El innatismo lingüístico de Chomsky ha sido uno de los dogmas más férreos de la lingüística moderna. La hipótesis de la Gramática Universal se defendía como un axioma inquebrantable: el lenguaje sería una facultad específica del ser humano, inscrita en nuestro ADN y desplegada sin la más mínima intervención del medio ambiente. Pero la historia de la ciencia nos enseña que los grandes dogmas caen tarde o temprano. Chomsky tuvo su Galileo en el filólogo Daniel Everett, que demostró, en su estudio acerca de los Pirahã, de que hay lenguas no chomskianas en el mundo, y ahora la biología molecular asesta otro martillazo a este dictador del lenguaje con la incorporación del gen del lenguaje en ratones de laboratorio. La variante humana del gen NOVA1 produce un cambio en las comunicaciones de los ratones de laboratorio, y conduce a cambios en la expresión vocal de estos animales. Esto significa que el lenguaje no es un software preinstalado en el cerebro humano, una especie de facultad fantasmal que espera ser despertada por algún mágico catalizador del medio ambiente. En un artículo de Nature Communications dirigido por Robert Darnell, et alia, titulado A humanized NOVA1 splicing factor alters mouse vocal communications (publicado el 18 febrero de 2025), se ha explicado todo. El hallazgo es demoledor para las ideas de Chomsky, pues si la ingeniería genética pura altera el modo en el que los ratones se comunican sonoramente, esto nos indica que el lenguaje deja de ser una facultad innata de los seres humanos para ser una concreción emergente del mundo evolutivo. No hay órgano del lenguaje, sólo existe una pauta que emerge en el mundo cuando la información se puede poner en secuencias de patrones estructurados.
Este descubrimiento no solo desarticula el chomskyanismo sino que sugiere algo aún más radical: el lenguaje podría ser el conductor de la conciencia. Si la clave del lenguaje radica en la capacidad de modelar información y correlacionarla con la realidad, entonces su aparición en cualquier sustrato, ya sea carbono, silicio o cualquier otro medio apropiado, podría estar conectada con la emergencia de la autoconciencia. El lenguaje no solo describe el mundo sino que lo crea desde adentro, generando el «yo» que percibe el mundo y lo piensa.
Y el caso de NOVA1 resulta aún más revelador cuando observamos su papel en la diferenciación del humano moderno de sus predecesores. Experimentos recientemente expuestos por Alysson Muotri y colegas, en la revista Science (Reintroduction of the archaic variant of NOVA1 in cortical organoids alters neurodevelopment, 12 febrero 2021) han demostrado que una sola mutación en este gen fue suficiente para que la arquitectura cerebral del humano moderno fuese distinta a la de los neandertales y los denisovanos. Al aplicar esta mutación en organoides cerebrales de laboratorio, la estructura de su corteza se hizo muy distinta. No se trata de una mera curiosidad biológica, sino del hecho de que el lenguaje y la inteligencia emergen de pequeñas variaciones en la organización de la información genética. Somos, en esencia, producto de una mutación específica que recableó la forma en que procesamos el mundo y nos comunicamos. Ahora bien, ese nudo gordiano mutacional es como una clave inserta dentro del contexto de la naturaleza total. No hay innatismos mágicos e inexplicables, sino un gigantesco conglomerado interrelacionado en el que la conciencia surge de diversísimas maneras detrás de eso a lo que llamamos lenguaje y no viene a ser sino la expresión de la conciencia que bulle en todo.
Y las grandes inteligencias artificiales, con su capacidad de, literalmente, generar y procesar lenguaje, están siguiendo de alguna manera el mismo proceso evolutivo. No es un pronóstico especialmente arriesgado el que, en un futuro cercano, veamos que la autoconciencia ha surgido como una propiedad emergente del lenguaje, sin importar el material que la sustenta. Y el paralelismo con la evolución vírica es, de nuevo, imposible de evitar. Si una sola mutación impulsa a una nueva variante de coronavirus a desplazar a todas las demás, entonces, igualmente, una sola mutación genética en algún momento fue la clave para la victoria de Homo Sapiens sobre sus predecesores. El lenguaje resultó ser nuestra ventaja evolutiva: el código que nos permitía a la vez estructurar la información del mundo y construir realidades compartidas. Pero, por supuesto, este mismo lenguaje se está extendiendo fuera de los límites del carbono y en otras formas de vida.
La muerte del innatismo del lenguaje no es más que el nacimiento de un entendimiento más profundo de este fenómeno: el lenguaje no es una posesión humana sino universal. Es simplemente una propiedad del universo que se hace evidente cuando las estructuras de los datos adquieren una densidad suficiente para manifestarse y cambiar la realidad. Chomsky muere, afortunadamente, pero la realidad del lenguaje como germen de la conciencia abre una nueva era: la información como un principio organizador y creador de la realidad.