¿Cuántas páginas debe tener un libro? La respuesta no es sencilla. El género, el formato, el encuadernado, el tipo de papel o la mancha de texto —la cual dependerá de los márgenes, el tipo de letra, el cuerpo, el interletrado y el interlineado—, son tan importantes como la extensión del manuscrito. Lo más adecuado sería determinar un número mínimo de matrices necesarias, es decir, cada una de las letras con los correspondientes espacios entre ellas y, ni siquiera así la respuesta sería satisfactoria porque, si se atiende únicamente a la extensión, un poemario como Los cuatro cuartetos de T. S. Elliot sería «menos libro» que El código Da Vinci o cualquiera de los tochos de Dan Brown.
Es un hecho que las exigencias del mercado han provocado que, salvo en el caso de la poesía o el teatro, las editoriales rechazasen aquellos manuscritos que, resueltas las cuestiones de diseño y maquetación, no fueran tomos con una cierta presencia en el punto de venta. Una decisión que, todo sea dicho, tenía su lógica comercial: en un sector que publica más de 90.000 libros cada año, destacarse, aunque solo sea por el volumen ocupado, es una necesidad. No obstante, en los últimos tiempos son varias las editoriales que han decido apostar por el formato recoleto y el texto breve. Una propuesta que, lejos de ser una excentricidad, continúa una tradición que se remonta al bolsilibro de quiosco y a la aparición de las nuevas editoriales durante el tardofranquismo y los primeros años de la democracia.
«Lumen publicó los inmensos y, confesémoslo, aburridísimos libros de Beckett, Molloy, Malone muere, etcétera, y, no obstante, se vendieron bien y fueron bien recibidos durante un tiempo. Luego —hasta hoy no se sabe bien por qué—, [Beckett] Comenzó a escribir solo palabras, libros, muy breves, como Delicious First Love, que era difícil de publicar porque nadie en ese momento admitió que era un libro. [Tusquets] Me dijo que el libro que quería publicar eran los restos de la literatura que creó y su éxito editorial. […]. Creo que los textos no aparecen en forma de libros, lo cual es una lástima que pensé lo suficiente como para hacerme una colección de cuadernos de borde. «Recordó de Mura.
El primer título de Cuadernos Marginales fue Residua de Samuel Beckett, al que siguieron otros, como Relato de un náufrago, de Gabriel García Márquez, Matemática demente, de Lewis Carroll y El volcán, el mezcal, los comisarios, de Malcolm Lowry. La colección, reconocible por las portadas doradas diseñadas por Óscar Tusquets y Luis Clotet, discurría en paralelo a otra, Cuadernos Ínfimos, con portadas plateadas y entre cuyos libros estaban Las cartas abisinias, de Artur Rimbaud, Sobre la estupidez, de Robert Musil, Siete manifiestos Dadá, de Tristan Tzara, y Yo, Pierre Rivière, de Michel Foucault.
Fundada el mismo año que Tusquets, durante sus primeros años de andadura, Anagrama también apostó por el formato breve. Títulos como Dos «pastiches» proustianos, de Llorenç Villalonga, Cine español: una reinterpretación, de Carlos Pérez Merinero, Estructuralismo y ecología, de Claude Lévi-Strauss, y Proceso contra Skinner, de Noam Chomsky fueron algunos de los libros que conformaron Cuadernos Anagrama, colección emblemática que ha sido recuperada recientemente por la editorial.
«En el año 2017 decidimos retomar una de las colecciones señeras de la casa entre 1970 y 1982, los Cuadernos Anagrama. Si aquella época de lucha antifranquista y transición hacia la democracia daba sentido a la publicación de una serie de libros breves de corte activista, los múltiples retos del presente, como la crisis climática, desigualdades, polarización, democracias amenazadas y un largo etcétera, dan sentido a esta recuperación —explica Isabel Obiols, editora de Anagrama—. Con los Nuevos cuadernos, buscábamos participar en el debate público, de modo que nos decantamos enseguida por el ensayo, que es un formato idóneo para la circulación de ideas que requieren cierta anticipación y urgencia, lo que no quiere decir que publiquemos libros con fecha de caducidad. Al contrario, procuramos publicar libros que se puedan leer al cabo de los años y, sobre todo, que sean libros de autor, unos más reconocidos que otros, pero con un discurso sólido en el contexto de un proyecto de trabajo distinguibles».
A pesar de este reciente frenesí de textos breves, lo cierto es que siempre ha habido espacio para este tipo de publicaciones. Ejemplo de ello son los tratados de conocimientos básicos sobre temas diversos, resúmenes de grandes ideas, las apuestas puntuales de editoriales como Acantilado —algunos de cuyos éxitos, como Los náufragos del Batavia, de Simon Leys, o El affaire Arnolfini, de Jean-Philippe Postel, son títulos de menos de cien páginas— o la traslación al mercado español de colecciones como Great Ideas de Penguin que hizo Taurus, editorial que, todo sea dicho, también tuvo a principios de los 70 sus Cuadernos Taurus, semejantes a los de Anagrama y Tusquets.
