos años, escuché uno en una celebración guanche en los Roques de Fasnia y dije: ‘yo también quiero tocar un bucio’. Fui al Puerto de la Cruz a una tiendita en el muelle y ahí conseguí el mío. Cogí uno y lo hice sonar alĺí, aunque nunca había tocado uno. Nos bañamos en la playita del muelle y lo fui intentando sonar paseando por encima del dique. ¡Más contenta yo!», ríe.
«Este año ha sido mi primera bajada. He estado en las fiestas otros años, pero es mi primera experiencia dentro de la Romería. Fue todo un regalo de unos amigos. Tuve una experiencia súper bonita tocando cuando íbamos bajando, porque estaba viendo la Montaña Grande y todas las paredes de piedra nos rodeaban. Era como si todos los ancestros estuvieran ahí. Me emocioné mucho, se me pusieron los pelos de punta, porque fue una experiencia muy sentida».
Conexión identitaria
Los bucios también están muy presentes en la conocida Ceremonia guanche, un acto que se celebra cada siete de septiembre en la playa de Chimisay y que es ejemplo de esta conexión identitaria que no atiende academicismos ni juicios de valor pues, como tradición que es, solo responde al deseo de su propia comunidad.
«Yo entré con cinco años a la Asociación Cultural Los Guanches de la Virgen de El Socorro, entre 1988 y 1989», me cuenta Yanira. «Cuando entré ya tenía bucio, pero solo lo tocaba un señor que se llamaba Perico, nadie más tocaba. (…) Mi madre le preguntó si había algún problema con que yo tocara el mío y dijo que no. Y no sé si a raíz de ahí ya la gente empezó a usarlos. Ahora ya hay muchísima gente que toca: niños, mujeres, hombres… Sobre el año 2013 o 2014, nos reunimos y dijimos que debíamos hacer una asociación: tener nuestra junta directiva, estatutos y alguien que nos represente, porque no éramos nadie. Éramos un montón, unos 200, pero legalmente no éramos nada. De hecho yo fui la primera presidenta de la asociación. Entonces se crearon unos talleres para animar a la gente a aprender sobre vestimenta o el salto, y yo me encargaba del bucio y de enseñar a los niños a tocarlo».
Precisamente, gracias a la labor de transmisión de personas como Yanira, es como las generaciones más jóvenes de Güímar crecieron y crecen con un valor social hacia el instrumento. Cabe añadir que la Ceremonia guanche no es la única manifestación cultural que fomenta su valor, ya que el conocido Encuentro de tocadores —y tocadoras— de bucio que organiza desde hace años el experto y artesano Javier Castro es otro encuentro fundamental para esta cultura del bucio que impregna la idiosincrasia güimarera: «Yo empecé el jueves, unos días antes del Encuentro de tocadores de este año», confiesa Elisabet.
«Los tocadores nos ponemos al final de la plaza y delante se pone la banda, con un espacio para que no se mezclen los sonidos. A las 00.00 horas empiezan los voladores anunciando que ya es 1 de septiembre, y empezamos a acercarnos a la iglesia, y te puedo asegurar que desde abajo hasta llegar a la Iglesia mi cara estaba llena de lágrimas».
«Ahora mismo aquí en Güímar hay muchísimas mujeres, niñas y adolescentes que tocan el bucio», añade Yanira. «Antiguamente a las mujeres no las dejaban vestirse [de guanche] Los que lo hacen, otros los pinchan. [en los pies] Usa la lanza para mantenerlos alejados. Cuando era niño recuerdo muy poco: un señor llamado Montes y un grupo de primos que tenían cuatro o cinco años y luego no. Ahora muchas niñas y mujeres mayores incluso me dicen “cuando era pequeña quería ponerme ropa pero como no podía no lo hice” y ahora cuando son mayores les han hecho su propia ropa Toca tu propia camiseta . (…) a nosotros [las mujeres] Cuando la Virgen fue llevada de la cruz a la iglesia, tomamos su manto, pero esto antes no existía. Hace cincuenta años, por suerte existió una mujer llamada Olegaria de la comunidad de San Juan, y antes de ella no hubo mujeres en la asociación. «Ella ha fallecido.»
