No me lo puedo creer. Me resisto a aceptar que un director como J.C. Chandor, responsable de títulos como Margin Call (2011) o la fantástica El año más violento (2014), haya terminado filmando Kraven, el Cazador. Algo ha pasado, no sé exactamente qué, pero pocas veces he asistido a un declive tan pronunciado en una carrera, en consonancia con la propia decadencia de la productora de la factoría Marvel, la cual despuntó y protagonizó en su momento uno de los auges más relevantes en la industria cinematográfica para, posteriormente, financiar despilfarros económicos que emborronaban un itinerario, tanto a nivel artístico como de entretenimiento, hasta entonces digna de atención.
Nos hallamos ante la prueba más palpable de que, al menos en el mundo del Séptimo Arte, las fórmulas se agotan, no siendo viable la reiteración como única vía para continuar recaudando. La cinta evidencia los ciento veinte millones largos de dólares de presupuesto, gastados en un sinfín de planos recargados y de escenas de acción forzadas, aunque las carencias de guion y la falta de contenido de los personajes impiden siquiera calibrar el cúmulo de estereotipos y de tozudas insistencias.
Esta huida hacia delante en la que se ha embarcado Marvel, buscando protagonistas más violentos y clónicos e historias más vacías y repetitivas, termina por deslucir una trayectoria que, en sus inicios, ilusionó y entretuvo a millones de espectadores. En el fondo, cuanto se refleja en pantalla parece nacido de un frío y calculador algoritmo o de alguna inteligencia artificial, caso de que está realmente exista.
La película se centra en el supervillano Kraven, el cazador, antagonista de Spider-Man y obsesionado con derrotar al Hombre Araña. Desde niño fue entrenado para convertirse en un cazador sin piedad. Dotado de una conexión que le emparenta con depredadores y otros seres del reino animal, es capaz de rastrear cualquier presa. Además de un excepcional perseguidor, Kraven se desenvuelve como un gran luchador en el combate cuerpo a cuerpo y en el manejo de cualquier tipo de arma.
Miré el reloj varias veces durante la proyección, síntoma inequívoco de mi ausencia de interés ni de vínculo con la cinta. Cada vez me cuesta mayor esfuerzo visionar estos estrenos para realizar después su crítica, teniendo la intuición y casi la certeza de enfrentarme a la enésima pérdida de mi tiempo. En ese sentido, y atendiendo al listón general de los largometrajes, el presente año ha resultado peor que el anterior.
Encabeza el reparto Aaron Taylor-Johnson, ya versado en este tipo de perfiles tras haber participado en cintas como Vengadores: la era de Ultrón. Creo haberle visto por primera vez en El ilusionista, encarnando a Edward Norton de niño. Ha intervenido asimismo en las dos entregas de Kick Ass y en obras más renombradas, como Animales nocturnos, de Tom Ford, o Tenet, de Christopher Nolan. Su nombre suena como el próximo James Bond, un caramelo quizás envenenado. En cualquier caso, su actuación en Kraven, el Cazador no le supondrá ningún revulsivo.
Le acompaña Russell Crowe, otro modelo de inexplicable ocaso. Concatenó en un lustro excepcionales interpretaciones en trabajos de enorme categoría, como L.A. Confidential (1997), El dilema (The Insider) (1999), Gladiator (2000) y Una mente maravillosa (2001). Después afrontó otros proyectos tan destacados como El tren de las 3:10 (2007), American Gangster (2007) o Red de mentiras (2008). Sin embargo, a posteriori, ha iniciado una cuesta abajo en la que aún se encuentra.
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Junto a ellos figuran Ariana DeBose (Premio Oscar a la Mejor actriz secundaria por la versión de Steven Spielberg de West Side Story), Fred Hechinger (Gladiator II) y Alessandro Nivola (La gran estafa americana). A este último también se le podrá ver en The Brutalist, pendiente de estreno, y una de las últimas esperanzas para enderezar este 2024 que toca a su fin.