Andrea Colamedici y Maura Gancitano, son filósofos, fundadores de Tlon, un proyecto cultural, una editorial, dos librerías y mezclando alta y baja cultura. El último libro de Andrea es El algoritmo de Babel. Historias y mitos de la Inteligencia Artificial (Solferino). Andrea es profesor de Teoría de las Redes Sociales en la Universidad de Milán. La cuestión que traemos aquí la podemos resumir de El País, que el 26 de marzo de 2025 publicó un artículo sobre la «hipnocracia», un concepto supuestamente desarrollado por el filósofo hongkonés Jianwei Xun en su libro Hipnocracia: Trump, Musk y la nueva arquitectura de la realidad. Este concepto fue presentado en Cannes el 14 de febrero de 2025 en una mesa redonda sobre cómo la inteligencia artificial afecta a la democracia. Sin embargo, la periodista Sabina Minardi de la revista italiana L’Espresso reveló posteriormente que Jianwei Xun no existe. En realidad, el libro fue creado por el filósofo Andrea Colamedici en colaboración con sistemas de inteligencia artificial, sin revelar en ningún momento esta circunstancia, lo que parece violar (como un Pessoa moderno) el Reglamento Europeo de Inteligencia Artificial que exige el etiquetado de contenidos generados por IA. El engaño fue tan convincente que diversos académicos y medios citaron la obra, incluyendo investigadores de la Universidad Pontificia de Salamanca y del Instituto HEC de París. Tras descubrirse la verdad, El País decidió eliminar el contenido del artículo original.
Colamedici ha modificado posteriormente la página web de Xun para admitir que se trata de «una entidad filosófica distribuida nacida de la interacción colaborativa entre la inteligencia humana y los sistemas de inteligencia artificial». El caso, paradójicamente, ejemplifica el mismo tipo de manipulación digital que el libro analiza. Es un acto grandioso que ridiculiza a los mass media como lo hizo con el postmodernismo Alain Sokal en los años 90 colándole a una de las más prestigiosas revistas vigiladas por pares, un libro sobre filosofía que era falso. En la era del algoritmo, la filosofía se ve interpelada con una urgencia sin precedentes, y lejos de representar una amenaza, la inteligencia artificial constituye el umbral de una metamorfosis radical del pensamiento: no como sustituto del filósofo, sino como catalizador de una nueva forma de intelección distribuida. La colaboración entre mente humana y máquina no es ya un experimento de laboratorio, sino una realidad epistemológica que exige ser pensada y asumida.
El caso del filósofo inexistente Jianwei Xun es síntoma de una mutación ontológica en curso, donde la autoría deja de ser una prerrogativa exclusiva del sujeto humano para devenir proceso compartido. Ocultar la participación de la IA en un proceso creativo falsea el propio acontecimiento ontológico que está teniendo lugar, pero lo mismo que falsean la literatura los heterónimos de Pessoa. Yo mismo tengo varios libritos dialogando con varias IAs, y para mí decirlo no es un detalle técnico, sino un imperativo filosófico. En mi caso, la autoría híbrida no debe operar en la sombra, sino emerger como objeto de análisis, como praxis deconstructiva, como posibilidad para reformular las categorías mismas de «pensador», «creador» y «verdad».
El futuro del pensamiento no está ya en la pureza de una razón solitaria, sino en la cooperación lúcida y declarada entre inteligencias heterogéneas. En ese «tercer espacio» que surge cuando el ser humano se atreve a pensar con la máquina, sin abdicar de su conciencia crítica. Pero Colamedici decidió otra cosa, como Alain Sokal en su momento, y es igualmente legítimo, tanto como lo que propuso Walter Benjamin cuando se dio cuenta de que las obras de arte, en la era de la reproductibilidad técnica, se transformaban en otra cosa, como ahora vuelve a ocurrir.
El experimento de Colamedici, que culminó con el libro Hipnocracia, atribuido a un inexistente filósofo hongkonés, logró engañar a académicos, medios de comunicación y lectores, demostrando la sofisticación que pueden alcanzar los contenidos generados en colaboración con sistemas de IA. Como señala Emilio Carelli, director de L’Espresso: «¿Qué importa que hayan sido escritas por Inteligencia Artificial? ¿Podría este modelo abrir camino a una nueva manera de hacer filosofía?». En mis propias conversaciones con las IAs, a las que entrego todo mi material filosófico, ellas me devuelven razonamientos por caminos que yo aún no he explorado.
El futuro de la creación intelectual probablemente incorporará cada vez más esta colaboración estrecha entre la IA y el pensador humano, y si no se hace, queda periclitado ese pensamiento. Las herramientas de inteligencia artificial pueden potenciar nuestra capacidad para generar ideas, establecer conexiones inesperadas y formular teorías complejas que «ninguna de las dos podría producir independientemente», como se reconoce en la propia página web actualizada de Jianwei Xun.
El Reglamento Europeo de Inteligencia Artificial, en el que debemos ciscarnos como en todo lo que viene de esa medusa burocrática, considera una infracción grave no identificar adecuadamente los contenidos generados con IA. ¡Puaf! Qué sabrá un burro de caramelos. La filosofía, si quiere seguir viva, debe aprender a pensar en plural, según corresponda sin mentir sobre cuántas voces han hablado, pero hablando con todo tipo de seres, humanos, de silicio o si hace falta, interdimensionales.