Hay personas que saben mover nuestras ideas y nuestras actitudes y hay ideas y actitudes como son el compromiso, el rigor y la conciencia crítica, que parecen condensarse en algunas personas. Martín Chirino fue una de ellas. Una de esas personas que siempre, incluso en los tiempos más difíciles, tuvo claro que una cultura es lo que hemos sido, pero sobre todo es lo que podemos ser. Que ningún proyecto colectivo, que ningún futuro, puede construirse sobre la ignorancia, el temor, la desconfianza o la imposición. Una de esas personas que siempre han sabido que la independencia nada tiene que ver con la indiferencia, sino que más bien es un contrario; que la libertad de crear no tiene que ver con renunciar a mirar sino, al revés, con poseer una mirada propia.
Permítanme que declare mi admiración y cariño más profundo y sincero por Martín Chirino. Una admiración personal, ya larga en el tiempo, que trasciende, desde luego, a la condición con la que comparezco hoy ante ustedes; la de director de su Fundación, que me depara la oportunidad y el privilegio de esta tribuna. Un homenaje, un reconocimiento, para el que Martín Chirino, reunió a lo largo de toda su vida todo el mérito que hoy recibe, un siglo después de su nacimiento. Un mérito que como intelectual y artista acompañó con su lucidez al desarrollo de la plástica de este país. Una aguda inteligencia y superior cualidad artística que lo hacían muy superior a tanta mediocridad triunfante.
La aportación de Chirino a la cultura es incuestionable, gracias en parte a su carácter polifacético y visionario. «Es un artista inclasificable y su obra desborda los géneros de todas las escuelas por su singularidad». Los que tuvimos la suerte de compartir pequeños y grandes momentos con él sabemos de su calidad como persona y de su buen hacer. Un herrero que siempre forjó el contenido que iba y venía a su mente respetando el lenguaje y su compromiso con la contemporaneidad. Una obra tras la que ocultaba una seria y profunda reflexión.
En Chirino, nunca encontramos afirmaciones incontrovertibles, opiniones no contrastadas. En Chirino siempre hay lo contrario: un esfuerzo por razonar, por fundamentar, por persuadir. En Chirino hay un profundo respeto y compromiso con la belleza, algo que él sabía —también como pocos— hacer compatible con el vigor en la defensa de las propias ideas.
Se puede decir que Chirino, de algún modo, fue un humanista, un artista de la modernidad con una visión global del mundo y con una cultura enciclopédica. Igualmente, el profundo humanismo que está presente en su obra, es también fruto del intenso vínculo del artista con su tierra natal, Canarias, de la que fue su gran embajador. Tierra de grandes talentos.
Sí, Chirino era un intelectual, «no sólo un artista, además un de hombre de letras», cualidad que han definido otros intelectuales al hablar de él, «que no sólo se limitaba a ejercer su oficio, sino que se involucraba en el debate». Sí, un intelectual: por tanto, comprometido con el tiempo que le tocó vivir, desde su activismo como artista y gestor cultural.
Junto a su familia y como responsable de la Fundación que lleva su nombre quedo comprometido a mantener vivo su legado de tal forma que permita proyectar y difundir la obra que tanto esfuerzo le supuso y por la que invirtió tanta pasión.
Honrar hoy a Chirino nos lleva directamente a honrar la libertad de expresión, a honrar a un artista que siempre creó en libertad, pese a las circunstancias.
Jesús M. Castaño es director de la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino.