«Por fin nos vemos las caras». Estas fueron las palabras que Marisa Paredes, con la sorna que siempre la caracterizó, dedicó a su primer Goya. No les sorprenda si, ahora, en el día de su muerte, descubren que sólo tiene uno. Llevaba toda la vida dedicada al cine, con títulos que se han quedado en el imaginario popular, dejando su impronta particular, pero hasta entonces no levantó el deseado cabezón. En 2018 le entregaron el premio de Honor para reconocerle una trayectoria impoluta que, curiosamente, a ojos de la Academia, la misma que presidió durante tres años, no lo había merecido antes.
«La vida de actriz es como un tiovivo, como la ruleta de la fortuna», señaló la artista, que tenía 71 años entonces. Su carrera comenzó a los 14 en Esta noche no, de José Osuna. Una decisión que sorprendió a su entorno, ya que ningún otro miembro de su familia se dedicaba a la interpretación. Pero apostó por ella y, poco a poco, fue fraguándose un nombre en la industria: «He tenido la suerte de que muchos directores confiaran en mí, pero ellos también han tenido la suerte de que yo confiara en ellos».
Entre ellos se encuentran Fernando Fernán Gómez, Fernando Trueba, Roberto Begnini, Guillermo del Toro y Pedro Almodóvar. De hecho, este último le dio algunos de los papeles más icónicos de su trayectoria: participó en Entre tinieblas, Tacones lejanos, Todo sobre mi madre, Hablo con ella, La piel que habito y La flor de mi secreto. Por esta última estuvo nominada al Goya en 1995, como también en 1987 por Cara de acelga, de José Sacristán, pero no se llevó ninguno.
Contra la guerra de Irak
No obstante, Paredes se ha hecho con otros tantos galardones como el Ondas, la Medalla de Oro del Mérito de las Bellas Artes, la Biznaga de Plata del Festival de Málaga y el Premio ACE, entre otros. El teatro tampoco se le ha resistido, firmando piezas de renombre como El enfermo imaginario, La galta sobre el tejado de zinc, Hamlet, Las dos caras de Eva y La estrella de Sevilla. Algunos de ellos dentro del reconocido Estudio 1 de RTVE, donde consolidó su presencia.
Cuando estuvo al frente de la Academia de Cine, entre 2000 y 2003, el sector se movilizó para protestar contra la guerra de Irak y el apoyo recibido por parte del Gobierno de José María Aznar. Un hito que, durante la recogida del Goya, recuperó con rotundidad entre el aplauso de sus compañeros. «Volvería a repetir el discurso del no a la guerra», concluyó. Pero antes un último (y gracioso) dardo. «Cómo pesa. Claro, estoy tan poco acostumbrada…».