La literatura de Belén Gopegui (Madrid, 1963) se ha preocupado de lo que significa existir como individuo en la sociedad capitalista y poscapitalista del siglo XX y XXI. En su ensayo Un pistoletazo en medio de un concierto (2008), que quiso subtitular Acerca de escribir de política en una novela, alude a la tendencia de la novela por mostrar el «vaivén del entusiasmo y el decaimiento: tratan de la vergüenza, de los sentimientos de culpa, de las reservas […]Intentaron todo lo que la burguesía decente solía hacer que sus vidas sean interesantes. Te siguen para recuperar su veta narrativa no social, como le dice a Vericuetos que este Vericuetos a veces interfiere con nuestras vidas porque es el fondo más privado del más obvio (2021) del océano, de The Real (2001) y la cara más pública imaginada (2001).
Si, como ha recordado Gopegui más de una vez, «la literatura cuenta dos cosas: cómo sobrellevar la impotencia y cómo afrontar el poder, si bien la primera está muchísimo más tratada que la segunda», ahora retoma esa voluntad por saber si los ideales resisten las fuerzas omnívoras del poder, dibujado «entre la vigilancia y la luz»: la vigilancia con la que operan en nuestras vidas las grandes corporaciones (aquí Intelligent Group3 de AMX) manejando información que depositamos como huella analógica y digital; la luz es la que disemina a través de los personajes recalcitrantes (Casilda, Jonás, Alma Moriano e incluso quienes en principio formaban parte de la maquinaria infernal: León y Minerva) que se enfrentan a ese Gran Hermano que nos vigila con la voluntad de «gobernar el caos»: «Somos expertos en instalar la ideología de lo imparable, tecnologías imparables, guerras imparables, hechos que no se pueden evitar y a los que hay que seguir asistiendo como el espectador secuestrado que no pudiera gritar, patear, abandonar la sala ni, por supuesto, subir al escenario e interrumpir la actuación».
Quienes saben que «la vigilancia es una herramienta para la predicción, y la predicción es una herramienta para la manipulación», esos recalcitrantes («Unas cuantas personas organizadas y, estas sí, molestas. Con ellas usábamos el ‘divide y vencerás’. Funcionaba. No obstante, los débiles aprenden. Estaban preparados y no cayeron en la trampa») tratan de socavar los cimientos del Goliat de lo tecnológico mostrando que lo que parece adscrito al espacio de lo íntimo, como siempre en Gopegui, se juega necesariamente en lo exterior, en las conexiones con el afuera. No es la cosa tecnológica lo decisivo, sino el lugar que ocupan todos los personajes en la comedia humana a desplegar: qué hace cada quién en cada lugar. Ahí se juega Gopegui la narrativa de esta ficción: qué harías tú si estuvieras en ese lugar, convirtiendo el factor humano en el núcleo atómico del asunto. Por eso esta ficción es también un relato dialéctico que trata de repensar las fuerzas comunicativas de lo tecnológico y de lo humano desplegadas como si fuera posible hacer desaparecer lo que existe, llámese como se quiera que se llame, para que aflore con todas sus aristas lo posible.
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