Tan inteligentes i sans argent! (¡Tan inteligentes y sin dinero!). Esta frase se la escribían unos jóvenes Federico García Lorca y Salvador Dalí a finales de los años 20 del siglo pasado desde el Palace de Madrid al escritor canario Claudio de la Torre.
En una carta llena de dibujos y con unos versos improvisados, el poeta y el artista le pedían unas pesetas para su amigo Luis Buñuel, que había ido a la capital a visitarlos y se había fundido todo lo que tenía.
“Se gastó todo su dinero y se tiene que marchar a Zaragoza. Recurrimos a ti. Préstanos ciento veinte y cinco pesetas. Te devolveremos dentro de cinco días. ¡No vemos otra solución! Mil gracias”, se puede leer en este papel timbrado que decora la pared del 27 Club, espacio donde se encontraba el antiguo Museo Bar del conocido hotel madrileño que se ha sumado recientemente a la cartera The Luxury Collection de Marriot tras una reforma de dos años y 90 millones de euros.
Carta completa de Federico García Lorca y Salvador Dalí a Claudio de La Torre. / LP/DLP
Versos lorquianos
Un sol, un árbol o una especie de monigote que toca el violín son algunos de los dibujos hechos por Dalí que acompañan a esta petición firmada por Federico. Uno ilustra y el otro pone sus versos, en lo que quizá fue un intento de agasajar a un De la Torre que en las fechas en las que se estima que los artistas coincidieron en Madrid, andaba consolidando el proyecto del Teatro Mínimo en Las Palmas de Gran Canaria y participando de forma activa en la escena literaria y teatral de la capital española.
“Alfonso doce de plata/ vuela en la moneda blanca/ de corcho y hoja de lata/ mi cuerno de la abundancia/ Me gasté en el bar del Palace/ ¡mis monedillas de agua!”, escribía un Lorca casi treintañero haciendo alusión al monarca que aparecía en las pesetas de entonces.
La misiva, además de divertida y espontánea, revela el grado de complicidad que existía entre los tres jóvenes —Federico, Salvador y Luis— y la confianza que depositaban en Claudio de la Torre, a quien recurrieron como posible salvavidas económico. No fue una elección casual.
Por aquel entonces, el escritor canario ya se había hecho un nombre en el panorama literario español: había ganado el Premio Nacional de Literatura en 1924, con su novela En la vida del señor Alegre (premio compartido con Roberto Molina y su obra Dolor de juventud), siendo ya un escritor respetado, solvente, y una figura con cierta relevancia en el tejido cultural en el que se movían los creadores más vanguardistas del momento.
Hijo de Bernardo de la Torre y de Francisca Millares Cubas, Claudio era un intelectual de una familia influyente al que seguramente poco le costaría dejarle 125 pesetas (menos de un euro) a unos jóvenes artistas que quizá habían extendido la noche más de la cuenta en el bar del hotel.
Encuentros intelectuales
La carta es también testimonio de una época efervescente, en la que los límites entre las artes eran porosos y las ideas viajaban entre cafés, teatros, estudios y hoteles de lujo, como el Palace, lugar de encuentro habitual de los intelectuales y creadores de aquel entonces en el que se celebraban numerosas tertulias y encuentros para hablar de poesía, política, filosofía o cualquier tema que se encartara y al que mereciera dedicarle unos pocos pensamientos.
En ese Madrid de los años 20, momento de efervescencia de la Generación del 27, el arte y la vida se confundían en conversaciones nocturnas, en cartas como esta y en ideas que germinaban regadas por las bebidas que se servían dentro del hotel. Lo que hoy cuelga enmarcado en una pared del Palace no es solo una anécdota simpática de versos y dibujos, sino una pieza de la historia viva de una generación que transformó la cultura española del siglo XX.
Josefina y Lorca
También en esta escena destacó el nombre de la hermana pequeña de Claudio, Josefina de la Torre, importantísima voz de las letras canarias -además de actriz, cantante lírica, dobladora de películas, adaptadora de guiones, traductora o empresaria- que admiraba con profundidad a Lorca y que, acompañada por su hermano, también se pudo mover por la capital del país en aquellos años de ebullición cultural.
Así, ella misma fue uno de los nombres que le dieron vida a la Generación del 27, nombre muchas veces olvidado por tratarse de una mujer que se movía con firmeza en un mundo de hombres.
Josefina, al igual que su hermano Claudio, se convirtió en un puente cultural entre Canarias y la Península, un puente que Lorca y Dalí, embebidos en su juventud, no dudaron en usar para pedir un pequeño favor y ayudar a su amigo Buñuel haciendo una petición que recuerda que, incluso las figuras más monumentales y significativas, fueron en sus inicios seres «inteligentes y sin dinero» que se movían entre la precariedad, el arte, los versos y la barra del bar de uno de los hoteles más lujosos de Madrid.
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