El éxito de Samuraï entre los Z resulta, cuanto menos, curioso: no toca ningún palo del urbano, el género rey, sino que se adentra en el rock-pop sin complejos. Rara vez la verán coronando una lista, pero sus oyentes se cuentan por millones. El silencio del ruido es el disco que está rodando por España en una gira con todo el papel vendido. El éxito que alcanzó con Tirando balas, De charco en charco y Tiro al aire le ha permitido lograrlo. Y, aún así, no ha perdido el foco nunca: sabe que la única forma de llegar al público es siendo auténtica, una declaración de intenciones en la era de TikTok. “Parece que se nos ha impuesto sacar canciones cada mes y es agotador. Yo intento ser más anarquista, dándome mis tiempos. Las reglas están para romperlas”, asegura. Quizá, por ello, esté calando tan bien.
Aroa Lorente publicó su primera canción en 2020 y, aunque aún no tenía claro el camino que transitaría, sabía de sobra el estilo que deseaba abanderar. Y, en especial, lo que quería contar. En esta ocasión, por primera vez, se las dedica a sí misma: “Antes las escribía para capullos, ahora no. Ha sido un ejercicio psicológico complejo. Me he obligado a parar, pensar y escuchar. Eso me ha dado alas y me ha ayudado a ordenar la cabeza. Desde entonces, compongo intuitivamente”.
Quería parecerse a Hayley Williams, la líder de Paramore. Una princesa del punk a la española que, paso a paso, ha ido construyendo una identidad propia. Hasta el punto de liderar un movimiento que, junto a otros compañeros, como Hens, Pole y Walls, están retroalimentando un estilo que se pensaba extinto. “Somos una generación sobreinformada. Tan completos que, a veces, nos perdemos cosas. Solemos agobiarnos frente a todas las posibilidades que se nos presentan. En mi caso, me he vuelto bastante exquisita. He llegado a un punto en el que ya no me sorprenden las cosas y lo odio. Por ejemplo, con sólo escuchar el principio de una canción, sé cuándo va a caer el estribillo. Cuando me pasa, intento desconectar el oído para recuperar la ilusión”, añade Samuraï, que rechaza las sesiones de composición organizadas para crear un hit.
P. ¿Qué tienen sus letras para conectar tanto con el público?
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R. Verdad. No escribo desde el punto de vista de una chica de mi edad, lo que hace que cualquiera se pueda ver representado. Son atemporales.
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P. ¿Esa madurez le viene de serie?
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R. Al ser tan introspectiva, imagino que han pasado cosas que me han hecho espabilar antes. Igualmente, soy muy niña para otras, ¿eh?
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P. El disco gira en torno a la idea de escapar. ¿De qué cosas ha querido huir?
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R. De las ataduras. No sólo las románticas, también las que te quieren quieta. Y, claro, yo soy un caballo desbocado.
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Tirar la toalla
La manera en la que Samuraï ha encarado la profesión, con absoluta fidelidad a su estilo, sin renunciar a sus principios, le ha permitido subsistir. “De música he aprendido mil cosas, pero sigo sin entender la industria. En cualquier caso, la disciplina es clave. Que sí, que esto es pasión y arte, pero aquí nadie vive del cuento. Siempre me he tomado la música como un trabajo, aunque todo se puso más serio cuando fiché por una multinacional”, sostiene. De ahí que nunca se haya planteado tirar la toalla, a pesar de que las condiciones no hayan sido las mejores. Ojito: “No me gustaría ser autónoma, pero jamás cambiaría esto por nada del mundo. Sobre todo, teniendo en cuenta lo que he conseguido. De vez en cuando, tener un horario estaría bien”.
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Sus canciones están poniendo sobre la mesa debates que les permiten llegar a cada vez más personas: evolución, pesimismo, depresión, amor, insatisfacción… Lo que ha vuelto heterogénea la multitud que le sigue la pista. Lo curioso es que lo pueda hacer desde una major: “Tengo un equipo tan punky como yo. Y, si bien no todos lo son, me entienden y me quieren. Y lo más importante: les gusta lo que hago. Se sienten orgullosos”.
P. Siempre se ha dicho que los chicos hacen rock y las chicas, pop. ¿No hemos avanzado todavía?
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R. No. Y lo sé porque hay quien me sigue metiendo en sacos a los que no pertenezco por el simple hecho de que en otros no hay mujeres. Ahora bien, hay una escena de chavalas maravillosa haciendo rock. Y, poco a poco, empiezan a salir en el mainstream.
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P. ¿Qué tiene que pasar?
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R. Las plantillas tienen que renovarse. Con este relevo irán cayendo quienes bloquean el cambio.
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P. Como referente para las nuevas generaciones, ¿en quién se apoyaba usted?
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R. En artistas del urbano, por donde también me he movido. Buscaba géneros intermedios para no caer directamente en el pop. No quiero ser La Zowi, pero tampoco Malú.