viernes, marzo 28, 2025
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El artista que hablaba de memoria



En cada una de sus obras, la imagen tensionada está en proporción con la imagen vaciada. En eso consiste la armonía inquietante de Martín Chirino. Desde la extrañeza que da el contraste de saberlo ya un artista centenario, pero tan recientemente póstumo —hace apenas seis marzos—, se averigua mejor que su vocación fue la de un insomne solucionador de sentidos contrapuestos. El herrero enfrentado a una dualidad irreductible, en busca de una armónica y unitaria resolución, que no borre, sin embargo, las dubitaciones y contradicciones de sus enunciados. Un guardagujas entre el todo y la nada, nada menos. A partir de lo cual, encajan todas las matrioskas de oposiciones mentales (y no mentales), abiertas o cerradas, que, infinitamente y en cualquier dirección (para eso, su emblema es la espiral), se nos ocurra. Entre levedad y gravedad; tensión y distensión; velocidad y reposo; horizontalidad y verticalidad; cuadratura y círculo; encierro e intemperie; abstracción y naturaleza; concepto y materia; organismo y osamenta; informalismo y existencialismo; minimalismo e infinito… Es un espejo y, a la vez, una sutura del personaje, que, muy atípicamente, también se desdobla: entre el creador y el gestor; el artista y el hermeneuta; el insular y el cosmopolita; el estoico y el apasionado, el expresivo y el solitario irredento…



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