El Papa Luna, todo un personaje histórico

El Papa Luna, se llamaba Don Pedro Martínez Luna y nació en Illueca, una pequeña población aragonesa.  Empezó su carrera militar y estudió derecho canónico en la localidad francesa de Montpellier, donde acabaría siendo doctor.  En 1375 se le nombró cardenal diácono y viajó con el papa Gregorio XI de Avignon a Roma. En 1378, una vez fallecido el Papa se reunió el cónclave catedralicio para designar sucesor.

Una elección del Papa Luna que fue complicada

El colegio se componía de 16 miembros divididos a su vez en tres facciones y la vuelta reciente de la Santa Sede a Roma, hacía prever que la elección iba a ser bastante complicada. El elegido fue Urbano VI, pero los modos dictatoriales empezaron a levantar polémica y recelos entre muchos de sus cardenales, de modo especial entre los franceses.

El 9 de agosto de 1378 se retiraron a Agnani trece cardenales, redactando una declaración donde se hacía constar que la elección de Urbano VI era nula de derecho al ser el elegido bajo amenazas. El 20 de septiembre de 1378, los cardenales que se habían sublevado eligieron a Clemente VII como oposición a Urbano VI.

Cuando muere Clemente VII, Pedro Luna fue elegido como su sucesor, pasando a ser Benedicto XIII, el segundo antipapa del Gran Cisma de Occidente. Fue de los últimos cardenales que abandonaron al furibundo Urbano VI, y ya en el bando de Clemente VII fue nuncio apostólico en España.

Su papel fue importante a la hora de ganarse a Aragón, Castilla, Navarra y Portugal para el bando antipapal. Se eligió para valorar la promesa que hizo de que abdicaría si se alcanzase una solución al cisma. Lo que ocurrió es que al ceñirse la tiara, de repente vio como había una antipatía alérgica a sus promesas.

El Vaticano estuvo cerca del cisma con él

El Papa Luna sin lugar a dudas fue el que más cerca estuvo de llevar a la Iglesia al abismo del cisma. En 1.409, la mayoría de cardenales por los dos bandos celebraron un consejo en Pisa, en el que a Benedicto XIII le condenaron por hereje. Lo cierto es que Benedicto era bastante cabezota y siguió firme convencido de que era el único vicario de Cristo, incluso después de que el Concilio de Constanza resolviera el cisma.

Nuestro protagonista se retiró a Aragón y estableció su modesta corte en la fortaleza de Peñíscola, donde nunca renunció a su lucha. Fallecería el 23 de mayo de 1.423, como un hereje. Un personaje, sin duda, que marco la historia de la época.

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