Carmen Posadas (Uruguay, 1953) ha aterrizado hoy en Gran Canaria recién llegada de Bulgaria para presentar en el Hotel Santa Catalina la que es ya su 14ª novela: El misterioso caso del impostor del Titanic, una obra llena de intriga en la que Emilia Pardo Bazán se convierte en detective. La escritora lleva más de veinte años siendo jurado del Premio Planeta y ha sido traducida a un total de 30 idiomas.
¿Cómo se siente con La leyenda de la peregrina traducida al búlgaro?
Me he hecho mucha ilusión porque es mi idioma número 30. Es de las cosas de la que más orgullosa estoy, porque tengo en casa una foto de todos los libros y hay unos en los que pone Carmen Posadas en chino, en coreano…
Los idiomas han estado muy presentes en su vida, con un padre que aprendió ruso para leer a Tolstói y griego para leer a Homero. Remontándonos a sus comienzos, usted empezó escribiendo diarios y alguna vez ha dicho que en esta época sus defectos fueron como su mayor aliado. ¿Por qué?
Porque yo era una niña extratímida y como la fea de la familia. Todos eran divinos en mi casa, yo era la fea. Y entonces iba a mi cuarto y escribía un largo y lacrimógeno diario que es el comienzo de mi vocación. Así que, si yo no hubiera sido esa niña tan acomplejada y tan fea, no estaría aquí hablando contigo en este momento. Por eso digo que debo todo a mis defectos. También tengo otros muchos defectos a los que le sacaba mucho partido.
En este proceso de arrancar, también ha comentado que la palabra escritora sentía que le quedaba grande. ¿En qué momento se empieza a definir como tal?
Uy, hace mucho. Como nunca fui a una universidad, pensé que escribir estaba fuera de mis posibilidades. Así que empecé escribiendo para niños, creyendo además que era más fácil. Mentira, escribir para niños es muy difícil, pero yo no lo sabía. Así que empecé por ahí. Tuve suerte porque enseguida me dieron un premio y eso me dio mucho ánimo. Pero todo ha sido un camino muy largo. El salto de la literatura infantil a la literatura adulta también tardó un montón por la misma razón. De hecho, la primera novela que publiqué, la publiqué con seudónimo.
¿Por qué?
Porque me había ido muy bien con un libro que se llamaba Yuppies, jet set, la movida y otras especies, que es como un retrato de la sociedad, una sátira. Entonces, los de la editorial me propusieron que escribiera una novela romántica. Y dije, bueno, ¿qué quieres, que arruine mi reputación para siempre? Y me dijeron: ‘No, no, escríbela con seudónimo’. Y me vino muy bien, porque con seudónimo una tiene una impunidad. Y escribí una novela que se llama Una ventana en el ático, que por ahí está. Ahí me llamo Elena Miranda (risas). Y me vino bien para aprender la técnica, para afinar un poco, y ya después me animé a escribir con mi nombre.
¿Qué fue lo primero que escribió que le hizo decir: ‘Vale, ahora soy escritora’?
A ver, todo lo que voy a contar ahora es muy freudiano. Porque mi padre decía que, después de lo que habían hecho Shakespeare o Cervantes, él jamás se atrevería a escribir una línea. Entonces, que la niña escribiera parecía como una profanación. Así que yo tardé mucho en decir en casa que escribía. Hasta que un día aparecí con un libro publicado. Se lo mandé a papá y silencio sepulcral. Seguí escribiendo, y escribí este de los Yuppies que tuvo mucho éxito. Se lo mandé a papá y silencio sepulcral. Y escribí otro, y nada, mi papá no me decía nada, hasta que escribí mi primera novela, que se llama Cinco moscas azules. Se la mandé. Él vivía en Uruguay, yo vivía en España. Y pensé: ‘Es la última que le mando a papá, si no me dice nada, ya está, no le gusta lo que hago’. Y me acuerdo que estaba sentada en casa y era la época de los faxes, y empezó a salir un fax muy largo, muy largo, muy largo, muy largo. Era una carta de papá en la que me hacía como una crítica literaria de la novela, un análisis de los personajes, y bueno, decía lo mucho que le había gustado. Luego he tenido críticas de todos los periódicos, yo qué sé, del New York Times, del Washington Post, de lo que tú quieras. Pero nada ha significado tanto para mí como esa carta. Ahí yo creo que es cuando empecé a considerarme escritora.
