Veo su exposición con placer, pero siento también el peso abrumador de tantos libros como se escriben y se publican. No puedo evitar evocar al respecto aquel maravilloso cuento de Julio Cortázar, Fin del mundo del fin, de su libro Historias de cronopios y de famas, que relata como la Tierra se llena de escritores que producen tanto que los libros cubren los continentes y terminan volcados al mar, que se seca.
El cuento de Cortázar dibuja un panorama apocalíptico, y su reiterada referencia a la palabra etcétera me parece inquietante. Recomiendo su lectura, pero también una estupenda versión audio en el canal Outras rimas de Youtube. El exceso es un síntoma de nuestro tiempo, consecuencia, en buena medida, del sistema en que vivimos. Y aprovecho el título de mi exposición, Imágenes Palabras, para señalar igualmente el exceso de imágenes: el año pasado se compartieron 40.000 millones de fotografías en las redes. Me pregunto qué cuento hubiera sido capaz de escribir con este dato un autor tan visual como Julio Cortázar.
La exposición incluye contribuciones de destacados autores, entre ellos Javier Cercas, quien también aparece fotografiado en su biblioteca por usted. Cercas dice que «fotógrafos y escritores buscamos lo mismo: captar eso que Cartier–Bresson llamaba el instante decisivo y que nadie sabe muy bien lo que es (ni siquiera Cartier–Bresson)». ¿Comparte esta óptica del autor de Anatomía de un instante?
Me ha encantado que Javier Cercas, además de permitirme retratarlo en su casa, accediera a escribirme este texto. Me identifico totalmente con él, en especial con su inicio, en el que afirma que «fotografiar y escribir son cosas parecidas: fotografiar es escribir con imágenes; escribir es fotografiar con palabras». Con respecto a su comentario sobre el instante decisivo y de que ni siquiera Cartier-Bresson sabe lo que es, me parece más bien una ironía de Cercas. Yo me siento muy cartier-bressoniano, porque, en general, lo que muchos tratamos de buscar son momentos significativos al hacer fotografías.
Pero la mayoría de las fotos de su exposición están cuidadosamente preparadas, no están tomadas al vuelo. Sus protagonistas posan.
Es cierto pero solo en parte. Hay mucho de azar cuando he ido a retratar a esas personas. La única condición que les impongo es que miren a la cámara cuando disparo, pero yo decido el lugar que me parece más adecuado y me adapto a las condiciones de luz existentes. Ellos deciden su vestimenta o cómo se colocan. Y añado que las fotos de calle sí están tomadas al vuelo. Salgo en su busca sin saber lo que voy a encontrar.
Hay escritores en los que hace especial énfasis en su exposición. Es el caso de Javier Marías, al que fotografía vivo, en su biblioteca, y luego, tras su fallecimiento, recrea la biblioteca fantasma de su Reino de Redonda. ¿Puede abundar en este asunto?
Tengo una especial predilección por la literatura de Marías. Diría que es mi escritor favorito, y he leído más de una vez algunos de sus libros. Como usted sabe, este escritor fue Rey de Redonda hasta su muerte, y me pareció interesante recrear su biblioteca en aquel lugar. La añadí a los retratos que realicé en su piso de Madrid en enero de 2015 como un homenaje al placer que ha supuesto para mí la lectura de sus libros y a ese mundo de fantasmas que él relata con frecuencia en su producción literaria. Además, tuve la fortuna de que su mujer, Carme López Mercader, escribiera un texto alusivo que acompaña a esa fotografía.
Son muchas las fotografías de la muestra que reclaman nuestra atención y cuesta mucho decantarse por alguna, pero no quisiera dejar de pedirle que nos hablase sobre una que muestra a una niña en una silla de ruedas que lee en un portal, captada furtivamente por usted, desde un balcón, una terraza, una azotea o una ventana.
Esa fotografía la hice en 1965, en mis primeros años de estudiante de Arquitectura en Barcelona. Por entonces ya estaba interesado seriamente en la fotografía, estaba suscrito a revistas de referencia que fueron importantes para mí, como la suiza Camera o la inglesa Creative Camera, y visitaba exposiciones en una sala que fue pionera en España en la exhibición de fotografías, la Sala Aixelá. Yo vivía en un primer piso de la calle Córcega, y veía con frecuencia a la niña en silla de ruedas en el portal del edificio donde vivía, situado frente al mío. Por esa época empezaba a hacer fotografías de calle, y el hecho de observarla tan concentrada, leyendo junto al escaparate de una perfumería, debió parecerme digno de ser registrado. O quizá la he rescatado del tiempo porque era adecuada para mis actuales propósitos de retratar el libro y sus entornos.
¿Qué hay de literario en sus fotografías?
Lo que me interesa fundamentalmente de la fotografía es su capacidad narrativa y poética. Por eso me identifico tanto con Javier Cercas cuando dice que fotografiar es escribir con imágenes. Hace algunos años participé en una colectiva titulada La experiencia de los límites con una serie que titulé Cero, en la que incluía las fotografías que se obtenían en cámaras analógicas cuando se cargaban los rollos y se disparaba una o dos veces antes de comenzar. A las fotos de aquella serie les añadí textos manuscritos que describían lo que el azar había registrado. Y en otras series, sobre todo de paisajes, he utilizado el mismo recurso para enfatizar más la narración visual.