Es uno de los cineastas más prolíficos que existen -ha rodado 23 largometrajes en 25 años- y uno de los más versátiles; su filmografía incluye comedias negras, melodramas, intrigas policiacas, relecturas macabras de cuentos populares, cine negro, musicales, películas de denuncia social y hasta fantasías sobrenaturales. Su nuevo trabajo, ‘Cuando cae el otoño’, se inspira en la literatura de Georges Simenon para narrar las tribulaciones -un envenenamiento, varias muertes, el encubrimiento de un posible asesinato, problemas derivados de un pasado oscuro- en las que se ve envuelta una adorable anciana.
Al menos a primera vista, ‘Cuando cae el otoño’ es muy distinta de ‘Mi crimen’ (2023), que dirigió el año pasado. ¿Es usted de esos cineastas que conciben cada nueva película como una reacción contra la anterior?
Yo creo que sí hay ciertas similitudes entre ellas. Las dos se centran en personajes femeninos, y ambas incluyen una muerte sospechosa en su peripecia argumental. Por lo demás, en efecto, las diferencias entre ambas son claras: ‘Mi crimen’ es la adaptación de una obra de teatro ambientada en los años 30, la filmé entre escenarios parisinos y un estudio de filmación, y es puro artificio. ‘Cuando cae el otoño’, en cambio, está basada en un guion original, y la rodé porque quería contar una historia que en buena medida transcurriera en la naturaleza; necesitaba respirar aire fresco y por eso la situé en la Borgoña, una región que adoro. Todo en ella es más naturalista. Dicho esto, a la hora de hacer cada nuevo proyecto no suelo pensar en el anterior. No soy tan calculador.
A diferencia de lo que sucede con el resto de la sociedad, a mí nunca me ha costado entender que las mujeres son tan complejas como los hombres
¿Es cierto que ‘Cuando cae el otoño’ se inspira en un recuerdo de su infancia?
Sí, concretamente en una comida familiar que mi tía, hermana de mi padre, organizó en el campo siendo yo niño. Preparó un banquete a base de setas que había recogido aquella misma mañana… ¡Y accidentalmente cocinó setas venenosas! Toda la familia acabó en el hospital excepto ella misma, que no las había probado; resultó no ser una intoxicación grave, pero podría haber acabado en tragedia. Yo era un chaval muy fantasioso, y durante mucho tiempo me pregunté si era posible que mi tía lo hubiera hecho a propósito. Después de todo, en todas las familias hay secretos e inquinas inconfesables, ¿no es así? A mí siempre me ha interesado contemplar y desentrañar ese tipo de conflictos.
Las películas protagonizadas por mujeres de la tercera edad son muy inusuales. ¿Es algo que tuvo en cuenta a la hora de escribir ‘Cuando cae el otoño’?
Oh, sí. Es terrible que el cine cuente tan pocas historias de mujeres mayores, y que les otorgue solo papeles secundarios. Me apetecía rodar con actrices que asumen con naturalidad su propia edad. Hélène [Vincent] y Josiane [Balasko], las protagonistas de la película, jamás han recurrido a la cirugía, y transmiten mucha más vitalidad que la mayoría de actrices mucho más jóvenes que se han hecho retoques en la cara, y que parecen figuras de cera a causa de ellas. Entiendo la presión que la obsesión social por la imagen ejerce sobre las mujeres pero yo, para narrar historias, necesito rostros que expresen emociones por sí solos. Y las personas ancianas me fascinan, porque hay pocas cosas tan elocuentes como las arrugas del rostro.
Me siento más cómodo trabajando con actrices que con actores. Los hombres porque tienen egos más fuertes y les cuesta aceptar sugerencias
En ese sentido, en todo caso, las cosas han cambiado…
Ya lo creo. Cuando hice ’Bajo la arena’ (2000) con Charlotte Rampling, ella tendría poco más de 50 años, y aun así tuve que pelear duro para convencer a los productores de que no era descabellado centrar la película en un personaje de esa edad. Increíble.
Con sus películas, usted siempre ha tratado de acabar con los prejuicios asociados a lo femenino. ¿Responde esa actitud a un plan predeterminado?
En mi carrera nada responde a un plan. La explicación es más sencilla: a diferencia de lo que sucede con el resto de la sociedad, a mí nunca me ha costado entender que las mujeres son tan complejas como los hombres, y que por tanto pueden albergar oscuridad en su interior y ser tan amorales como ellos o más; parece mentira que mucha gente no entienda algo tan obvio a estas alturas. Uno de los principales motivos por los que suelo centrar mis películas en personajes femeninos es que me siento más cómodo trabajando con actrices que con actores. A menudo me resulta complicado lidiar con los hombres porque tienen egos más fuertes y les cuesta aceptar sugerencias. Las mujeres suelen pensar más en el bien de la película o de su personaje que en su lucimiento personal. Hay excepciones, claro.
Ya ha pasado más de medio siglo desde que se dio a conocer gracias a ‘Sitcom’ (1998). ¿Qué ha cambiado desde entonces, y qué no?
Mis primeras películas están dirigidas por un joven inexperto, y se nota, pero les tengo mucho cariño. Además, cuando las hice tenía una energía de la que hoy carezco, obviamente. Ya no soy un niño, y mi cuerpo lo nota. Tengo problemas de vista y oído, y necesito suplementos vitamínicos. Es ley de vida. Pero dirigir me apasiona tanto como el primer día.
Sin duda le cuesta menos ahora que entonces, eso sí…
Me cuesta menos pero me sigue generando mucha ansiedad, aunque por motivos diferentes. Mi gran preocupación actualmente es que mis películas sigan siendo rentables porque, aunque no son muy costosas y por tanto no entrañan mucho riesgo económico, un fracaso comercial es suficiente para destruir la carrera de un cineasta. Por eso, lo que opinen los críticos de ellas me importa más bien poco siempre y cuando el público vaya a verlas.