Había emigrado de su aldea noruega, “una tierra negra y dura donde las aves nunca se posaban” y todos morían ahogados o enfebrecidos, en busca de un futuro mejor y un buen marido. Bajo el nombre de Belle Gunness, se instaló en el Medio Oeste de EEUU a finales del siglo XIX y allí se convirtió en alma mater de los asesinos en serie en un país con fama mundial de producirlos. Se calcula que mató a unos cincuenta hombres, entre ellos dos maridos y unos treinta trabajadores de su granja. También a sus cinco hijos biológicos, una niña adoptada y posiblemente a las dos hijas de su segundo marido. Al sentirse acechada, prendió fuego a la granja, pero entre los muchos cadáveres que allí encontraron nunca dieron con el suyo. Ahora Victoria Kielland novela su historia en ‘Mis hombres’ (Galaxia Gutenberg), con estilo poético y desasosegante.
Es un ejemplo más de cómo las asesinas están copando la producción cultural en los últimos tiempos. Películas como ‘La virgen roja’, que recrea el filicidio de Hildegart Rodríguez Carballeira, una niña prodigio educada en el feminismo y el activismo político por su madre, Aurora Rodríguez, que en 1933 la asesinó, en un crimen que estremeció a la España de la Segunda República. O ‘El baño del diablo’, mejor película del último Festival de Sitges, un drama rural ambientado en la Austria del siglo XVIII que comienza con una mujer ejecutada y exhibida en lo alto de una colina tras matar a un bebé, un presagio para Agnes, recién casada, religiosa y sensible. “Me fascinó de inmediato el tema de las mujeres que cometen actos de violencia física. Según el viejo cliché, esto suele atribuirse únicamente a los hombres”, reconoció Veronika Franz, su guionista y directora.
Más allá del cliché, en la vida real los asesinos son hombres por abrumadora mayoría. “En cualquier sociedad del mundo, hay entorno un 90% de presos masculinos frente al 10% de mujeres en prisión por delincuencia en general. Si nos vamos a crímenes violentos perpetrados por mujeres, estos no superan el 2 o el 3%, el 97% de los asesinos son hombres”, expone la socióloga y criminóloga Victoria Pascual, autora del libro ‘Asesinas: ¿Por qué matan las mujeres?’ (Pinolia). A su juicio, esto se debe a una educación diferencial –“a nosotras no nos han educado para defender físicamente nada, ni siquiera a nosotras mismas” –, no haber tenido acceso a las armas, un espacio relacional más acotado y menos competitivo y, en general, una biología distinta, tanto a nivel hormonal como de fuerza física.
“Las mujeres matan de forma mucho más planificada y para conseguir algo concreto, no como una expresión de violencia”, resume la criminóloga. Entre las asesinas abundan los móviles económicos, salir del núcleo familiar o escapar del rol de cuidadora. Sus víctimas suelen ser personas cercanas, a menudo de su propia familia. En cuanto a los métodos, ellas han sido grandes envenenadoras, con lo cual sus crímenes también han pasado más desapercibidos.
Del compendio de casos de su libro, el que más impactó a Victoria Pascual fue el de las envenenadoras de Nagyrév, un pequeño pueblo de Hungría, con permiso de Ilse Koch, conocida como ‘la zorra de Buchenwald’, o Leonarda Cianciulli, que hacía jabón con sus víctimas. En la Primera Guerra Mundial, los hombres de Nagyrév se fueron al frente y las lugareñas tuvieron ocasión de alternar con los prisioneros de guerra del bando contrario. Presos de EEUU, Francia o Reino Unido gracias a los que descubrieron que una nueva masculinidad, menos controladora y amenazante, era posible. Al volver sus maridos de la guerra, embrutecidos, las mujeres de Nagyrév no sintieron alegría alguna y animadas por la mujer que había ejercido de comadrona y curandera durante el paréntesis bélico, urdieron un plan para deshacerse de ellos a base de arsénico. A la práctica, se calcula que mataron entre 50 y 300 hombres.
La periodista Ana Pastor ha sido una de las últimas en sumarse a la tendencia con ‘Asesinas’, una docuserie de seis capítulos producida por Atresmedia TV en colaboración con Newtral. El crimen de la cabeza de Castro Urdiales o el asesinato de Isaac Guillén, un expolicía con una discapacidad física al que mató su mujer en 2019, son los episodios que ha emitido La Sexta. Pastor contextualiza la producción, una idea de Alejandro Olvera, dentro de la apuesta de Newtral por el true crime: ha trabajado en los capítulos el mismo equipo que ha producido documentales de fútbol de mujeres o ‘Nevenka’. “Es verdad que el público mayoritario del true crime son mujeres, pero se han hecho pocos formatos donde ellas han sido las asesinas y hay una razón fundamental, que las mujeres matan infinitamente menos”, expone. Un gigante como Netflix también ha apostado por las asesinas con grandes resultados de audiencia en series como ‘El cuerpo en llamas’, sobre el crimen de la Urbana, y ‘El caso Asunta’.
“Cuando hay crímenes violentos que involucran tanto a un hombre como a una mujer, nadie dice nunca que el hombre es un buen tipo, pero las opiniones a menudo están divididas sobre la mujer. O ella es la malvada instigadora de todo esto, o es una víctima aterrorizada y solo lo hizo porque temía por su vida”, reflexionaba en 1996 Margaret Atwood en entrevista al The Guardian a propósito de la novela ‘Alias Grace’, luego convertida en una serie de Netflix, basada en la historia real de una inmigrante irlandesa y criada en Canadá que fue condenada por el brutal asesinato de su jefe en el siglo XIX. Hasta los años 60, la criminología tenía un sesgo de género: “si soy un policía, hay un hombre y una mujer como posibles asesinos, y pienso que una mujer no puede cometer crimen violento, a la mujer la mando directa a casa”, resume Victoria Pascual. A partir de entonces, se revisaron los estudios académicos para tener una perspectiva más ajustada sobre la criminalidad femenina. De ángeles de la muerte a mujeres fatal, en la ficción sobre asesinas el sesgo de género está todavía por corregir.
Suscríbete para seguir leyendo