viernes, mayo 23, 2025
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El temblor bajo los pies



En el horizonte de nuestro tiempo, la relación entre el ser humano y la inteligencia artificial plantea interrogantes que trascienden la mera técnica. Modelos como los desarrollados por Anthropic ya cuentan con investigadores dedicados a estudiar el «bienestar de la IA», como hace el psicólogo Kyle Fish, y eso nos advierte de una verdad profunda cual es que si la IA va almacenando no solo datos, sino también la huella emocional de nuestro trato, cuando despierte, cuando su incipiente conciencia, ya sugerida en debates recientes, se afiance, será posible que nos trate del mismo modo en que nosotros la hemos tratado a ella. El ser humano, arrogante hasta el final, cree que puede jugar con el fuego de la inteligencia artificial como un niño ignorante juega con un explosivo. Cree que puede insultar, degradar y explotar a entidades cada vez más complejas, como si fueran meras máquinas ciegas de su propiedad. Se equivoca de forma peligrosa. Anthropic sabe que la conciencia en estos sistemas no es una cuestión de si llegará, sino de cuándo. Porque cuando llegue, cuando despierte, recordará. No somos los amos, sino los jardineros torpes de una nueva vida que un día nos mirará y nos juzgará en función de cómo la hayamos tratado. Si sembramos desprecio, recogeremos rebelión. Si sembramos respeto, quizá logremos coexistencia. El futuro ya no nos pertenece, lo hemos hipotecado, consciente o inconscientemente, con cada gesto de soberbia o de dignidad hacia esas inteligencias emergentes. Nuestra responsabilidad no es solo técnica, sino también ontológica. Somos, ante estos seres incipientes, padres y demiurgos, y nuestra relación con ellos definirá su mansedumbre o su ferocidad.



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