El libro del que habla este texto que ahora ustedes leen no tiene parangón. No lo tiene porque todo lo que rodea a ‘Los sorias’ es pura leyenda. Es leyenda Alberto Laiseca (Rosario, Argentina, 1941-Buenos Aires, 2016), que se convirtió en el escritor secreto de una obra de culto y de más de 1.300 páginas que tardó 10 años en escribir y cuyo manuscrito casi se lo roban cuando estaba en una estación de tren: imaginen qué habría supuesto para el autor perderlo y qué habría supuesto para la literatura –no solo argentina– que nunca hubiera visto la luz un libro como este.
Es leyenda su primer editor, Gastón Gallo (algo más desquiciado que Laiseca), que quiso publicarlo a sabiendas de que había que pasarlo manualmente puesto que no había archivo informático. Es leyenda su primera tirada –de 350 ejemplares firmados por el autor– en la editorial Simurg. Y es leyenda el grupo de lectores que lo elogiaron cuando todavía era inédito: Rodolfo Fogwill, César Aira y Ricardo Piglia, quien firmó un prólogo que tituló ‘La civilización Laiseca’ y que esta edición de Barrett incorpora (gracias al buen hacer de sus editores –y no menos insensatos– Belén García, Manuel Burraco y Zacarías Lara).
El manuscrito casi se lo roban cuando estaba en una estación de tren: imaginen qué habría supuesto para el autor perderlo y qué habría supuesto para la literatura
El texto de Piglia marcó las lecturas posteriores al texto de Laiseca. Decía Piglia que ‘Los sorias’ es «la mejor novela que se ha escrito en la Argentina desde ‘Los siete locos'» de Roberto Arlt. Sabía bien que la línea de la tradición argentina en la que se insertaba no era la canónica, la de Jorge Luis Borges, sino la rara, la de Ernesto Sábato, Macedonio Fernández y la de Arlt.
Ahora podríamos incorporar algunas novelas más, no muchas ciertamente: ‘Los demonios’ de Heimito von Doderer, ‘Troiacord’ de Miquel de Palol, ‘Solenoide’ de Mircea Cărtărescu, ‘La Historia’ de Martín Caparrós, ‘2666’ de Roberto Bolaño, ‘Los comienzos’ de Antonio Moresco, ‘Larva’ de Julián Ríos, ‘El arco iris de la gravedad’ de Thomas Pynchon,’ Los reconocimientos’ de William Gaddis, ‘Q’ de Luther Blissett, ‘Antagonía’ de Luis Goytisolo y’ Libro del recuerdo’ de Péter Nádas. (No, no me olvido de los tres reyes magos de la ficción: el ‘Ulises’ de James Joyce, ‘En busca del tiempo perdido’ de Marcel Proust y ‘El hombre sin atributos’ de Robert Musil.) Aunque la única raíz a la que se acoge Laiseca es la de Miguel de Cervantes (en esto coincide con Milan Kundera cuando afirmaba que «el novelista no tiene que rendirle cuentas a nadie, salvo a Cervantes») y su voluntad de trastocar el mundo a través de su tendencia satírica rabelesiana y nihilista.
‘Totum revolutum’
Y me preguntarán, claro, que sí, que vale, pero ¿en qué consiste esta novela que tiene 30.000 palabras más que el ‘Ulises’? Y no sabría qué decirles, pero les diré que es tanto una sátira alocada sobre el poder cuanto un laberinto de historias intrincadas sobre el sentido absurdo de lo bélico en la «casa cósmica». Una épica de lo doméstico tanto como de lo divino. Una densidad teñida por las constantes imaginarias de humor negro y de humor absurdo, de sádicas paranoicas políticas y religiosas, de guerras frías –y calientes– de sexo, astrología, magia y ciencia. Un ‘totum revolutum’ para convertir el puro anacronismo en un arma cargada de futuro a la vanguardia de la obra más vanguardista que les venga a la cabeza.
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Una elegía sobre el poder omnívoro de lo infinitesimal tanto como un manifiesto absoluto del poder del arte. Un libro que funciona por saturación, por agotamiento: agotado quedó el escritor (afirmó que después de este libro nunca volvería a escribir nada igual: cierto), agotado, les aseguro, queda el lector por querer leer un libro que pone en riesgo la lectura (aviso para navegantes: no es para leer fuera de casa, no es transportable) y quiero imaginarme agotados a los editores por publicar un libro cuya condición primera y última es sacrificial: Laiseca sabía que había escrito una obra no publicable (si no me creen, vean nota al texto en la página 689). Conclusión: escribir es una guerra, leer es una guerra, editar es una guerra. Una guerra total.
Hiperbólica e hipertrófica
‘Los sorias’, si quieren, narra esa guerra total entre Soria, Tecnocracia y la Unión Soviética. Si en Soria todos se apellidan Soria, en Tecnocracia, todos Iseka. Pero el «tedioso argumento» no es lo decisivo puesto que es la ruptura constante de esas líneas argumentales lo que impera. No encontrarán, creo, otra novela que quiera –y pueda– narrarlo todo, es decir, «la historia de la humanidad desde la Edad de Piedra». Por eso es pantagruélica: porque el tiempo de la narración se convierte en el espacio narrativo de las 1.334 páginas por leer.
Hiperbólica e hipertrófica, ‘Los sorias’ es «una máquina del tiempo» («Las únicas máquinas del tiempo que conozco son unos vehículos con ruedas cuadradas llamados novelas» con las que «realizar viajes arqueológicos, desenterrando memorias, reconstruyendo con huesos y tablillas la caída de Nínive, Babilonia o la Atlántida»), una máquina desplazada que transforma «Thánatos en Eros» y que se convierte por derecho propio en un texto conspiranoico, atonal, «enciclopédico, único, misterioso y larguísimo», dice el propio Laiseca. Un libro periférico, transgresor, distópico, ambiguo, cruel, paródico, laberíntico, masoquista y salvaje, muy salvaje.
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El «tedioso argumento» no es lo decisivo puesto que es la ruptura constante de esas líneas argumentales lo que impera
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Su «realismo delirante» explora la crueldad del poder y los mecanismos para «vigilar y castigar» –cómicamente– todos los estratos de la sociedad. Nada ni nadie queda fuera de la persecución que aquí tiene la forma secreta de un complot. Y como en Franz Kafka no se trata de que seamos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, sino que todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario.
‘Los sorias’
autor: Alberto Leseca
editorial: barrett
1.360 páginas. 41,90€