Hace unos días escribí un articulo sobre la serie Adolescencia. Iba sobre un tema menor, una curiosidad sobre la que me advirtió un compañero de redacción al que yo le saqué punta, interpretando el subtexto.
Sabía que era la serie del momento, pero andaba yo terminado una vez más mi serie favorita y Adolescencia podía esperar, llevaba solo unos días en cartel. Vamos, que no tenía contexto.
Era el minuto siete del tercer capítulo de la miniserie y se hablaba de Tenerife, suficiente para un artículo de clickbait aprovechando el viento de popa de la revelación de lo que llevamos de año de Netflix.
Un paréntesis aquí para alabar el buen ojo de Brad Pitt como productor en este ambicioso proyecto de su ex compañero en Snatch, cerdos y diamantes Stephen Graham.
Vista al fin la serie y con todas las cartas sobre la mesa, rescato tres ideas de lo dicho anteriormente para argumentar que su final tiene algo mucho más oscuro detrás y lleva implícita una dureza que va más allá del asesinato cometido por Jamie: subtexto, contexto y el personaje que interpreta el padre, Stephen Graham.
Stephen Graham
Empecemos por la última. Un repaso rápido a la filmografía de Graham da buena cuenta de los papeles de tipo duro a los que ha sido postergado durante toda su carrera.
Con Adolescencia, en su papel de productor y creador junto a Jack Thorne, ha querido dar un giro de 180 grados a su carrera y lo cierto es que este reinicio es de lo más prometedor.
En una serie de cuatro capítulos sale en dos, igual que Owen Cooper interpretando a su hijo Jamie. Pero ÉL es protagonista. Que la increíble actuación del joven actor le haya restado foco no quita importancia a que el papel del padre no es un personaje secundario que las ve venir ni un pobre hombre que se cuestiona que ha hecho mal como padre, más bien todo lo contrario, como se demuestra en los últimos minutos de la trama y más adelante se explicará.
Stephen Graham, en «alumnos» / ED
Contexto
Luego tenemos el contexto, que sorprendentemente se ha convertido en la base del éxito de la serie cuando solo es el macguffin sobre el que sus creadores, de manera muy inteligente, han contado una de las historias de siempre: la de los hijos pagando los errores de sus padres.
Parece una historia bien contada sobre bullying y redes sociales, pero todo es mucho más primario y mil veces contado.
Como en toda buena narración con intriga de por medio, el contexto solo despista, te crea confusión y mirar hacia otro lado. Por eso parece que la historia va de incels (aquí la definición para quien no se la sepa), de Instagram y de la presión por ser popular en el colegio.
Sí, tiene un poco de eso y no se puede negar, porque el contexto siempre condiciona.
Mucho se ha escrito sobre la canción final de la serie, cantada por la actriz que da vida a la niña fallecida. Se conecta con la frase de la sargento en el segundo capitulo, cuando se lamenta de que siempre sea lo mismo, que en estos casos el protagonista siempre sea él, nunca ella.
Se ha dicho que ahí se encuentra el meollo de la historia y que la niña cante la canción supone darle todo el protagonismo que se merece.
Estoy de acuerdo con la primera parte.
Subtexto
En esta serie lo que importa es el subtexto y sorprende, por las búsquedas que he hecho en la web, que no se haya reparado en la conversación que da forma a toda la historia y haya sido obviada. Sobre todo cuando es la última de la serie.
((ATENCIÓN SPOILER))
En concreto cuando la hija, Lisa, entra en el dormitorio de sus padres después de que el progenitor se viniese abajo tras contar los abusos que sufrió por parte del suyo.
Lo que en principio parece una reacción de impotencia se vuelve culpa una vez entra la adolescente, completamente cambiada físicamente con respecto a lo que se ha visto de ella en todo lo anterior.
Su padre repara en ello y se lo hace saber. “¿Qué guapa?, ¿es nuevo?” Ella le responde que no, pero que antes se lo ponía de otra manera.
Es entonces cuando todo lo que ha quedado fuera del foco de la historia se empieza a revelar. Ella le argumenta que cuándo mejor para vestirse bien que el día de los 50 años de su padre, para acto seguido preguntarle si el polo que él lleva es el nuevo que le compró su madre.
Como decía Resines, será que tendré la mirada sucia, pero ya cuando esta última cortó el silencio diciendo que mejor se arreglaba ella también y su marido le dijo que no, que así estaba perfecta (la mirada que ella le dedica), ya empecé a sospechar que la señora tenía interiorizada esa frase que, quien más quien menos, todos hemos escuchado alguna vez: las cosas de casa se quedan en casa.
Por si no fueran pocas las señales, el padre empieza a justificarse por las pintadas que en su furgoneta llamándole pederasta (¿hacían falta más red flags, por dios?) pero su hija no quiere saber nada de mudarse, porque al final alguien se terminaría enterando. Mucha atención aquí al suspiro nervioso del personaje de Graham cuando lo escucha lo de que la gente “se enterara”.
Uno de los escenarios de «pubertad» / Ben Blackal / Netflix / EFE
El giro final
Es ahora cuando todo se descubre. Cuando lo dicho por la sargento en el segundo capitulo cobra todo el sentido y expresa lo que es la serie. Lisa dice para quitarle importancia a que se metan con ella: “Soy la hermana de Jamie”. La joven le grita al mundo que pese a todo su dolor, a todo lo vivido, el protagonista es él. ¿Dónde queda ella?.
Ahí es donde radica la historia, el dolor del padre, el hecho de que Jamie eligiera a él para ser su tutor autorizado (“por qué le elige”, se cuestionaba la madre en la introducción), la conversación entre la psicóloga y el joven,… cuatro horas de historia en dos minutos de subtexto.
“¿Jamie es nuestro? ¿No?”, le dice la hija al padre recriminándole implícitamente que ahora sí haya dolor, sentimiento de culpa. Mientras tanto la madre (y esto ya es hilar muy fino, o tal vez no) le aparta el pelo del pecho y mira a su esposo mientras se descompone.
Luego está lo de la comida china, que tiene una mala traducción al español y por eso no se entiende la pretendida equivocación con respecto al plato con gambas del que hablaba Jamie al teléfono unos minutos antes.
Por si no hubiera quedado del todo claro, antes de dejar la habitación la hija lanza una última mirada (qué mirada) al padre, que, junto a su defensa de quedarse en casa, era una forma de decirle: nunca me voy a ir de la lengua.
¿Qué hace él entonces? (aquí otro error gigante de traducción al español). Cuando ella se ofrece a hacer el desayuno en el piso de abajo le dice a su mujer: “yo le ayudo”. Ella le frena. “Tú te quedas aquí, NIÑO del cumpleaños”. Padre e hijo quedan fatídicamente conectados.
Sintiéndose a salvo, en el colmo de la desvergüenza él pregunta cómo lo hicieron con la hija –se entiende que por lo bien criada que estaba-. Y en el colmo del subtexto su esposa le responde, en la última frase de la serie, que igual que lo hicieron con el hijo que asesinó a una niña de 13 años.
Tan claro está todo que en el epílogo los autores lo siguen dejando claro. Finaliza la serie con el padre abriendo una puerta cerrada. Con cuidado de no hacer ruido. Al entrar en la habitación de su hijo fija su mirada en una esquina.
No es una esquina cualquiera, sino la que da al dormitorio de la hermana. Se derrumba. Sabe que él se ha librado pero el precio a pagar ha sido enorme. Llora. Arropa un osito de peluche, no hay mayor símbolo de la inocencia. Fundido a negro, pero más claro imposible.