Pocas profesiones en las que intervengan expertos de tantas disciplinas diferentes como en el cine. Es de entender, por tanto, que abunden también los premios en el que cada gremio desea reconocer los mejores trabajos realizados cada año. Los de los actores, los de los de los informadores cinematográficos, los del círculo de escritores cinematográficos, los de la unión de actores, los de la academia de cine, los de los blogueros y, claro, los de aquellos que se encargan de gestionar los derechos audiovisuales de los productores.
Siete años después de que se pusieran en marcha los Goya, la Entidad de Gestión de Derechos Audiovisuales (EGEDA) inició en 1996 los premios José María Forqué, que este año ha celebrado en el Palacio Municipal de IFEMA en Madrid su trigésima edición. Un logro que no solo demuestra la buena salud de la iniciativa, sino el buen hacer de la propia entidad de gestión, que ha pasado de un centenar de socios cuando se fundó a más de tres mil en 2024.
Entre las novedades de este treinta aniversario ha estado el rediseño del trofeo que reciben los ganadores. Una pieza creada originalmente por el escultor Víctor Ochoa, que ha considerado necesario aligerarlo de peso y reducirle la peana para que sea más fácil de sostener durante la entrega, pero sin tocar la imagen que representa a José María Forqué que, junto con los premiados, es el protagonista indiscutible de estos galardones.
Aunque su carrera profesional se inició en el campo de la arquitectura, José María Forqué no tardó en saltar al mundo del teatro, donde realizó diferentes escenografías y, más tarde al del cine. Suyos son títulos emblemáticos como Amanecer en puerta oscura, Atraco a las tresUn millón en la basura, Las que tienen que servir, esa locura psicodélica cañí que es ¡Dame un poco de amooor…! o esa cinta perturbadora que es No es nada, mamá, solo un juego, protagonizada por el mismísimo David Hemmings.
Uno de los colaboradores de Forqué en la década de los 70 fue un joven Enrique Cerezo que, con el tiempo, se ha convertido en uno de los productores más importantes de España y, por qué no, de Europa —con permiso de nombres como Elías Querejeta o José Frade—. De hecho ha sido justamente Cerezo, presidente de EGEDA, el que hizo entrega esta noche de la Medalla de Oro de la entidad a José Luis Garci, de quien destacó su trayectoria como guionista, productor, divulgador, amante del cine y primer Oscar español, pues no hay que olvidar que el de Luis Buñuel por El discreto encanto de la burguesía fue para una producción francesa.
Una vez en el escenario, Garci quiso agradecer el premio que lleva el nombre de «un amigo con el que tuve muchas aventuras cinematográficas», haciendo tres peticiones. La primera, que se le otorgase a Enrique Cerezo el Premio Nacional de Cinematografía o la Medalla de las Bellas Artes por su labor como restaurador cinematográfico. «Cerezo ha salvado el 10 o el 12% del cine español, ha recuperado escenas perdidas. Si tenemos ese reconocimiento a Scorsese que ha recuperado los colores al Technicolor, tenemos que reconocerle a él que podamos ver películas como Surcos o Los tramposos en una calidad que no vieron nunca Nieves Conde o Pedro Lazaga». Su segunda queja fue que, en ninguna lugar del mundo, ni en la Academia de Hollywood, ni en la Academia del Cine Español, ni en los Cesar, ni en los British Awards, «nadie ha premiado nunca al cameraman, que en España se le llama el “segundo operador”, cuando en realidad es el primer espectador de la película». Por último, Garci se quejó a los exhibidores españoles del frío que hace en las salas. «Es peor que montar en un avión. Muchos van con calcetines de lana… Encima que salimos de casa para ver una película… Poned los pases a 22 grados, que será mucho más confortable», bromeaba un José Luis Garci emocionado, antes de concluir citando a un clásico como Bugs Bunny. «That’s all folks!».