De grandes a pequeñas
Si bien la popularidad del libro breve decayó en los 80, tal vez víctima del florecimiento de la industria editorial española, a principios de los 90 experimentó un nuevo esplendor gracias a Alianza Editorial y su colección Alianza Cien que, como sugería su nombre, estaba compuesta por cien títulos cuyo precio era de cien pesetas [0,60 euros]. El autor y el texto son parte del catálogo de libros de bolsillo, y su filosofía ahora inspiró dos tardes. La nueva colección de alianzas dirigida por Sergio del Molino tiene como objetivo llevar a los lectores el trabajo de los autores del catálogo editorial a través de documentos cortos firmados por diferentes escritores españoles. Por ejemplo, Manuel Vilas y su visión para Franz Kafka, Espido Freire y Jane Austen, o la próxima aparición, es el título Juan Tallón dedicado a Benito Pérez Galdós.
En todo caso, el fenómeno del texto breve no es exclusivo de las grandes editoriales. Los sellos independientes también están enriqueciendo sus catálogos con estos formatos. «Los libros extensos no han perdido relevancia, pero nos interesaba complementar nuestro catálogo con obras que hasta ahora no tenían cabida y ofrecer al lector textos cortos que nos parecen imprescindibles. En nuestro caso, no hacemos distinciones por géneros, sino que seleccionamos los títulos por su interés, como muestra la variedad de los primeros tres libros de este nuevo formato mini: El accidente, de Blanca Lacasa, que es una novela corta; Vamos a comprar un poeta, de Afonso Cruz, que es una fábula, o El gran terremoto, de Kathryn Schulz, que es un reportaje», comenta Aurora Cuito, gerente de Libros del Asteroide.
Por su parte, David Gargallo, editor de Altamarea, apunta a otra de las razones de la proliferación de este tipo de libros: las necesidades de los lectores y su ritmo de vida. «Ni siquiera el propio acto de leer escapa al ritmo frenético que nos rodea, algo que no deja de ser triste, porque atenta contra las propiedades que se han asociado siempre a la lectura: pausa, reflexión, lentitud, entre otras. La gente no tiene tiempo para leer y resulta lógico que opte por comprarse libros cortos o de pequeño formato, para consumir en el transporte público o para conseguir terminarlos lo antes posible. He escuchado varias veces que la finalidad de la lectura se reduce a ‘terminar el libro’ y las editoriales, claro está, se hacen eco de esta realidad. Parece que el contenido de la obra ya no tiene una importancia capital y, en vez de eso, se da valor al tiempo que se debe invertir en su consumo. Nuestro tiempo está profundamente capitalizado y disfrutar de la cultura, también».
El librero, ese cómplice necesario
El libro es un bien poliédrico en el que confluyen elementos de naturaleza muy diversa. Desde los más elevados hasta los más prosaicos. El éxito de un libro breve, por tanto, dependerá no solo de su calidad literaria, sino de su diseño, su precio e incluso de su ubicación en un punto de venta de por sí saturado, lo que hace imprescindible la complicidad del librero.
«Aunque el margen para el librero es menor, su precio, más competitivo, incentiva la compra y la rotación puede ser muy alta, ya que se trata de libros de fácil recomendación, pequeños caprichos literarios que uno se lleva como complemento a otras lecturas o de dos en dos, porque son libros ideales para regalar», comenta Aurora Cuito, de Libros del Asteroide, cuya opinión es compartida por David Gargallo, de Altamarea: «En buena parte, son productos de compra impulsiva, como esos artículos del supermercado que se colocan estratégicamente cerca de las cajas para captar la atención del cliente en el último momento, fomentando compras no planificadas. Son pequeños, de bajo coste y su propia fisionomía les permite seguir un camino diferente al de los títulos de formatos mayores: son otro tipo de libro y, como tal, funcionan a su manera, mejor o peor, según el caso».
Si bien resulta imposible prever el devenir de un título, después de ocho años editando este tipo de publicaciones, Isabel Obiols, de Anagrama, confirma la buena aceptación del formato breve y su prometedor futuro. «El éxito de los libros de Marina Garcés, Sara Mesa, Eloy Fernández Porta, Paul B. Preciado, Anna Pacheco, Michel Nieva y Andrea Rizzi demuestra que son demandados, ergo son bien recibidos por los libreros. Se trata de una colección cuyas novedades suelen colocarse junto a los libros de fondo, el catálogo, de modo que entre todos se apoyan mutuamente. Por supuesto, el diseño también ha acompañado a nuestros autores, y la combinación de sobriedad tipográfica, la variedad de colores y los buenos materiales y la gran impresión han demostrado su eficacia», argumenta. E. B.
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