En esta última novela, que es la número 14, un personaje importante es el de Emilia Pardo Bazán. ¿Por qué la elige a ella?
Lo hice una vez que decidí que quería escribir sobre los diez españoles del Titanic, en concreto dos de ellos que habían desaparecido y que sus cuerpos nunca se recuperaron. La familia, cada una por su lado, compró un cadáver para enterrarlo en la tumba y hacer creer que ese señor que estaba enterrado ahí era su familiar. Porque si no aparecía un cadáver, hasta pasados 20 años no se le podía dar por muerto, lo que causa una gran cantidad de problemas legales. O sea, la familia no puede heredar, las cuentas quedan bloqueadas, la viuda no se puede casar hasta que pasan 20 años… Estos dos señores no se conocían, uno era madrileño y otro era asturiano. Para evitar todo esto, su familia compró un cadáver y lo enterraron en la tumba como si fuera él. Mi novela empieza cuando al cabo de diez años aparece alguien diciendo que es una de estas personas. Y como la familia sabe perfectamente que el que está en la tumba no es su pariente, entra la duda de si, en efecto, esa persona es su familiar, que ha reaparecido, o es un impostor.
Y ahí entra Emilia.
Para investigar este misterioso caso, me traigo a Pardo Bazán porque ella era una devota de las novelas policiacas. Le interesaba mucho toda la crónica negra y escribió una novela que es pionera en el género, tanto en España como en Europa, La gota de sangre. En esa novela crea un personaje que se llama Ignacio Selva, que está basado en un amigo suyo, mucho más joven que ella, gallego, que vivía en Madrid, que era un tarambana, un caradura, pero que tenía su corazoncito y quería ser escritor. Se hicieron muy amigos y ella lo convierte en el personaje de su novela. Yo me invento que Ignacio Selva recibe un día una carta de una señora. Ignacio Selva, que se ha hecho famoso como detective, a pesar de que él no lo es, recibe una carta de la hermana de uno de estos dos señores desaparecidos de los que estamos hablando en la que le cuenta que hay alguien que se ha intentado hacer pasar por su hermano muerto y que investigue el caso.
Habrá tenido que hacer una gran labor de investigación sobre la vida de Emilia. Aquí en Canarias ella es muy conocida por su relación con Galdós. ¿Aparece este aspecto en sus investigaciones?
Sí, también se habla. Emilia Pardo Bazán se muere en el 21, y el Titanic se hunde en el 12, o sea que ni siquiera se han cumplido diez años del hundimiento cuando tiene lugar la acción. A mí me hubiera ido mejor que fuera más tarde, porque cuanto más tiempo pase, más verosímil es que un impostor no sea descubierto. Pero tenía el problema de las fechas. Y también tenía el problema de las fechas de la muerte de Galdós, que se había muerto dos años antes, entonces tampoco lo podía meter en la novela. Si no, lo habría hecho.
Usted es jurado del Premio Planeta y tiene que leer muchos manuscritos al año. ¿Cómo ve, a día de hoy, la tendencia de la novela en España al margen de lo que sabemos de que la histórica y la policíaca son los géneros predilectos?
Llevo 21 años siendo jurado del Planeta. Sí, 23, 24. Y ha sido muy interesante ver cómo han ido evolucionando, porque el Planeta siempre retrata un poco los gustos del momento. Entonces, en una época, que es anterior a la mía, en la que interesaban las novelas políticas, ganó Semprún o Vázquez Montalbán. Después, en otras épocas en las que había más temas sociales, pues también ganaba alguien que encarnaba eso. Después, llegó una primera moda de novela histórica, y entonces está Terenci Moix y Antonio Gala. También hay un momento en el que interesan autores latinoamericanos y entonces ganan Bryce Echenique o Skármeta. Y ahora estamos en una fase en la que interesan mucho la novela histórica, el thriller y la temática femenina. Ahora todo tiene que ver con las mujeres.