Antes de José Luis Garci, ya habían recibido el premio La gran obra de Alex Lora en la categoría de Cortometraje de ficción, Mariposas negras como Mejor largometraje de animación y dos de los grandes actores españoles actuales: Pedro Casablanc y Eduard Fernández. El primero, reconocido como Mejor Interpretación Masculina en Serie por Querer, dedicó el premio a «todas las mujeres que, como el personaje de Miren, están sufriendo en silencio esta lacra y esta costumbre terrible que venimos heredando; también a estos niños que sufren la violencia en la familia y que hay que erradicar totalmente».
Por su parte, un pletórico Eduard Fernández, Mejor Interpretación Masculina en Cine por Marco, dedicó el premio a las hijas de Enric Marco, a los actores y a todos aquellos farsantes que hay en el mundo, «farsantes como Marco, o falsario como decía él, que no ganó un duro y que no se sabía por qué mentía».
Una gala reivindicativa
Entre premio y premio, la gala estuvo trufada con diferentes actuaciones. Hubo números musicales en las que destacó la buena dirección musical de Víctor Elías, humorísticos, como el protagonizado por Carlos Latre —que imitó a algunos de los actores españoles más populares, desde Fernando Fernán Gómez a Manuel Aleixandre, pasando por Agustín Gonázalez y José Luis López Vázquez, responsable de esa inolvidable frase de «un admirador, un amigo, un esclavo, un siervo» de Atraco a las tres— y hasta una pieza rimada en la que Elena S. Sánchez, presentadora de la gala por quinta vez, repasó las veintinueve mejores películas premiadas en las otras tantas ediciones de los Premios Forqué.
De todas las actuaciones de la noche, tal vez la más interesante fue una pieza coral en la que diferentes actores y actrices criticaban las excusas que los directores les dan para no incluirles en sus repartos. Unas razones peregrinas que tienen mucho que ver con cuestiones de falta de normatividad. Por ejemplo, la altura (por exceso o defecto), el peso (por mucho o por poco), las melenas, la alopecia, los rasgos racializados, el acento, la nacionalidad y los prejuicios.
Además del contenido de esa actuación, las cuestiones sociales y reivindicativas estuvieron presentes en toda la gala. Sole Giménez protagonizó un emotivo homenaje a los fallecidos y damnificados por la Dana de Valencia; se recordó a Marisol, protagonista de la mejor película documental por Marisol. Llámame Pepa, como referente feminista en una época complicada como el franquismo y la transición y Nagore Aramburu, Mejor Interpretación Femenina en serie por Querer, dedicó su premio a «todas las mirenes para que dejemos de juzgarlas tanto y aprendamos a acompañarlas mejor». Su directora, Alauda Ruiz de Azúa, al recoger el premio a la Mejor serie de Ficción, recordó lo importante que es que las mujeres maltratadas puedan contar su historia y quiso«dedicar el premio a las mujeres que han podido contarse, a las que no saben si lo podrán hacer y a las que las han acompañado. Por su parte, Carolina Yuste, Mejor interpretación femenina en cine por Infiltrada, película sobre una policía que entra en las filas de ETA, pidió que no se utilice el dolor de las las víctimas para sacar réditos políticos y reivindicó «el valor del cine para reparar y desde ahí construir la sociedad que queremos ser».
Cuando Marcel Barrena, director de El 47, ganadora en la categoría de Cine y educación en valores, subió al escenario a recoger su premio, recordó que el «Artículo 47. Todos tenemos derechos a una vivienda digna. De eso va esta película. También trata sobre cómo decidimos a aquellos que más lo necesitan, que son los expulsados de sus casas y es un homenaje de la riqueza que tiene este país con sus lenguas». Cuando El 47 fue también elegida la mejor película de la noche, Barrena ya no sabía qué decir, hasta el punto de pedir que alguien dijera algo inteligente para que no pareciera que él decía tonterías. Entonces, Eduard Fernández tomó la palabra y sentenció sobre El 47: «Es bonito darle un premio a una gente digna. A gente que pidió las cosas y que, cuando no se las dieron, llevó a cabo una acción reivindicativa. Qué lindo es eso». Si Barrena quería una reflexión inteligente, pocas mejores que esa.