En la vida, Maruja Torres (Barcelona, 1943) intenta alejarse «de los malvados y los gilipollas». También en el periodismo. Y en la literatura. Un trabajo arduo, pero para el que dice sentirse «bien entrenada». Reportera, crítica, cronista, ganadora de ilustres premios literarios como el Planeta y el Nadal, también de algunos periodísticos, amiga, mucho, de esos amigos que en su mayoría ya están en el más allá, donde la esperan, se pasaba las noches en blanco, víctima del insomnio, hasta que decidió emplear esas horas en vela para iluminar sus propias narraciones.
Empezó a contarse, que es lo que en realidad lleva haciendo casi desde que aprendió a usar la razón y comprendió que sólo había algunos hombres buenos. Ausente de las librerías desde hace años, el pasado mes de septiembre regresó con Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo (Temas de Hoy), un libro que es una celebración de la vida, de la suya y de la de todos los que la comparten con ella.
Procuro no utilizar el pretérito, pues es un verbo que con ella no conjuga bien. Su pasado está ahí, lo tiene presente, aunque únicamente para valorar aún más lo que le queda por delante. Su estilo es pura narración, habla mientras escribe y lo hace tan bien que hasta parece fácil. Maruja Torres se deleita de estar viva y luego lo escribe, y yo doy gracias a las diosas porque haya vivido para poder contárnoslo.
P. ¿De qué es fruto este libro?
R. De algo tan absurdo como que venga un tío y te lo proponga.
P. Si no, ¿no lo hubiera escrito?
R. No creo. Siempre tengo golpes de suerte yo. Eso fue un golpe de suerte, posterior a que Àngels Barceló se acordara de que existo y me pidiera una columna semanal, y de que Évole quisiera entrevistarme. Como consecuencia, viene un editor. Yo quería una cosa pequeñ,a porque no tenía ninguna fe en mi libro. Estos tiempos yo ya no los conozco, yo soy de otra época.
P. ¿Usted?, ¿estos tiempos?… ¿Cómo es eso, a qué se refiere?
R. No, no, no, los tiempos del comercio, del best sellerismo, de la promoción, estos tiempos yo no estoy cómoda con ellos, ni los conozco. Me dije a mí misma: si consigues vender dos o tres mil ejemplares son dos o tres mil personas que te leerán. Lo hice a gusto y ahora lo encuentro en falta.
P. ¿Echa en falta escribir?
R. Pero no sé de qué [ríe]aunque hay errores, hay errores.
P. Es maravilloso que ese gusanillo siga ahí, ¿no?
R. Sí, porque he descubierto un estilo literario que nunca había usado, el radiofónico, hablar con la gente. El libro, si te fijas, es una conversación.
Los tiempos del comercio, del ‘best sellerismo’, de la promoción, estos tiempos yo no estoy cómoda con ellos, ni los conozco
P. De hecho, se dirige al lector.
R. Yo nunca había hecho una columna para una radio, y tener que inventarte una cosa y hablarla en voz alta me ha enseñado a escribir como hablo, que fue lo primero que me dijeron cuando estaba con Elisenda en Fotogramas. Yo creí que lo estaba haciendo, pero este es más literal, es como si yo te dijera: Inés, añoro nuestra última conversación. Me parece que es el título del siguiente, pero no lo sabe ni el editor [ríe]. Quería hacer algo diferente y terminar el capítulo.
P. ¿La escritura cierra capítulos?
R. O los abre… A esta edad, escribir es como testar; es decir: esto no lo va a decir nadie por mí, lo dejo yo dicho.
P. ¿Y qué ha descubierto con este libro?
R. Sobre todo, que la acogida que ha tenido ha sido bárbara y siempre me pregunto si es porque el libro les ha gustado o porque tienen miedo de que me muera y quieren dejarme un buen recuerdo [ríe]. Hay un reconocimiento que la gente tiene en una persona organizada, y yo lo noté.
P. ¿Es esa la mejor definición que haría de sí misma: soy una persona coherente?
R. A veces lo eres sin siquiera saberlo, porque yo soy impulsiva. La mayor parte de las cosas que he hecho que me han marcado como persona coherente son gestos de vete a tomar por culo. Yo soy así en todo, pero tengo una intuición animal que me conduce por el camino que luego pienso que es el adecuado: no aceptar sobornos, no firmar papeles para garantizarte una indemnización a cambio de no hablar…
P. «Me gustan las redes, adoro internet y me pirran los cacharros», confiesa. ¿Confía en que el periodismo y la literatura sobrevivan al mundo de la inteligencia artificial?