Lo que cuenta Yanira me demuestra, una vez más, que muchas tradiciones en Canarias no están, afortunadamente, atrapadas en cápsulas del tiempo sino que se adaptan a las circunstancias del presente. No obstante, sería iluso pensar que porque haya más tocadoras en la ceremonia guanche y otros actos populares de la Bajada, no sin dificultades, ya está todo conseguido. Como decía al comienzo de este texto, el androcentrismo es un fenómeno que influye en todos los ámbitos de nuestra sociedad, incluidas las festividades y tradiciones.
Apoyo entre mujeres
Carmen, por ejemplo, me dice al respecto: «Me he percatado de que existe mucha gente que exotiza y te pide una foto cuando tocas el bucio y, a la vez, hay otra mucha gente que lo critica por el sonido. Como suelo ir con mi primo, que también lo toca, veo que es algo que nos ocurre a ambos independientemente del género, pero creo que la forma en que se lo puede tomar una mujer y un hombre son bastante diferentes», explica.
«El bucio continúa estando bastante vinculado a los hombres»
«Por ejemplo, la socialización femenina conlleva no ocupar espacios, no molestar, por lo que sentirse así señalada puede hacer que toques menos el bucio, mientras que un hombre se sentiría bien en ese ambiente y no interferiría en su actividad. (…) Creo que el bucio continúa estando bastante vinculado a los hombres, aunque he conocido a mujeres que lo tocan porque fui a una charla sobre el bucio donde conocí a tocadoras como tú. Pero en las romerías la mayoría de tocadores que encuentras son hombres».
Así pues, ante este panorama, son todas esas mujeres que actúan desde el amor hacia otras mujeres —como madres, hermanas, tías, vecinas, parejas o amigas— las que siguen logrando que hacer sonar una caracola no sea, como bien apunta Carmen, una actividad exclusiva de hombres. Esta suerte de sororidad canaria, de apoyo entre mujeres para participar en una tradición comunitaria, no se da solo de madres a hijas, sino que es un patrón que se sigue reproduciendo entre las generaciones más jóvenes: «Tengo una amiga de toda la vida que se llama Laura con la que siempre tengo un punto de encuentro en la Bajada», comenta Elisabet.
«No creo que esto de tocar el bucio se acabe en mi vida»
«Y cuando me vio me dijo ‘¡Eli! ¡Tienes un bucio!’. Ella pertenece a Los Guanches pero no tenía un bucio y tampoco lo sabía tocar. El año pasado ya se lo había dicho y cuando me vio me dijo que no lo podía creer. Me pidió que lo tocara y me salió bien. Y yo vi en su mirada que le llegó. Fue como un antes y un después, porque cuando lo toqué en la iglesia la vi llorando y haciéndome así con la mano [pulgar hacia arriba]. El sentimiento de Laura es «Wow, es como si estuviera allí». Ella me habla por teléfono estos días y me dice que ha comprado bucio, y me siento muy orgullosa porque es como si la estuviera animando. Todo esto me parece un sueño. Recién estoy comenzando, pero esto nunca terminará. Por mi parte, no creo que esta interpretación de Busio termine jamás en mi vida.
Ya casi puedo ver la ermita de El Socorro, tan blanquita, allá alante. Está abierta de par en par, enramada con palmas y albahaca para recibir a la Virgen y a las miles de personas que comenzamos este largo trayecto cuando aún no era ni el alba. Me llevo mi querido bucio a los labios para hacerlo sonar una vez más, aunque ya tenga las bembas rojas de tanto soplar. Al hacerlo oigo también la caracola de Yanira, la de Carmen, la de Isora y la de Elisabet, que me han acompañado en mi primera bajada. Pero también escucho los bucios de Luisa y de Laura, los de las hijas de Yanira y los de otras muchas mujeres tocadoras que, de forma anónima, participan en la Bajada de la Virgen de El Socorro, manteniendo así una tradición popular de un valor incalculable.
[–>
Y al hacerlo todas a la vez me da la impresión de que la cara de la Virgen está más sonriente. Como si ella, al fin y al cabo, mujer también, supiera que su bajada no sería la misma sin todas aquellas tocadoras que la acompañan con orgullo y alegría.