pasar a través Antonioquiñones y Pablo Policzer
«Nos necesitan más que nosotros …» Donald Trump anunció desde la Oficina Oval después de asumir el cargo como presidente de los Estados Unidos. Esta oración marca el tono de gobierno del gobierno caracterizado por su enfoque de las transacciones en el nacionalismo y la política exterior. Desde el principio, Trump dejó en claro que la estabilidad y la seguridad en la región se considerarían como problemas estratégicos alineados con los intereses de Washington.
En este caso, los gobiernos en el hemisferio, incluidos los aliados más recientes de los Estados Unidos, enfrentan dificultades: ser consistente con la agenda de Washington o enfrentar graves sanciones. Un ejemplo directo es la crisis diplomática de aviones entre Washington y Colombia, donde en cuestión de horas la administración Trump predijo sus poderes y aclaró su cooperación con los Estados Unidos. No es opcional. El impacto no es largo. Panamá renunció a un canal cruzado con China, el gobierno venezolano no tiene condiciones para retener a los ciudadanos estadounidenses, y tanto México como Canadá han fortalecido su cooperación en la inmigración y la seguridad.
El mensaje del resto del continente es que Washington no tolerará una falta de consistencia. Los países no cooperantes enfrentarán sanciones económicas, incluidas las tarifas que afectarán su equilibrio comercial, las calificaciones de riesgos y el acceso a los mercados financieros. Sin embargo, la realidad geopolítica muestra que la interdependencia es mayor de lo que Trump propone. A pesar de los principales desafíos de seguridad y estabilidad para los Estados Unidos por el crimen organizado, el tráfico de drogas y la migración masiva: se originaron en América Latina, la región también es clave para sus posibles soluciones. Enfrentando esta realidad, la Casa Blanca hará bien en adoptar políticas menos activas y más cooperativas que se adapten a varios actores, intereses y situaciones en la región.
Crimen organizado: amenaza transnacional
El crimen organizado es uno de los principales desafíos de seguridad en el hemisferio. Las redes criminales no solo controlan el tráfico de drogas a los Estados Unidos, sino que también participan en la trata de personas, el contrabando de armas y la minería ilegal. En México, los carteles han evolucionado de traficantes de drogas simples a actores que controlan territorios, construyen economías paralelas con fuertes lazos globales y naciones desafiantes. En América Central, a pesar de la política de «manos duras» implementada por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, en América Central, las pandillas de MS-13 y el vecindario 18 han fusionado las redes transnacionales y están reduciendo la violencia. El éxito del aspecto aún plantea dudas sobre su Sostenibilidad a largo plazo.
En Colombia, la crisis de seguridad se ha intensificado después de llegar a un acuerdo con las fuerzas armadas revolucionarias colombianas. La división de los antiguos aviones de combate y el fortalecimiento de grupos armados como Eln y el clan del Golfo han consolidado economías ilegales que han ampliado su influencia más allá de la frontera colombiana. Los problemas anteriores se centraron en México, Colombia, Brasil y el Triángulo Central de América del Norte, ahora se han expandido a países tradicionalmente considerados estables. En Chile, los puertos se han convertido en un centro clave para el contrabando de drogas, y la violencia asociada con los ajustes de la cuenta ha aumentado las tasas de homicidios. Costa Rica es históricamente la «Isla de la Paz» en América Central, con un aumento sin precedentes en los asesinatos relacionados con disputas entre bandas locales. Incluso Uruguay, su reputación estable ha experimentado un aumento en el lavado de dinero y la violencia asociada con el tráfico de drogas.
La capacidad de estas redes para adaptar y penetrar en nuevos mercados muestra que ningún país es inmune a su influencia. Esta expansión del crimen organizado destaca la necesidad de respuestas regionales. Sin una estrategia conjunta, las organizaciones penales continuarán expandiendo su influencia, desafiar la seguridad regional nacional y erosionada.
Manos duras o estrategia general?
América Latina osciló entre los métodos de supresión y una estrategia de seguridad más completa. El éxito directo de las políticas difíciles en algunos países ha creado un interés en replicarlas, pero sus limitaciones son obvias. El caso de El Salvador Bajo Bukele muestra que un régimen excepcional puede reducir significativamente los homicidios y eliminar las estructuras criminales a corto plazo. Su alta visibilidad parece validar este enfoque, pero las acusaciones y la concentración de poderes por violaciones de los derechos humanos han generado dudas sobre su sostenibilidad.
En contraste, países como México y Brasil han fusionado las redes criminales y los países debilitados por la corrupción enfrentan otros obstáculos para adoptar estrategias similares. Sin inversión en desarrollo económico e inversión institucional, las medidas punitivas conducirán a los impactos de boomerang: diversificación de actividades criminales y aumento de la violencia. La represión, que no acompaña a las políticas sociales y económicas, tiende a crear una reconfiguración en el crimen organizado en lugar de su desconexión definitiva.
Actores desiguales y diversidad de respuestas
Las políticas de seguridad en América Latina son heterogéneas, y las relaciones con los Estados Unidos varían según los intereses políticos y la consistencia de cada país. México ha adoptado un enfoque pragmático de la inmigración y la seguridad, aunque la retórica soberana de sus líderes es una colaboración prioritaria con Washington. Por otro lado, Venezuela y Nicaragua eligieron una posición de confrontación, fortaleciendo los lazos con China y Rusia como contrapesos geopolíticos. La relación de Brasil con los Estados Unidos está equilibrada en los países BRICS con su impacto en los foros internacionales alternativos. Aunque Chile ha sido históricamente un socio importante en Washington, ha fluctuado entre estrategias de diálogo y medidas punitivas con respecto a la seguridad interna, especialmente en el conflicto de Mapuche.
Esta panorámica destaca la necesidad de que Estados Unidos adopte estrategias diferenciadas basadas en el contexto de cada país. La aplicación de políticas unificadas en áreas como seguridad, comercio o cooperación será ineficaz. En cambio, un enfoque más flexible que se ajuste a la realidad local permitirá mejores resultados en la lucha contra el crimen organizado y la estabilidad del hemisferio.
¿Una sorpresa para el segundo mandato de Trump?
Trump regresa a la Casa Blanca para colocar el hemisferio en una encrucijada. Su gestión puede elegir políticas punitivas y unilaterales en función de sus comentarios iniciales, lo que aumentará las tensiones con el gobierno regional. Pero también es posible que Trump adopte un enfoque más pragmático, reconociendo que la seguridad regional depende de la cooperación con América Latina y que la región no es homogénea. La lucha contra el crimen organizado y frenar la inmigración ilegal requiere esfuerzos conjuntos. Una estrategia basada únicamente en la presión sin incentivos de colaboración será contraproducente sobre los intereses de los Estados Unidos.
La relación de América Latina con los Estados Unidos. En este caso, la difícil situación del gobierno latinoamericano no se ha reducido a adaptarse a las presiones de Washington o buscar otros aliados geopolíticos. Si las soluciones a los problemas identificados por el propio Trump se encuentran en la región, hay más oportunidades de cooperación práctica que a primera vista.
*Antonio Quiñones es profesor visitante, y Pablo Policzer es profesor de ciencias políticas en la Universidad de Calgary. Ambos son expertos en problemas de seguridad en América Latina.