R. No lo sé. Estamos en manos de gente que no son precisamente Miguel de Cervantes… Yo tengo una visión pesimista del futuro, porque pienso que estamos viviendo lo que no nos contó Blade Runner. Estamos perdiendo cosas que nos conducen a ese callejón en donde se comen fideos bajo la lluvia ácida y los animales son mecánicos. Ahora, una forma de literatura y de periodismo, sí, pero me temo que se convertirá en algo minoritario y exquisito.
P. Para eso hace falta inversión.
R. Y lo que quiere la gente es ganar dinero… Hay mucho individualismo y mucho gregarismo al mismo tiempo.
P. Imagino que le duele, más que a los demás, incluso, ver lo que sucede en Líbano, en Gaza…
R. Es un rediseño de Oriente Medio, estamos viviendo un hecho tan histórico como en los años 40 cuando se lo repartieron con cartabón.
P. ¿Y qué podemos hacer?
R. Mantener viva un poco la llama de los derechos humanos y de los valores internacionales que nos dimos con mucho trabajo. ¿Qué hicieron con Pinochet? Soltarlo. El bien no triunfa nunca, porque los malos no tienen escrúpulos.
P. Pero antes me ha dicho que tiene la voluntad de ser optimista…
R. Sí, claro, y de no abandonar a esa gente en la medida de lo posible.
Tengo una intuición animal que me conduce por el camino que luego pienso que es el adecuado: no aceptar sobornos, no firmar papeles para garantizarte una indemnización a cambio de no hablar…
P. «El periodista tiene que luchar contra la mentira y no complacer al lector». Es una frase suya. No puedo estar más de acuerdo, pero ahora se me antoja una empresa muy difícil, quizá más que nunca.
R. Sí, pero es por la polarización, también, y eso se nota mucho en las redes, incluso entre las buenas personas. Te encuentras con gente que o blanco o negro. Yo recuerdo con nostalgia los tiempos en los que escribía columnas sobre lo bien que lo había pasado en una verbena en un tejado. Ahora parece que tengas que estar siempre defendiendo algo o atacando algo. Es incómodo.
P. Y cansado.
R. Agotador. Pero no sé que solución tiene. Vamos hacia el simplismo. El reporterismo está desapareciendo casi, yo no huelo lo que leo. No les dan tiempo a quedarse, no les dan la seguridad económica ni el tiempo necesario para desarrollar sus capacidades. Sus capacidades son mandarlo lo antes posible y llegar antes que no sé quién y que tenga muchos clics. Hasta que los empresarios no se den cuenta de que quizá un solo diario bien hecho tendría una amplia minoría que le mantendría… Estamos ante lo de siempre, que quieren competir con cosas con las que no deberían competir: con la televisión, con las tertulias y con las redes. El mundo de las redes, por duro que sea, será el equivalente de lo que siempre fue el silencio de los corderos, de los borregos; siempre tuvimos una enorme masa que no pensaba, que se dedicaba a la subsistencia, no al pensamiento. Pero había siempre una minoría, y eso es lo que tiene que conservarse, la locomotora que tira de todo el resto. Lo que no hay es una generación cohesionada. Yo soy hija de la posguerra y hermana de la Transición, y ahí había una cantidad de gente con cabeza…
P. Y con capacidad de diálogo, que ahora tampoco la hay.
R. Y no se mira a los ojos al otro, y así no se puede encontrar una solución intermedia. Yo creo que si tú estás ahí y yo estoy aquí, el lugar donde encontrarse es el medio.
P. Aunque hay gente con la que es imposible encontrarse…
R. No, no, yo últimamente he tenido experiencias de gente que sigue creyendo que son de izquierdas y que tienen el ideario de Vox, porque han sido defraudados.
P. La última vez que charlamos, me dijo que estaba viviendo «una especie de encariñamiento» con la profesión. ¿Sigue el idilio?
R. Yo creo que sí, porque hay muchísima gente buena en el periodismo. El problema no son los periodistas, son las empresas y posiblemente también los lectores. Un lector tiene responsabilidad. Los lectores tienen la responsabilidad de comparar, de escoger y de no caer en esa cosa tan idiota de leer solo a los que te dan la razón, porque entonces se crea un nido de mierda que es muy difícil de atravesar.
Últimamente he tenido experiencias de gente que sigue creyendo que son de izquierdas y que tienen el ideario de Vox, porque han sido defraudados
P. La última vez que charlamos, me dijo que estaba viviendo «una especie de encariñamiento» con la profesión. ¿Sigue el idilio?
R. Yo creo que sí, porque hay muchísima gente buena en el periodismo. El problema no son los periodistas, son las empresas y posiblemente también los lectores. Un lector tiene responsabilidad. Los lectores tienen la responsabilidad de comparar, de escoger y de no caer en esa cosa tan idiota de leer solo a los que te dan la razón, porque entonces se crea un nido de mierda que es muy difícil de atravesar.
