Más de cuatro décadas después de colaborar con el director Paul Schrader en el largometraje que lo lanzó al estrellato, ‘American Gigoló’ (1980), se ha reunido con él para rodar ‘Oh, Canadá’, película muy distinta de aquella pero igualmente centrada en un hombre forzado a enfrentarse a su propio ego. Basada en la última novela de Russell Banks, que murió antes de su rodaje, está protagonizada por Leonard Fife, aclamado documentalista que, mientras se enfrenta a una enfermedad terminal, decide sentarse frente a una cámara con el fin de contar la verdad sobre su propia vida y revelar así secretos capaces de echar por tierra el reconocimiento construido con los años. A través del trabajo que ofrece en ella, el actor nos invita a reflexionar sobre la moralidad, la mortalidad y la importancia del legado, y a preguntarnos cuánto hay de verdad tanto en el cine como en la memoria.
El protagonista de ‘Oh, Canadá’ es un hombre que mira hacia atrás para saldar cuentas con su pasado. ¿Es un ejercicio que usted practique a menudo?
A mi edad es prácticamente inevitable. Para Paul [Schrader] Por ejemplo, para mí, hacer esta película juntos fue una invitación a mirar hacia atrás, al momento en que trabajamos juntos por primera vez y notar con ternura lo jóvenes que éramos y cuánto nos quedaba por aprender. Asimismo, cuando mi esposa y yo nos instalamos en España, abrimos muchas cajas llenas de fotografías, cuadernos y otros recuerdos, algunos de los cuales no se habían abierto en 30 años. En estos casos es inevitable hacer un inventario importante que, al menos en mi caso, me sorprendería. Cuando tenía 20 o 25 años, nunca pensé que viviría hasta los 75 haciendo este trabajo. de ninguna manera. Y lo más sorprendente es que la posibilidad de hacer una buena película me sigue llenando de entusiasmo juvenil.
¿Por qué han decidido su mujer y usted cambiar Estados Unidos por España?
Ella y yo hemos estado juntos 11 años, y durante los últimos 6 o 7 hemos vivido juntos en mi país. Y, con el tiempo, ella ha estado sintiendo más y más preocupación por los aspectos más oscuros de la vida allí, como las miserias de nuestro sistema de sanidad y la falta de control de las armas de fuego. En España hay un respeto por la gente que en mi país no existe.
Podría decirse que ‘Oh, Canadá’ es la primera de sus películas en la que interpreta a un anciano. ¿Cuánto le preocupa ir acortando distancias con la muerte?
Creo que preocuparse por la muerte es muy saludable. No me refiero a pensar en ella de una forma morbosa, sino a asumir que todo lo que nace debe morir; una vez logrado eso, es más fácil disfrutar de la vida. Respecto a lo que comenta de interpretar a un anciano, ya lo hice en una película de hace 40 años llamada ‘Rey David’; por entonces yo era tan joven que para hacerme envejecer tenían que maquillarme durante 10 horas. Para rodar ‘¡Oh, Canadá!’ todo fue mucho más sencillo.
¿Es cierto que para rodar la película se inspiró en el fallecimiento de su padre?
Él vivía conmigo, y murió seis meses antes de que empezáramos a filmar, así que es lógico que lo tuviera en mente. Buena parte de mi trabajo con el personaje se nutrió de mi relación con mi padre, y del deterioro mental y físico del que fui testigo. Durante el rodaje, instruí a otros miembros del equipo sobre cómo manejar a alguien que está postrado en una silla de ruedas, cómo sentarlo en el retrete y cómo mantener la paciencia. Tengo mucha práctica.
Leonard, su personaje en la película, tomó una decisión en su juventud que cambió por completo el rumbo de su vida. ¿Experimentó usted alguna vez un momento igual de crucial?
Yo creo que todas las decisiones que tomamos a diario, incluso las aparentemente más nimias, definen quiénes somos. El Dalai Lama dijo una vez: “Cuando sea posible, intenta ser amable…. Y eso siempre es posible”. Yo estoy de acuerdo con él. Cada vez que tenemos un pensamiento negativo y nos dejamos llevar por él, suceden cosas desagradables. Y siempre tenemos la opción de adoptar la actitud contraria y guiarnos por el amor, la empatía y la solidaridad.
Asimismo, Leonard afirma que necesita estar frente a la cámara para contar la verdad o, al menos, lo que él considera la verdad…
La cámara es un artilugio muy poderoso. A mí ponerme delante de ella me centra y me aporta claridad, como una sesión de meditación. Mientras estoy rodando me siento extraordinariamente conectado con mis emociones y mis sentimientos, no sé cómo explicarlo.
¿Rodaría usted una película autobiográfica, como hace Leonard?
Yo vivo permanentemente dentro de una ficción sobre mí mismo. Lo que hay dentro de mi mente, esa colección de pensamientos, recuerdos y fantasías, no es más que una ficción llamada Richard Gere. Y es en el espacio que se crea después de que termine un pensamiento y antes de que empiece el siguiente, en el interior de ese agujero, donde se abre la posibilidad de acceder al verdadero yo.
Otro de los temas que aborda ‘Oh, Canadá’ es la dificultad del artista para mantenerse íntegro. ¿A usted le resulta difícil?
A todos los seres humanos nos resulta complicado mantener alejado nuestro impulso por acumular dinero, o posesiones, o poder, o estatus, o fama. Y la gigantesca desigualdad económica y la infelicidad que lastran nuestro presente es una de las consecuencias de dejarnos llevar por ese instinto. Deberíamos trabajar en pos de un sistema político distinto, que no usara el mismo lenguaje, y que se basara en algo que en realidad es de sentido común: debemos compartir, y cuidarnos los unos a los otros. Solo de ese modo podremos sentirnos seguros y felices.
‘Oh, Canadá’, por último, habla de activismo político y de cómo los movimientos de protesta de los 60 contribuyeron a cuestionar el ‘status quo’. En su opinión, ¿cuál es el estado de salud del activismo en la actualidad?
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El impulso de intervenir y crear un mundo mejor está ahí, y es algo admirable, pero lo que falta y es absolutamente necesario es sabiduría. Solo si hay sabiduría será útil el activismo; después de todo, vivimos a merced de gente que es muy activa a la hora de hacer cosas muy estúpidas, y terribles. Y la base de la sabiduría está en la compasión.