Acaba de llegar de gira por México, se ha dejado la muñeca en la Feria del Libro de Guadalajara (FIL), donde se tuvo que retrasar el cierre de puertas para que nadie se quedase sin firma, y aún le quedan fuerzas para volver a empezar y echarse de nuevo a un escenario para inaugurar el nuevo festival Abrapalabra en Madrid o presentar en Barcelona la edición en catalán de la adaptación al cómic de El infinito en un junco, su ensayo superventas.
“El pasado mes de noviembre solo estuve cuatro días en casa”, desliza Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) mientras apura un nuevo año, y van cinco ya, en la cresta de la ola. En el retrovisor, otros doce meses de infarto y un tour que ni el verano de Alcalá Norte: de Pekín a San Luis Potosí pasando por Viena, Medellín, Lima, Óbidos (Portugal)…
El pasado mes de agosto, la escritora pasó por la Biblioteca Nacional de China para recoger el Premio Wenjin y participó en la Semana Internacional de la Literatura de Shanghái. Meses antes, en marzo, viajó a Tokio para maravillarse con la edición japonesa del libro y su cubierta desplegable. Hace apenas unas semanas, a finales de noviembre, 25 librerías independientes consultadas por la revista ‘WMagazín’ escogieron El infinito en un junco como el mejor libro español del siglo XXI. Pocos libros españoles, por no decir ninguno, han alcanzado tal nivel de notoriedad en los últimos años y han removido de tal manera de la industria editorial en los últimos años.
Causas perdidas
“Sigo en un estado de incredulidad, porque todavía me parece muy extraño y a contracorriente que un ensayo de 500 páginas haya tenido este recorrido”, asegura Vallejo ahora que ese ensayo de medio millar de páginas, ese libro de los libros consagrado a “toda una serie de causas perdidas como los clásicos y las humanidades”, acaba de superar las 50 ediciones y suma ya más de 1,2 millones de ejemplares vendidos. No está mal para tratarse de una obra que nació “con la libertad de las bajas expectativas y sin ninguna ambición en absoluto”, casi como una terapia autoimpuesta mientras su hijo recién nacido permanecía ingresado en la UCI del Hospital Infantil de Zaragoza.
“La familia llevaba mucho tiempo diciendo que tenía que encontrar un trabajo de verdad”, recuerda Vallejo, que venía de publicar novelas como ‘La luz sepultada’ y ‘El silbido del arquero’. “Yo había pasado la década anterior luchando por profesionalizarme en la literatura con grandes dificultades y enorme precariedad económica, visitando clubes de lectura y pequeñas ferias del libro, cruzando el país para ir a una escuela de adultos que decidía leer el libro. Siempre con esa sensación de que a los lectores casi había que atraparlos uno por uno”, explica.
Todo cambió, o eso creía, cuando su hijo Pedro nació en 2015 con una extraña enfermedad respiratoria. “Cuando supimos que tenía tan graves problemas de salud, creí que se terminaba el sueño de ser escritora profesional”, explica. El infinito en un junco, de hecho, surgió como una despedida. Una carta de amor a los libros vestida de luto. “Empecé una fase de duelo por mi sueño de convertirme en escritora y parte de ese duelo fue escribir este último libro”, apunta.
Porque, en aquel momento, Vallejo estaba convencida de que no volvería a publicar un libro. Quizá por eso se vació en este texto “experimental” sobre la invención de los libros, un híbrido de ficción y no ficción “con pasajes periodísticos, crónicas de viajes, recreaciones muy literarias de la Biblioteca de Alejandría, una breve enciclopedia del mundo antiguo y partes autobiográficas que beben de Montaigne”.
De impensable a imparable
Un ensayo ‘sui géneris’ que apareció en 2019, despegó con la pandemia y ganó el premio Nacional de Ensayo de 2020, y transformó a una filóloga de formación clásica en superestrella literaria. “Estaba totalmente fuera de mi mente la idea de que un libro mío se pudiera traducir a más de 40 idiomas”, insiste Vallejo. Según Siruela, editorial a la que en 2019 le tocó el gordo sin saberlo, en realidad son 45 los idiomas a los que ya se ha traducido El infinito en el junco. En breve, el libro se podrá leer también en árabe de la mano de la editorial libanesa Al Adab y el traductor Mark Gamal. “Algo que parecía impensable se convirtió en imparable”, subraya.
Me gustaría que este nuevo libro fuera realmente un híbrido: ensayar cómo se pueden conectar la ficción y la no ficción en el mismo libro y ese es un poco el desafío para el siguiente
Cinco años después de revolucionar la imprenta con ciudades de placeres y libros, amigos macedonios y voces femeninas hechas añicos, Vallejo ha visto cómo su libro ha metamorfoseado en cómic con ilustraciones de Tyto Alba (“el ensayo puede ser un género lo suficientemente popular como para pasar a cómic”, reivindica) mientras estudia cuidadosamente cualquier posible salto al audiovisual. “Este proyecto tendría que ser una coproducción, porque habría que hacerlo con presupuesto. Hay que encontrar la manera de reconstruir Alejandría, Roma… Así que no lo descartamos, pero lo haríamos solo si yo tengo tiempo para estar dentro del proyecto y si realmente se puede hacer con unas buenas condiciones”, reflexiona.
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De momento, lo que le pide el cuerpo es “espaciar los viajes, tener un poco más de tranquilidad” y poder dedicarse a darle continuidad a El infinito en un junco. “Tengo la sensación que esto solo puede pasar una vez en la vida, de que es imposible que un nuevo libro produzca algo semejante a este”, reconoce ante el sobrepeso de la expectativa. Aún así, añade, mejor eso que la intemperie de la “trinchera”. “Era peor la incertidumbre de no saber si llegaría a fin de mes”, enfatiza. De su nuevo proyecto, poca cosa, al menos de momento. “Me gustaría que este nuevo libro fuera realmente un híbrido: ensayar cómo se pueden conectar la ficción y la no ficción en el mismo libro y ese es un poco el desafío para el siguiente. Me gustan los libros que son inclasificables o los libros que se salen de los moldes y creo que ahora en ese terreno de la hibridación es donde están surgiendo algunos de los libros que a mí más me apasionan o me interesan”, avanza.
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