P. Lo que usted nunca pierde, ni en las páginas del libro ni en la vida, es el humor.
R. Yo tuve la inmensa suerte de tener una niñez triste, una adolescencia intensa y una juventud en la que empecé a descubrir el humor, el mío y el de los demás, y eso fue con revistas como La codorniz, Hermano Lobo, El Papus… Tuve la suerte de ser de las pocas mujeres que hacíamos humor entonces, porque no teníamos motivos, aparte de que no teníamos la posibilidad. Cuando lo descubrí, era bastante salvaje, me lancé con tetas y a lo loco.
P. ¿Y le ha salvado el humor?
R. Sí, claro, cuando te ríes de ti mismo es lo mejor. Esto es Nora Ephron. Todo es comedia. Cuando has pasado situaciones dolorosas, de desprecio, y has sabido ver el lado cómico y luego tienes la capacidad de escribirlo, es estupendo.
P. Recuerdo que Elena Poniatowska, que como usted y como yo ejerció el periodismo y la literatura, solía decir que se le habían quedado «un montón de novelas en los bolsillos». ¿A usted también?
R. No, porque yo no soy novelista.
P. Bueno, a ver, tiene el Premio Planeta, el Premio Nadal…
R. Sí, pero no me considero una literata yo. Creo que el periodismo que he hecho es más importante que lo que he escrito en libro, y que de lo que he escrito en libro lo mejor ha sido lo que me involucraba a mí y mis vivencias.
No me considero una literata yo. Creo que el periodismo que he hecho es más importante que lo que he escrito en libro
P. Ahora lo llaman autoficción…
R. Algo hice, lo que pasa que entonces no se llamaba así… Lo mejor es ser responsable de lo que has hecho.
P. Y no pasarse con la autocrítica.
R. Es muy destructiva la autocrítica, es como el masoquismo. Hay que ser lo bastante autocrítica como para saber que te vas a la cama sin tus éxitos. Los éxitos no te acompañan. Te acompañan los amigos, las parejas, la vida cotidiana, el ser comprometida, todo eso es lo que te forma como persona.
P. Dice que el libro va, entre otras cosas, «de entregarse al Tiempo y descansar en su incógnita». ¿Cuándo dejó de pelear contra el paso del tiempo, en qué momento aprendió esa lección tan valiosa?
R. No hay un momento, hay un proceso que viene, sin duda, con el envejecer. Yo aprovecho el tiempo. Este tiempo de ahora es infinito.
P. Teniendo en cuenta que se acuerda «de casi todo», ¿su memoria es selectiva, elige qué recordar?
R. La de todo el mundo lo es. Yo las veces que he hecho el ridículo intento no recordarlas; errores que he cometido me los disculpo, hay razones siempre para no fustigarse. Lo que no hago es torturarme, no va conmigo, porque, además, si he hecho daño a alguien no ha sido voluntariamente, o sí, ¿y qué?
Existe una crueldad brutal entre la gente que domina, que es la Iglesia católica. Que nos dejen en paz. No está resuelto el tema de morirse, y es por atavismos
P. El libro celebra la vida, aunque no huye de la muerte.
R. No, pero sigue dando su miedico, la forma. La muerte tiene que llegar. Nada me molestaría más que sobrevivir a mis seres más queridos.
P. Bueno, ya lo ha hecho, en parte.
R. Me ha pasado, pero a los que me quedan ahora… Joder. A mí la muerte de Terenci me mató, pero la muerte de Ana Moix fue una especie de angustia, porque era más joven que yo. Yo nunca pensé que tendría que hablar en el funeral de Ana María, y eso duele mucho.
P. Es paradójico que empecemos a comprender la vida justo cuando nos acercamos a su final, y que tengamos que atravesar la muerte para aprender a celebrarla.
R. También eso es una parte interesante de la vida. Por eso hemos desarrollado el cerebro. A los animales no les pasa, no saben que se van a morir y, sin embargo, son muy dignos cuando les viene la agonía. Estamos enfrentándonos con las muertes de los demás. Hay una cosa que se llama ausencia para siempre, y no se mitiga, son muñones. Estás llena de muñones, lo que pasa que también te va curtiendo eso y con el tiempo vas aceptando que tú también te irás. Ahora, hay que vivir como si no. No vivir como si fuera el último día, ese tópico. No, no, hay que vivir como si fuera el primero, porque en realidad lo es.
P. En el libro defiende la eutanasia.
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R. Y, además, el suicidio asistido, que nunca lo conseguiremos. Existe una crueldad brutal entre la gente que domina, que es la Iglesia católica. Que nos dejen en paz. No está resuelto el tema de morirse, y es por atavismos.