John Crowley es un interesante director de cine irlandés, ganador de dos BAFTA. Debutó en la gran pantalla en 2003 con Intermission, junto a sus compatriotas Cillian Murphy y Colin Farrell. Y, aunque supuso un buen comienzo, posteriormente llegaron sus mejores obras: Boys A (2007) -cinta que obtuvo también cuatro premios de la Academia Británica-, con Andrew Garfield y Peter Mullan, y Brooklyn (2015), protagonizada por Saoirse Ronan, que aspiró a tres Oscars (incluido el de mejor película) y a seis BAFTA. Se trata, pues, de un notable cineasta, altamente capaz de exprimir todo el jugo a sus personajes y de centrarse en su evolución. Contador de historias nato, se decanta con claridad por el melodrama, si bien ha rodado asimismo tramas más cercanas a la intriga – véase Circuito cerrado (2013)-.
Ahora estrena Vivir el momento, un drama romántico que en ocasiones se tambalea hacia la cursilería, pero sin caer en ella. Posee secuencias cuya mezcla de humor y romance parece restar credibilidad al relato pero, en su conjunto, supera la difícil frontera que separa el sentimiento honesto y sincero del excesivamente dulzón o sensiblero. En todo caso, la colocación de dicha línea divisoria depende de cada espectador, en función de su carácter y de su estado de ánimo en el momento de la proyección. A título personal, aunque percibí algunos toques propios de un anuncio de televisión, me sentí mayoritariamente compelido por la narración y me rendí a su sensibilidad a la hora de transmitir la ternura y los avatares de unos seres azotados por la vida.
El encuentro fortuito entre una mujer y un hombre marca el inicio de una intensa relación de pareja. Lo que nace como un amor inesperado, se convierte al poco tiempo en una convivencia que da lugar a la formación de una familia. Sin embargo, la existencia humana siempre impone retos y desafíos complicados que ponen a prueba sentimientos y pasiones, de modo que ambos comprenden que la clave estriba en apreciar cada momento compartido, con independencia de las circunstancias.
Por más que, a mi juicio, Crowley no alcanza aquí la cima profesional, sí demuestra su compromiso y su apuesta por desvelar la esencia de cada personaje a través de una vía muy adherida al corazón y a los afectos. Su ajustada duración de apenas hora y media contribuye a un entretenimiento efectivo que deriva en una propuesta aceptable e, incluso, emotiva si se logra el enganche con lo que se pretende transmitir.
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Florence Pugh y Andrew Garfield encabezan el reparto. Ella, candidata como secundaria a la estatuilla dorada de Hollywood por su actuación en Mujercitas, de Greta Gerwig, se dio a conocer con la potente Lady Macbeth, donde realizó una magnífica interpretación. Posteriormente, destacó en la serie de televisión La chica del tambor y en dos de los más influyentes títulos recientes: Oppenheimer y Dune: Parte dos. En cuanto a él, ya intervino a las órdenes de Crowley en Boys A, que le reportó el BAFTA a mejor actor. Aspirante al Oscar por Hasta el último hombre y el musical Tick, tick… Boom!, su versatilidad queda fuera de toda duda, y tan pronto participa en superproducciones prescindibles (por ejemplo, los dos Spiderman dirigidos por Marc Webb) como en proyectos sobresalientes (Leones por corderos, La red social, Nunca me abandones). En esta ocasión, lleva a cabo una labor correcta y, al igual de su compañera, sostiene con soltura buena parte del peso del largometraje. Les acompañan en papeles menores Douglas Hodge (Joker) o Amy Morgan (Sin tiempo para morir).