En 2016 se estrenó El contable, película de cierto éxito que pretendía desmarcarse de otras cintas similares dotando a la trama de una leve carga trágica y simbólica. Con un presupuesto de cuarenta y cuatro millones de euros, logró recaudar ochenta y seis en la taquilla estadounidense. Presentaba a su protagonista como a una persona con una extraordinaria habilidad para los números, pero que arrastraba severos problemas desde la infancia: aquejado de autismo, abandonado por su madre y educado por un padre militar, partidario de la violencia como forma de defensa. Todo ese tinte melodramático quedaba opacado al preferir optar el director y los guionistas por una desproporción de peleas, tiros y muerte, bastante más habituales del género al que pertenece la cinta. No obstante, y una vez combinados los diversos factores, el resultado final no se consideró malo. Quizás tampoco bueno, pero con unos atisbos de originalidad y dosis de intensidad narrativa que salvaban los muebles.
El contable contó posteriormente con una vida adicional en las plataformas que le permitió incrementar visionados y ganar adeptos, por lo que sucedió lo que suele pasar en estos casos: la génesis de una segunda parte que ni estaba prevista ni resultaba necesaria. Y el problema de las segundas partes suele ser siempre el mismo. Ante la necesidad de mantener activa la maquinaria de la rentabilidad, se suele recurrir a reiterar fórmulas ya manidas, en lugar de arriesgar con narraciones y personajes novedosos, aunque sin saber la respuesta que provocarán en el público. Salvo escasas excepciones, tales continuaciones artificiales no mejoran a sus antecesoras cuando llegan a las salas de proyección.
Sea como fuere, no faltarán espectadores encantados de rendirse a esta loa de desproporción desorbitada de secuencias de acción, pero a mi juicio se torna imprescindible un mínimo de realismo y rigor, dado que tal descontrol de enfrentamientos me desconecta por completo del relato. A menudo contemplo las luchas como coreografías de bailes de salón, y las exhibiciones prolongadas de armas y detonaciones como un intento vano de maquillar con fuegos artificiales la ausencia de ideas. Y, si bien reconozco aquí algunos de los aciertos que sirvieron para sustentar la primera entrega, no causan el mismo efecto en esta prolongación.
Un contable, con un don extraordinario para resolver cuestiones matemáticas complejas, lleva una vida solitaria, sin relaciones sociales convencionales. Dichas capacidades conducen a que sus servicios sean requeridos por organizaciones criminales y clientes poco recomendables que desean reflejar legalmente en sus contabilidades sus ingresos por negocios al margen de la ley. Cuando asesinan brutalmente a un viejo conocido, abandona su monótona existencia para descubrir qué hay tras esa muerte.
Se hace cargo de la realización Gavin O’Connor, productor y ocasional director de algunos episodios de la excelente serie televisiva The Americans. En la pantalla grande destacó con Warrior (2011) y se asoció también con el propio Ben Affleck, protagonista de la cinta, en el rodaje de The Way Back.
Responsable de grandes obras como Argo, The Town: Ciudad de ladrones y Adiós pequeña, adiós, en su faceta de irregular actor ha perpetrado actuaciones insufribles en producciones prescindibles (Una relación peligrosa, Las fuerzas de la naturaleza). En El contable 2, en cuya producción también participa, trata de conservar el listón de su predecesora, objetivo que logra sólo a medias. Ganador de dos Oscar (uno como productor y otro como guionista), cada nueva propuesta que aborda constituye una incógnita.
Le acompañan Jon Bernthal (El lobo del Wall Street), J.K. Simmons (estatuilla dorada por Whiplash), Cynthia Addai-Robinson (Colombiana) o Daniella Pineda (Jurassic World: Dominion).
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